La pelea es por el poder
El preestreno de la película de 2017 ha dejado al desnudo el título: la pelea es por el poder. Y vale todo; como fue en el pasado; como sucedió en el presente; y como presagia que será el futuro. Sólo bastó un par de frases para desconocer las alianzas que, hasta ahora, mostraban un nivel de tolerancia política en pos de los altos intereses de los ciudadanos. Y es allí el punto de encuentro: la vieja y la nueva política son como dos gotas de agua. La pasión partidaria hace olvidar los compromisos sociales y a desandar un camino que la sociedad había reclamado de los políticos: dejar atrás las disputas y avanzar en un diálogo frontal y sincero. El viernes, el cielo del poder se nubló. Y los aliados institucionales se desconocieron, con un discurso más de barricada que de concordia. En realidad, rompieron la tregua implícita que habían acordado hasta marzo del año electoral.

¿Cuál es la similitud entre oficialistas y opositores? Ambos tienen la necesidad de arengar a la tropa para obligarla a que salga a trabajar por un triunfo en las urnas durante 2017. Además, las necesidades son casi las mismas. Rogelio Frigerio, el ministro del Interior de la Nación, tiene la convicción de que puede aprovecharse la diáspora justicialista en el distrito para alcanzar un empate en el reparto de las bancas legislativas nacionales. Y, así, en el ramillete de dirigentes del PRO, radicales y justicialistas no alineados a la Casa de Gobierno lanzó un discurso que le vino de arriba al oficialismo local. “Se ganó a nivel nacional y, digan lo que digan, ¡se ganó acá también, en la provincia de Tucumán!”, lanzó Frigerio en el Sheraton Tucumán. Tal vez minutos después se dio cuenta de la grieta que reabrió y tuvo que excusarse de ir a la Casa de Gobierno, adonde asistió el jefe de Gabinete Marcos Peña, que también había hablado de la rebeldía electoral que se desató en la provincia en agosto de 2015 y que, a criterio de Cambiemos, fue gravitante para el triunfo de Mauricio Macri a nivel nacional.

Tal mojada de oreja le vino como anillo al dedo a Manzur que, desde Ranchillos, contestó: “no estamos dispuestos a cambiar bolsas de cemento por lealtad política”. Frigerio trató de volver sobre sus palabras. El gobernador le transmitió, a través de Sebastián García de Luca, el secretario del Interior, que el episodio ya era cosa del pasado. Ayer, Manzur se excuso de ir hasta la oficina del ministro. El mandatario se encuentra en Paraguay, en una misión comercial. Es posible que hoy se produzca la reunión.

Nadie fuera del peronismo había hablado de lealtades con el futuro contrincante electoral. Tal vez sí pueda afirmarse que la relación Nación-provincia esté institucionalmente encarrilada, pero políticamente no por las necesidades de uno y de otro. Si para Macri la elección de 2017 es una bisagra con vistas a 2019, para Manzur puede significar la emancipación total del poder que aún ejerce su hacedor, antecesor y hoy senador José Alperovich. Manzur y su vice, Osvaldo Jaldo, recitan a coro que ellos, y tan solo ellos, serán los que definirán las candidaturas. Pero, detrás de escena, Alperovich aparece con una pícara sonrisa y un mazo de cartas para repartir. Otra vez el título de la película: la pelea es por el poder. El límite en la relación entre el macrismo y el Gobierno local es nada más y nada menos que Alperovich. A los hombres del Presidente le causa escozor el apellido; a sus referentes locales también. La diferenciación o la no mención por parte de Manzur ha sido como un plácet para ingresar a la Casa Rosada, sin pedir audiencia.

A la gestión provincial se le vienen tiempos difíciles. Políticamente, tendrá que demostrar que puede construir una estructura que le garantice el triunfo electoral. Financieramente, seguirá dependiendo del reparto federal. La autonomía es un estado sólo para gobernadores privilegiados y desendeudados. Casi escaso. Manzur se ha convertido en el gobernador que gestionará un presupuesto de $ 104.000 por minuto; de $ 6 millones por hora o de casi $ 150 millones por día. Claro está que su obligación primera seguirá siendo la regularidad del pago a los estatales. El presupuesto 2017 es revelador: el 56% de los $ 54.670 millones de gastos será destinado al personal (unos 120.000 agentes). Ese es el poder que quiere fidelizar Manzur, el de la familia estatal. El otro, el del PJ, sigue dividido.

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