¿Desde cuándo las apretadas de los barrabravas son “visitas”?

¿Desde cuándo las apretadas de los barrabravas son “visitas”?

¿Desde cuándo las apretadas de los barrabravas son “visitas”?
La visita es, de por sí, un episodio amable. ¡Vienen visitas!, decimos en casa, lo que equivale a ordenar un poco y preparar la mateada o el cafecito. Visitantes son los amigos, los conocidos, los parientes. O también, en otro plano, es un hecho protocolar. Visitante fue, hace unos días, Barack Obama. Visitante y anfitrión se esmeran por guardar las formas, por caerse bien. O, al menos, por atenerse a las reglas de un comportamiento decente. Además, por lo general, el visitante fue previamente invitado. Decir que la barra brava visitó al plantel de San Martín es un eufemismo tan absurdo como hipócrita. Los barrabravas no visitan, no llegan con facturas o un kilo de helado bajo el brazo para charlar sobre la crisis humanitaria en Medio Oriente. Los barrabravas aprietan, ponen condiciones, marcan la cancha, extorsionan. Presionan en el peor de los sentidos. Por eso a nadie se les ocurriría invitarlos. Claro, ellos van igual.

Los jugadores de San Martín juran y perjuran que de apriete no hubo nada, que se limitaron a intercambiar puntos de vista con los barras. Fue el martes en el complejo Natalio Mirkin, a la mañana temprano, antes de la práctica. “No pasó nada, está todo bien” es el discurso que enarbola el 99% de los planteles desde que los barrabravas, en algún momento de la década del 80, se constituyeron en lacra y fenómeno a la vez. No buchonear es un código malentendido. A riesgo de no pasar por vigilantes, los jugadores se callan, miran para otro lado. No quieren problemas con sujetos violentos y descontrolados, de los que nadie los protege. Cuando sale del entrenamiento para irse a su casa, el futbolista está solo, a merced de que cualquier delincuente con portación de camiseta le pida plata. De lo contrario puede hacerle la vida imposible, amenazar a la familia, rayarle el auto o insultarlo durante los 90 minutos de un partido. Así de perverso es el sistema.

El de San Martín es un caso curioso, teniendo en cuenta que en su devenir institucional barrabravas que se reinventaron como empresarios -los hermanos Ale- se hicieron con el dominio del club. Violentos de la tribuna que, a caballo de una crisis que fagocitó a los mejores cuadros dirigenciales, terminaron timoneando el barco. Hoy los Ale están presos, en el marco de una causa po lavado de activos. La misma suerte corre Roberto “Zapallo” Dilascio, en aquella época titular del sospechoso artilugio que canalizaba la compra-venta de futbolistas: la Gerenciadora del NOA. No es casualidad ni mala suerte que hoy San Martín transite por la tercera categoría del fútbol nacional.

El problema barra, que es de extrema complejidad política, social y económica, cruza épocas y gobiernos. No hay clubes inmunes y mucho menos en Tucumán. El 16 de septiembre se cumplirán 15 años del asesinato de Luis Gerardo Caro, perpetrado a pocas cuadras de La Ciudadela. Sergio “Flay” Roldán, condenado a ocho años de cárcel por su participación en el hecho, nunca dejó de ser cabeza visible de “La banda del camión”. El país habló de él en 2010, cuando fue deportado en pleno Mundial de Sudáfrica por indeseable. Caro tenía 13 años y ligó un balazo maldito y letal.

La bonanza deportiva de hoy no disimula la influencia y el poder de la barra brava de Atlético, cuyos referentes están ligados al poder político provincial desde los tiempos del mirandismo. José Alperovich controló el club desde su despacho de la Casa de Gobierno durante 12 años y -con los altibajos de toda relación- a los barras nunca les faltaron entradas para revender, plata para los viajes y un paraguas de protección para hacer sus negocios -ilícitos, por supuesto- en el barrio y en zonas aledañas.

A 48 horas de las elecciones ganadas por Cambiemos la barra brava de Lanús colgó una bandera con la leyenda “Macri-Vidal-Grindetti”. Comunicó así que responde a Néstor Grindetti, flamante intendente de Lanús. Ni hablar de Daniel Angelici, el macrista número uno, y exégeta de La 12, asociación ilícita que sacó a Boca de la Libertadores del año pasado y cuyos jerarcas consiguieron oro en polvo: una foto brindando con Carlos Tevez,

Mientras, el torneo interbarrial al que los porteños llaman “Primera B Metropolitana” (ni hablar de la C y la D) sigue siendo un polvorín. ¿Podía esperarse otra cosa? Esa violencia es la misma que se replica en las canchas tucumanas. En algunas, como la de Atlético Concepción, entrar y salir sin sufrir alguna tentativa de robo o una agresión es cosa de fantasía.

Este tema, el de las barras y la delincuencia en los estadios, atormenta desde hace años a los dirigentes de la Liga, que prenden velas cada fin de semana. No rezan para erradicar el caos; imploran porque les toque el mal menor. Los operativos de seguridad, carísimos e ineficientes, revelan que la Policía peca alternativamente de represora y de cómplice. A la materia prevención no la cursan, o salen todos aplazados.

No hay nada nuevo bajo el sol. De decisión política para erradicar a los violentos ni hablemos, los dirigentes levantan los brazos repartiendo acusaciones, la Justicia está en otra cosa y las fuerzas de seguridad terminan siendo funcionales al negocio. Eso sí: ahora la barra brava visita. Es gente civilizada.

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