La pantalla no mata al libro y los ejemplos están a la vista

La pantalla no mata al libro y los ejemplos están a la vista

“La biblioteca. Libros que internet no puede reemplazar”, dice el epígrafe de una foto publicada en LA GACETA de ayer. Es un artículo sobre la vida en el seminario de los futuros sacerdotes. Los volúmenes alineados en la imagen tienen un denominador común: lo avanzado de la edad y lo continuo del uso. Se deduce que no están digitalizados. La foto puede parecer una trinchera anacrónica, caballos embistiendo contra tanques, los estertores del papel ante el ¿inapelable? reinado de las pantallas. Pero no es lo que sucede en la calle, donde a puro entusiasmo e imaginación el libro sigue dando pelea.

La Feria de Editores realizada este mes en Buenos Aires dio cuenta de la fortaleza de los sellos independientes, a quienes la batalla con los gigantes de la industria no los achica. Al contrario; cada vez son más los escritores que eligen editoriales pequeñas y autogestionadas para canalizar su obra, atraídos por la calidad de los catálogos y los pactos de fidelidad que mantienen con los lectores. Publicar en Eterna Cadencia, Interzona, Beatriz Viterbo o Mardulce (y siguen las prestigiosas firmas) es toda una conquista.

Este modelo se replica en Tucumán, con las lógicas diferencias de escala. Se comprobó durante el reciente Festival Internacional de Literatura (FILT), cuyos debates volvieron más de una vez sobre estos temas. Cómo y dónde publicar; en qué medida conviene seguir apostando por el papel; cuáles son las estrategias de difusión y crecimiento para las editoriales independientes... De todo esto se habló en paneles y pasillos. El FILT, vale subrayarlo, nació como una inquietud de jóvenes escritores (Sofía de la Vega, Julián Miana, Ezequiel Nacusse y Blas Rivadeneira), quienes encontraron el respaldo del Fondo Nacional de las Artes para concretarlo. Son protagonismos desacostumbrados para los rígidos parámetros de la cultura oficial.

El día a día es una sucesión de presentaciones de libros, saludable ejercicio al que muchos le habían fijado fecha de vencimiento. Novelas, cuentos, poesía, microrrelatos, la producción literaria tucumana, sostenida, encuentra el camino para llegar al libro. De la inagotable cantera de Adolfo Colombres (“La eternidad”), pasando por las historias breves de “Cuaderno Laprida” a los cuentos de Santiago Garmendia (“Mal de muchos”), durante las últimas semanas los escritores desfilaron ante el público y su producción vio la luz. Hubo varios más, por cierto. Ejemplificar siempre será un acto de mezquindad.

Tomemos la próxima semana, elección casi azarosa. Tres libros serán presentados, claro que englobando en este caso el campo de la no ficción en el que se visibiliza la mano del Estado, sobre todo a través de la universidad. El martes será el turno de “Tucumán en llamas-El cierre de los ingenios y la lucha obrera contra la dictadura (1966-1973)”, de la investigadora Silvia Nassif; mientras que el viernes la actividad se multiplicará por dos con “Vida y obra de Dora Fornaciari”, de Arlette Neyens, y “Palimpsesto profano-La escritura de Washington Cucurto”, de Martín Aguiérrez.

El escenario es de voluntad y compromiso por llevar la producción al más clásico de los soportes, desde la literatura, la academia, el ensayo o cualquier otra variable capaz de derivar en un libro. En algunos casos, casi como un gesto de reivindicación y de amor por la palabra impresa. A Tucumán Zeta, que es una revista digital de crónicas, nada la obligaba a trasladar esos textos al papel, pero lo concretaron, tal como hizo Anfibia -otra revista digital- en Buenos Aires.

Hay un volumen generoso de obra publicada, los desafíos pasan por encontrar los canales de difusión para que llegue a los lectores. Siempre será una pelea desigual con los gigantes editoriales, cuyos títulos copan los anaqueles de las grandes cadenas de librerías. El mercado es una autopista y los lectores se mueven por múltiples carriles, en buena medida a la velocidad que marcan las redes sociales. “A su salud”, investigación de los periodistas Irene Benito, Fernando Stanich e Indalecio Sánchez sobre el patrimonio del gobernador Manzur, vendió desde el año pasado casi 2.500 ejemplares. Para los parámetros actuales de la industria, eso es prácticamente un best-seller, mucho más tratándose de una edición tucumana independiente.

“Sarmiento y yo somos los mejores escritores. La diferencia es que él publica y yo no”, dice Rosas en “El farmer”, la extraordinaria obra teatral basada en la novela de Andrés Rivera que se vio hace algunos días en el San Martín. Publicar en blogs o en las redes sociales está al alcance de todas las manos, pero la pasión por el viejo y querido libro sigue lejos de agotarse. No hace falta preguntar por qué.

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