Voces disonantes

Voces disonantes

Hasta hace poco levantar la voz era sinónimo de problemas y una andanada de ataques acallaban las críticas. En estos días se oyeron algunos reclamos. Algunos son los mismos de siempre y otros no. No obstante, son advertencias que invitan a tomar cartas en los asuntos.

Manzur hace equilibrio sobre un cable. A veces es una bailarina que disfruta y se mueve con agilidad como cuando organiza el encuentro con los empresarios argentinos que vendrán a la provincia. En esas actividades va y viene, de una punta a la otra, como gran agilidad. No le hace falta una barra. En cambio, cuando se trata de plata tambalea y no le es fácil avanzar aún con la ayuda de su barra. La actitud del gobernador sorprende porque es notablemente diferente a la “manu militari” que venía aplicando José Alperovich en los últimos 12 años. Hasta los cuerpos colegiados hacían lo que el gobernador les decía. No había debates, sólo se cumplían órdenes.

En las últimas horas una de las voces que más fuerte sonaron fue la del ministro de la Producción, Juan Luis Fernández. En los tiempos del “general” Alperovich eso era inconcebible. Un ministro que levantara la voz y que se oyera por encima del mandamás no entraba en la imaginación del mundo alperovichista. Fernández se despachó. Soltó su prosapia peronista y auguró que el país que viene será pobre, hambriento y desocupado. Fue durísimo contra el esquema de gobierno que viene imponiendo el macrismo. La obediencia de vida que exigía el kirchnerismo y que practicaba el alperovichismo no hubieran admitido una crítica así al Gobierno nacional. Sin dudas hay otro oxígeno en la vida pública que permite que un ministro diga lo que piensa aún cuando contradice la política del “agradecido” que practica Manzur. Es un acto de madurez política que un ministro tenga -y sienta- la autonomía de decir lo que piensa. Y, habrá sido la confirmación de este avance si la Nación no toma represalias ante la crítica.

La otra cara

Mientras esos perfiles se dibujan en el Poder Ejecutivo, en el Judicial, ocurre exactamente lo contrario. Las palabras que sueltan sus principales autoridades se convierten en minas que van sembrando un camino explosivo. Cualquiera que pise en falso termina en una explosión cuyas esquirlas salpican por doquier. El ministro fiscal también dijo lo que piensa. Ejerció su libertad de opinión, pero fue una bomba que estalló en el centro del palacio. Dijo que la Justicia tucumana está entrando en una suerte de cambalache. El diccionario dice en su primera acepción que cambalache significa “trueque o intercambio de cosas de poco valor”. En la segunda precisa: “Acuerdo o intercambio entre dos o más partes alcanzado de forma poco transparente”. Cualquiera de las dos acepciones implican un verdadero escándalo. La Justicia reducida a un toma y daca como prácticamente lo ha descripto Edmundo Jiménez es un espanto. Siguiendo un espíritu más tanguero las palabras de “Pirincho” podrían tomar como referencia a Enrique Santos Discépolo cuando el cambalache describe un mundo donde la ley no existe. Donde da lo mismo ser derecho que traidor o ser ignorante, sabio o chorro. En esa descripción quedan igualados el burro con el gran profesor y el generoso con el estafador. Es un mundo donde no hay escalafón ni aplazados y donde el que no roba es un gil. Si fue esta veta musical la que inspiró al ministro fiscal, peor aún.

La Justicia no puede quedar hundida en ese manoseo ni en ese mismo lodo. Jiménez como buen hombre que viene de las lides políticas tuvo una picardía. Retornó al Palacio cuando todavía estaba de feria. Es decir no había entrado en funcionamiento toda la maquinaria. Por lo tanto tomó a todos de vacaciones. Pero esto no es óbice para que los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la provincia no hayan reaccionado. Han quedado atrapados en el mismo cambalache que ha descripto el ministro fiscal. Les ha faltado reacción. Los vocales estudian qué y cómo responder a Jiménez, pero hasta ahora no lo hicieron. Mañana, cuando se reabran las puertas al funcionamiento normal de los Tribunales, seguramente, habrá novedades. Es innegable que el ministro fiscal ha dado sentencia de perogrulladas que tienen la contundencia de la obviedad. Y, como tales, disfrutan de la complacencia de la costumbre.

Jiménez tiene un pecado original cual es haber sido precisamente, ministro de Justicia durante la docena de años alperovichistas. No necesitaba llegar a tener un despacho en Tribunales para haber intentado una transformación y mejoras la administración de la Justicia. Eran épocas de presupuestos abultados y casi discrecionales que se podrían haber aprovechado. Hoy este nuevo planteo de Jiménez no es posible que sea visto como un intento de transformación de los Tribunales. Por el contrario se instala como una más de las múltiples guerrillas que el ministro fiscal viene teniendo con el presidente de la Corte Antonio Gandur, quien fue sorprendido por las palabras de Jiménez en las termales aguas de Río Hondo.

Hasta ahora ha quedado demostrado que las decenas de batallas libradas no han servido más que para generar un agrietamiento de la Justicia. No ha habido ni ganadores ni perdedores. En todo ha caso, ha salido perdidosa la credibilidad y la transparencia. En este punto el Poder Ejecutivo no puede mirar de costado esta crisis. Así lo ha hecho Jiménez cuando era ministro y el gobierno de Alperovich y así han quedado todos viendo llorar la biblia contra un calefón. Peor aún, ha quedado la idea de un Poder Judicial dependiente del Ejecutivo.

En esta incapacidad para dialogar que envuelve a las principales autoridades de la Justicia la reacciones y las transformaciones parecen quedar arrumbadas en algún rincón y, por lo tanto, surgen los pescadores de río revuelto que auguran una intervención del poder. Lejos está esa salida de convertirse en una solución. Por el contrario, las intervenciones aún siendo un remedio para la enfermedad, son enemigas de la democracia pura.

En este estado de la crisis donde el Poder Judicial no encuentra su cura y donde los riesgos de autodestrucción son grandes, debería tomar carta el Poder Ejecutivo. La pregunta sin respuesta es cuál es el pensamiento del gobernador de la provincia. Desde una política mezquina, a Manzur no le vendría mal dejar que siga el proceso de deterioro de la Justicia. Si se analiza su postura con este tipo de cuestiones, lo más seguro es que elija ese camino. No obstante, los manuales del buen gobernante aconsejan que debería tomar cartas en el asunto. En ambos casos se diferenciaría notablemente de su “creador” ya que el ex mandatario miró para otro lado como le aconsejó el hoy belicoso Jiménez.

La Argentina no vive problemas nuevos. La advertencia preocupada y embroncada del ministro Fernández lleva un antecedente: “esto ya lo vivimos”, llegó a decir. La situación de la Justicia tampoco es una sorpresa. No es un río que acaba de desbordarse y obliga a dar manotazos de ahogados, por el contrario, es una historia harto conocida. Esta semana se han escuchado voces de alerta y no han habido reacciones silenciadoras. Ya es un síntoma de crecimiento. Faltan las reacciones para construir y solucionar.

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