Las pesadillasdel progreso

NOVELA

AMÉRICA ALUCINADA

BETINA GONZÁLEZ

(Tusquets - Buenos Aires) 

A mitad de camino entre la narración distópica y la sátira social, la nueva novela de Betina González funciona como una fábula del capitalismo tardío. América Alucinada medita sobre el desamparo, el miedo a la crisis ecológica y la decadencia de las relaciones humanas a principios del siglo XXI.

En una ciudad que nunca se nombra, el paisaje frío y agreste sirve de escenario para una epidemia: cientos de padres abandonan a sus hijos. Lo hacen en espacios públicos, para escaparse de las responsabilidades de la vida urbana y refugiarse en el campo. Pronto, la ciudad se llena de niños a la intemperie. Las autoridades se niegan a confundirlos con huérfanos comunes y proponen un tratamiento especial para los hijos de los “desadaptados”. La sociedad se va disgregando a medida que se trastocan las relaciones de los hombres entre sí y de los hombres con el medio ambiente.

Militancia y resistencia

En el seno del sueño bucólico también se esconde otra peste: los ciervos que viven en el bosque, que rodean a la ciudad, se vuelven cada vez más violentos, responden contra los intrusos y avanzan hacia las casas. Los vecinos se dividen entre la militancia ecologista y una resistencia armada.

Cuatro voces componen la novela, hilada por una prosa socarrona y jocosa. Como en un diálogo de personajes extraños, aparecen Beryl, una mujer mayor que vivió la frustración del sueño setentista y se transformó en el general de los cazadores de ciervos, y Vik, el curador de una exposición del museo de Ciencias Naturales, que descubre a través de un complejo sistema de seguridad a una mujer que ha vivido en su casa y disfrutó de sus comodidades.

Sujetos abandonados, encerrados como islas y sostenidos por aparatos tecnológicos ante una naturaleza hostil; metáfora del hippismo, del miedo latente a la naturaleza y la destrucción de la familia como núcleo protector, América Alucinada constituye una narración coral sobre las pesadillas del progreso.

© LA GACETA

Salvador Marinaro