No todo está como era entonces

No todo está como era entonces

La película, un clásico noventoso, cumplió 20 años y los celebra como es debido: en pocos meses se estrenará la secuela, basada en otra novela de Irvine Welsh (“Porno”). El escritor escocés es la estrella por estos días del Filba, festival literario que se desdobla entre Montevideo y Buenos Aires. Entre tanto que se habla de “Trainspotting”, ¿por qué vale la pena verla hoy?.

-DOS DÉCADAS DESPUÉS. Ewen Bremner (Spud), Ewan McGregor (Renton), Jonny Lee Miller (Sick Boy) y Robert Carlyle (Begbie), tal como se los verá el año próximo en la esperada “T2”.-
-DOS DÉCADAS DESPUÉS. Ewen Bremner (Spud), Ewan McGregor (Renton), Jonny Lee Miller (Sick Boy) y Robert Carlyle (Begbie), tal como se los verá el año próximo en la esperada “T2”.-

“Si filmamos la segunda parte de ‘Trainspotting’ va a ser una vergüenza”, sentenció alguna vez Ewan McGregor, cuya carrera actoral fue tan ambivalente que fluctuó entre Obi-Wan Kenobi, Peter Greenaway, Dan Brown, Todd Haynes. Michael Bay y Roman Polanski. Eso se llama eclecticismo. Claro, por esa época McGregor estaba peleado con Danny Boyle y no mostraba interés en meterse nuevamente en la piel de Mark Renton. Distinto era el caso de Robert Carlyle: “lo haría gratis”, dicen que dijo el alter ego de Francis Begbie.

A todo ese palabrerío se lo llevó el viento del rodaje. “Trainspotting 2” (a partir de aquí “T2”) es una realidad tan inminente como el estreno, confirmado para enero de 2017. Mientras tanto el revival noventoso se mueve al ritmo del cumpleaños número 20 de la película y del desembarco rioplatense de Irvine Welsh, en el carácter de escritor estrella del festival de literatura Filba. A Welsh, que dejó Escocia para instalarse en la muy civilizada Chicago, nunca dejarán de preguntarle sobre el universo Trainspotting. Contestará siempre con una sonrisa, porque a fin de cuentas ¿dónde estaría él sin Renton, Begbie, Spud y, en especial, su querido Sick Boy?

Al libro/secuela lo había servido en bandeja Welsh en el lejano 2002. Pero Boyle, de lozanos 40 años cuando hizo de “Trainspotting” un superéxito, siempre supo que el título de la novela (“Porno”) no tenía destino de marquesina. “T2” revisita a los protagonistas aunque tomándose tantas licencias como hizo John Hodge para escribir su guión en el 96. Al cordón umbilical entre libros y películas Boyle lo cortó siempre a voluntad.“T2” está delineada a cuatro manos, porque Hodge nuevamente forma parte del equipo.

En algún lugar de Escocia...

En 1976 buena parte de la juventud británica reivindicó el anarquismo a caballo de una certeza: “no hay futuro”. La opción propuesta por el punk no podía ser otra que dinamitar el sistema. Veinte años más tarde, “Trainspotting” advirtió que las batallas contraculturales estaban irremediablemente perdidas. A Renton, Sick Boy, Spud y Begbie sólo les interesó ocultarse en los pliegues de ese mismo sistema y ordeñar al Estado a más no poder (son brillantes las escenas en las que sabotean las entrevistas de trabajo). Mientras tanto se atiborran de heroína. Los 80, tan vertiginosos como las estrellas pop que brillaban en la flamante MTV, eran el universo de la cocaína. Para el desencanto de los 90, grises y deprimentes como las urbanizaciones escocesas en las que transcurre “Trainspotting”, nada más apropiado que una droga capaz de borrar los límites de la realidad.

Era curioso cómo se demonizaba “Trainspotting” en aquella época. Tal resultaba la obsesión por considerarla una apología de la heroína que no se miraba el bosque. Alguien había decretado el fin de la historia y el neoliberalismo meritocrático, tan superfluo como la sociedad de consumo, era el modelo a seguir. La película hablaba de eso y muchos ojos sólo veían un grupo de gente drogándose. En fin.

“T2” afronta infinidad de desafíos. La biología hizo de las suyas: McGregor, Jonny Lee Miller (¡el primer marido de Angelina Jolie!, Sick Boy para más datos) y Ewen Bremner (Spud) son caballeros que doblaron la curva y empiezan a acercarse a los 50 años. Carlyle es bastante mayor (nació en el 61). Habrá que ver si la maravillosa química entre ellos vuelve a fluir.

Lógico, el tiempo ha pasado en “T2”. Sick Boy regentea un pub y habilita el primer piso para el rodaje de películas porno; Renton es amo y señor de un boliche en Holanda; Spud está obsesionado con su propia muerte, que habilitaría el cobro de un seguro jugoso; y Begbie sale de la cárcel con ganas de vengarse de ya saben quién. Hasta aquí los disparadores del libro.

Pero más allá de la historia, Boyle sabe que la carga simbólica de “Trainspotting” es demasiado poderosa y por eso los niveles de exigencia que aguardan a “T2” son peligrosos. Hay una imaginería visual icónica: el hundimiento en la camilla, la escena del inodoro, el bebé muerto/reptando por el techo, los balinazos en el parque, la agonía de Tommy, y así. Pero, por sobre todo, la captura casi documental de una época traducida en diálogos, hábitos, locaciones, música. Uff. Demasiado.

