Que las canchas de fútbol recuperen a las familias

Que las canchas de fútbol recuperen a las familias

Que Tucumán haya recuperado un lugar en la Primera división del fútbol argentino abrió un campo de amplias posibilidades desde lo deportivo. Y no sólo para el club que ocupa la plaza, Atlético, sino para el resto de las entidades provinciales, que tienen en este logro una nueva vara para medirse. Y entre las múltiples connotaciones de la conquista, hay una que sin lugar a dudas requiere de una especial atención: que los espectadores cuenten con una opción única de ver espectáculos con figuras que integran los distintos equipos, que antes sólo se seguían por televisión. Como extensión, se trata de una convocatoria abierta ya no sólo a los fanáticos “decanos”, sino a aquellos amantes del deporte, y de sus familias.

Este último punto tuvo una muy agradable puesta en escena en ocasión del partido que Atlético jugó hace algunos días en su estadio frente a Racing. La cita se vivió como una fiesta y ello pudo palparse incluso varias horas antes del encuentro. Y en medio de ese peregrinar de espectadores, el hecho de haber visto numerosas familias, grupos de jovencitas, pequeños en brazos de sus papás y abuelos acompañados por sus nietos, dio una pauta de que, cuando se logra un grado de convivencia civilizado y acorde con nuestra forma de ser pacífica, se puede lograr algo que se vio muy pocas veces en los últimos tiempos: que la familia, la gente común, vuelva a los estadios, y que lo disfrute.

Si bien Tucumán es una plaza que ofrece numerosos espectáculos durante el año, ya sean artísticos y culturales, el deporte últimamente se ha visto obligado a ofrecer acontecimientos más bien domésticos. En ocasiones, en lo que respecta a nuestros deportistas, es la televisión la que nos trae lo mejor de ellos. Lo de Atlético ayuda a torcer un poco ese paradigma, aunque en el resto del fútbol sigue sucediendo que, para ver jugar a figuras como Matías Kravevitter o Roberto Pereyra, hay que acudir a la pantalla chica. Lo mismo sucede con los representantes provinciales del automovilismo, el rugby, el básquet. Al karateca Miguel Amargós lo vimos consagrarse en los Panamericanos de Toronto por TV, y luego nunca se lo pudo ver en acción en vivo, en un estadio local.

Esa orfandad de espectáculos deportivos de nivel masivo en una provincia que a lo largo de su historia siempre los tuvo, le da más valor incluso a la plaza conquistada por Atlético. Y abre una necesidad: cuidarla, ya no sólo en el campo de juego, sino también en las tribunas.

Hay quienes sostienen que el espíritu exitista de los argentinos muchas veces frustra cualquier buena intención, cualquier sinergia que puede producirse por un hecho determinado. Es de esperar que en el caso de Atlético las voluntades vayan en una misma dirección, sin entrar en microclimas que enrarezcan cualquier ambiente. En lo que respecta a la gente, promover un apoyo masivo debe ir por el lado de lo visto en la noche del domingo pasado. Es esa una forma también de ir restándole fuerza a los barrabravas, que tanto mal han producido en los últimos años, dentro y de fuera de los estadios. Estos indeseables componentes del universo fútbol se han encargado de sembrar el caos y el terror en la mayoría de la canchas, complicando la vida institucional de los clubes (muchas veces por la inexplicable connivencia con la dirigencia), alejando a todos aquellos que de verdad aman al más popular de los deportes y a quienes sí quieren ver espectáculos de esta naturaleza, sean de la máxima categoría como de las divisiones menos encumbradas.

En la pulseada de intereses que rodea al más popular de los deportes, hay que vencer con todas las herramientas que otorga la ley la afrenta social que representan los violentos. Y ponerles fuertemente el hombro a quienes de buena fe le dan al fútbol vida, pasión y una genuino seguimiento.

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