Su nombre es Salvación

Su nombre es Salvación

El arquero, que aún no recibió goles oficiales, va por su segundo partido en fila

 LA GACETA / FOTO DE antonio ferroni LA GACETA / FOTO DE antonio ferroni
23 Octubre 2016
Hijo de padre formoseño y de madre santiagueña, Josué Ayala nació en Gregorio de Laferrere, al oeste del gran Buenos Aires. Allí construyó una infancia de estudio, esfuerzo y dedicación, repartida entre el fútbol y los colores de sus amores -los de Boca-, a los que hoy enfrentará en el Monumental de 25 de Mayo y Chile.

Invicto bajo los tres palos de Atlético, tanto en la B Nacional como en Primera, el arquero de poca continuidad pero con una fe intacta, tiene la chance de probar nuevamente que el puesto es suyo, y que haber relevado a un prócer del “Decano” en estos últimos años bañados de éxito, como Cristian Lucchetti, no hace que le tiemble el pulso.

“Si tuviera que confesar algo, sería que durante los primeros 15 minutos contra Independiente me sentí bastante ansioso. No me gustó como jugué. Ojo, no hablo de nervioso, porque eso no pasó, pero sí ansioso”, le cuenta Josué a LG Deportiva, a kilómetros de la cancha de Independiente, donde el sábado pasado Atlético dio el golpe con ese 2-0 que lo tuvo a él como protagonista.

A 10 minutos del comienzo de aquel encuentro, Juan Azconzábal pateó el tablero: mandó al banco a Lucchetti, el subcapitán, y le dio la titularidad a Ayala, el hombre que ya le había ganado a Boca en La Bombonera (1-0, gol de Leandro González) y, meses antes, empatado (0-0) con Boca Unidos, cuando el equipo ya se había consagrado campeón de la B Nacional.

Ayala no se siente una cábala del técnico por no haber recibido goles en los tres encuentros oficiales como titular. “He leído a varios DT de todo el mundo que han declarado que el jugador que no juega los fines de semana no es completamente feliz. Es verdad, porque todos los que amamos esta profesión tenemos ese objetivo”, explica el padre de Agustín, de cinco años, y marido de Julieta, a quien conoció durante su paso por Independiente Rivadavia, de Mendoza, antes de despedirse del “Xeneize”.

“Boca es un mundo aparte. Genera todo el tiempo algo”, asegura Ayala, cuyo nombre bíblico significa “salvación”. En casa del “Rojo”, una intervención suya, achicándole el ángulo de tiro a Diego Vera, evitó lo que podría haber sido un empate parcial en uno.

Si hay un tiempo explícito para entrar en ritmo de competencia, el invicto arquero de Atlético no lo sabe. “Y no, no sabría qué decirte. Lo que sí sé es que como todo en la vida, las personas tenemos nuestros momentos buenos y malos. Hoy, el mío me hace sentir muy bien. Espero aprovechar lo que venga”, habla en un tono bajo Ayala, que desde chico supo que el arco era su lugar en el mundo. Jamás pensó en probar otra posición.

“Desde los cinco años, que yo recuerde, quise ser arquero. Es más, cuando me fui a El Porvenir, pedí el arco. Y después en las inferiores de Boca, que hice desde infantiles hasta llegar a Primera, también fui al arco. Quizás en Novena, cuando quedé de cuarto arquero, pude buscar otra opción, pero no. Todo era una cuestión te talla. Mis compañeros llegaban al metro 70 y yo apenas pasaba el 59”, recuerda.

Ayala se define así mismo como un artista de la construcción. “Cada ladrillo que intento colocar en una pared imaginaria tiene que ser perfecto. Aprendí que todo llega a su tiempo. En Boca estuve casi un año y medio hasta que se me dio la oportunidad de debutar. Lamentablemente, no me fue bien (0-3 ante Colón). Lo bueno de todo eso es que me sirvió de experiencia”, reconoce el Josué que nunca pierde la fe. “Cada día me entreno con la ilusión de estar. Obviamente, uno se da cuenta cuando está un poquito más cerca o más lejos. Todos los días podés ganarte un lugar o perderlo”, dice.

De las puertas hacia afuera, el cuerpo técnico de Atlético genera diferentes sensaciones en el aplausómetro. Es especial. Pero de las puertas hacia adentro, los jugadores no reparan en elogios. “Que para el técnico seamos todos iguales, y lo digo sin apelar al verso, es clave en un futbolista. Es muy difícil no estar bien así, con ese empujón”.

Si el entrenador acompaña, ni hablar del compañero de concentración. “Desde que se dio todo esto, Cristian siempre estuvo apoyándome. En el precalentamiento con Independiente, durante el partido y después. Somos profesionales los dos y estamos capacitados para esto. Coincidimos en que lo que decida el técnico, estará bien. Los dos estamos entrenados de la mejor manera. Que ataje yo o él da igual; queremos lo mejor para el equipo”.

En la mesa de una heladería de Yerba Buena, Ayala promete un city tour por Santiago del Estero, donde un cabrito a la parrilla esperará al equipo de LG Deportiva. Allí todavía tiene raíces. Sus abuelos. La invitación está, pero por las dudas, sale el recuerdo de sus dotes actorales ante el “Rojo”, al que le quitó el sueño.

Se lo vio algo oxidado cuando tuvo que hacer tiempo, eso sí. “¡Ja! Esas cosas las vas perdiendo. En un entrenamiento, olvidate que hago eso, ja. Hay que practicarlo pero en partido... ja, ja, ja”, bromea Ayala, el Ayala que confiesa ser lo que es gracias a papá Mario.

“La responsabilidad y el hecho de perseverar que tengo me lo ha marcado mi viejo. Jamás falté a un entrenamiento, tampoco me importaba viajar tres horas todos los días (desde los 11 años) para entrenarme en Boca. Era lo que yo quería para mí. Y bueno, acá estoy”.

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