Sick Boy es una enciclopedia viviente... si de James Bond se trata. Puede ser una nota al pie, pero no. Habrá que ver si “T2” sintoniza con esa capacidad para preguntarse: ¿qué es lo realmente importante? 


La lista de reproducción perfecta, antes de Spotify

Iggy Pop y David Bowie calzaron una runfla de personajes de William Burroughs en una canción, equipararon al amor con el arte de hipnotizar gallinas y le pusieron por título “Lust for life”. Genial el tema y genial la idea de usarlo como pivot del soundtrack de “Trainspotting”, uno de los mejores de la historia del cine.

El CD salió en julio de 1996, cuando YouTube, Spotify y el concepto de lista de reproducción eran una idea buenísima, pero lejana. Pero resulta que “Trainspotting”, como banda de sonido de una generación o como preciso muestrario de lo que se escuchaba en un tiempo y un lugar, constituye la lista por excelencia. Así, con ese orden, esa cadencia. Prohibido apelar al fast forward.

El seleccionado de clase A formado por Danny Boyle gana en todas las canchas. Las suites bellas e inspiradas que regalan Brian Eno, Primal Scream y Leftfield se articulan con el himno house de Bedrock al que KYO le puso voz y voto. Y está el “Born slippy” de Underworld, machacado al extremo de futbolizarlo por estas playas -cerveza mediante-. Sí: “gol, en tu cabeza hay un gol”.

Sleeper se animó a versionar a su majestad Debbie Harry con “Atomic” y quedó a la altura. No es poco. New Order aportó uno de sus hits incombustibles (“Temptation”), la dupla Iggy-Bowie le sumó una de sus odas al reviente (“Nightclubbing”) y Jarvis Cocker destila elegancia (“Mile end”). Y también suena Elastica, que se consumió tan pero tan rápido.

Si el panorama musical británico de mediados de los 90 era un campo de batalla, Boyle le levantó el brazo a Damon Albarn y prescindió del rock de estadios de los hermanos Gallagher. No, no hay canciones de Oasis en “Trainspotting”; en cambio, Blur aporta la juguetona “Sing” y el propio Albarn cierra el disco con uno de esos arreglos que de tan sofisticados suenan a consentido capricho de un dandy moderno.

Discazo por donde se lo mire (después salió el CD “verde”, una colección de bonus tracks con descartes de la mesa de edición y temas adicionales), “Trainspotting” hubiera sido igual de bueno si apenas hubiera contenido el “Perfect day”, de Lou Reed. Y pensar que hoy se lo puede escuchar gratis, de punta a punta, y a un clic.

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PUNTO DE VISTA

Aguafuertes de una sociedad adicta al consumo

MARÍA CECILIA LÓPEZ / Licenciada en Letas - Docente


Relato magistral, vertiginoso y desgarrador sobre un grupo de jóvenes escoceses consumidores de heroína, “Trainspotting” es también el relato de nuestros jóvenes argentinos consumidores de paco en las villas, y de Superman en las fiestas rave. Es tristemente transversal a los espacios, a los tiempos, a las culturas. Es un disparador, una excusa para pensar el sistema y su funcionamiento desde múltiples aristas.

“Trainspotting” es a la vez un ensayo sobre el consumo en un sentido amplio y complejo, que disuelve y excede la dicotomía legalidad/ilegalidad. Pone en evidencia la inutilidad de esta distinción ante una sociedad adicta a las cosas que el mercado designa imprescindibles. Destroza de forma rotunda la hipocresía social y los prejuicios que esta erige, relativizando absolutamente todo. El personaje de Begbie lo ilustra a la perfección: consume sólo drogas legales -alcohol y tabaco- pero es más violento que todos los otros. El sistema es violento y Begbie refracta la violencia del sistema.

El profundo existencialismo de estos jóvenes escoceses se traduce en cuestionamiento y atenuación del valor y del sentido de la vida, en la preponderancia del sentimiento de vacío y del absurdo de todas las ficciones de confort consumidas. Es el mismo que el de los jóvenes de nuestros barrios que salen a “ganar un cuero”, cueste lo que cueste, la vida que sea, la propia y la ajena, con la total incertidumbre de volver, para después trocarlo por droga.

Los padres de Renton, figuras desdibujadas por el nuevo referente, el dealer (al que llaman no casualmente “madre superiora”), no pueden no remitirnos a las desesperadas “madres del pañuelo negro” que afrontan una batalla titánica contra los transas para salvar la vida de sus hijos adictos.

Es un drama desestabilizante que no nos deja hacer pie desde el momento en que esos drogadictos, lejos de habitar el delirio, son los más lúcidos y conscientes de la siniestra trama del sistema en la que nos vemos entrampados.

La metáfora de todas las exclusiones, ser un paria escocés (o en términos de Renton, ser lo más bajo de lo más bajo de la civilización: colonia de los ingleses), no está lejos del sentir de los habitantes del llamado tercer mundo en relación a la dependencia respecto a los del primero, y de los de infinitos márgenes, concéntricos a centros de referencia colapsados de autómatas que traccionan a sangre la maquinaria feroz que es el capitalismo.

En suma, si no podemos pensar “Trainspotting” como algo más que un hecho artístico impecable, como algo más que un repertorio de postales por demás miméticas del universo del consumo de drogas “ilegales”, si no podemos hacer del arte un vehículo no sólo de reflexión que complejice nuestra percepción del mundo; sino de acción, de ver qué propuestas transformadoras hacemos, entonces no sé de qué nos sirve su vigencia en particular y de qué el arte en general.


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