Manzur deambula entre fantasmas
Como esos viejos autos a los que cuesta darles arranque, la gestión de Juan Manzur en la provincia ya cumplió tres meses y no ha podido aún desempastar las bujías. Exhausto, el gobernador y la administración que él conduce desde el 29 de octubre parecen sentir todavía el esfuerzo de un 2015 electoral que dejó a las arcas estatales con la lengua afuera y jadeando.

¿Cuándo arranca? Con la inversión privada y las obras públicas paralizadas, Manzur y el intendente Germán Alfaro esperan desesperados que el macrismo dé señales de vida. Fundamentalmente, de que en la Casa Rosada haya oxígeno político. Es el primer paso para que puedan acelerar sin riesgo de que el motor humee a los pocos metros. Hasta aquí, el Gobierno de Cambiemos se ha mantenido enfrascado en una suerte de revisionismo kirchnerista, y dejó librada a su suerte la discusión política. Es el principal reclamo que le formulan los aliados radicales y peronistas al entorno del presidente Mauricio Macri. La preocupación se acrecienta porque en menos de un mes comienza el período de sesiones en el Congreso, y el macrismo no tiene mayoría propia en ninguna de las dos cámaras. ¿Cómo hará un Gobierno que prometió reformas profundas para aplicarlas si no tiene los votos suficientes? Únicamente, a partir de acuerdos con los caudillos provinciales y, principalmente, con el peronismo. Es de esa tajada de la que pretenden sacar ventaja Manzur y Alfaro.

Entre fines de diciembre y principios de enero, el ex ministro de Salud de Cristina Fernández se preocupó por ofrecerles a los operadores políticos del macrismo los votos de los senadores José Alperovich y Beatriz Mirkin; y de los diputados kirchneristas Marcelo Santillán, Mabel Carrizo y Alicia Soraire. Primero, Manzur se reunió con el líder local de La Cámpora, Jesús Salim. Al famaillense le prometió “contención” a cambio de tres votos en Diputados y de lobby camporista para su ascenso en la estructura del Partido Justicialista nacional. Trascartón, el mandatario ofrendó como regalo de Reyes al ministro Rogelio Frigerio una visita del propio Alperovich. En ese encuentro, el que tomó la posta fue el ex gobernador. Alperovich no anduvo con rodeos: le dijo al titular de Interior que sus votos en el Senado estarán siempre y cuando el macrismo “respete a su gobernador”. En otras palabras, al ahora senador le aflige que las obras que baje la Nación a la provincia pasen directamente de las manos del radical José Cano y del peronista Domingo Amaya a los brazos de los intendentes opositores; principalmente, de Alfaro. Quizá por obra de la casualidad, en las últimas semanas -luego de ese mitin- el jefe municipal endureció sus críticas y reclamos a Manzur, a quien acusó de tener un discurso hipócrita.

Aunque Alperovich diga que ha elevado su voz y que camina la provincia para que Cano, Amaya y Alfaro no se sientan a sus anchas, en el oficialismo están convencidos de que, en realidad, el destinatario de ese mensaje es el propio Manzur. El ex mandatario, a la vez que refuerza políticamente a su sucesor ante la Nación, lo debilita y complica en igual proporción porque es la única manera que encuentra para seguir con aire hacia 2019. Así, el actual titular del Poder Ejecutivo deambula tironeado por los fantasmas de su mentor y de sus rivales electorales en 2015. Debe lidiar a diario con operaciones respecto de funcionarios que se van por presiones nacionales o por internas palaciegas. Es el caso, por ejemplo, del interventor de la Vivienda, Gustavo Durán, a quien desde el amayismo azuzan con la versión de que el flamante secretario de Vivienda de Macri gestiona ese lugar para un dirigente de su confianza. O de aquella renuncia que había firmado y que lograron romper antes de que formalizara el mismísimo Pablo Yedlin, a los pocos días de asumir como secretario General de la Gobernación, enojado con su reemplazante en Salud, Rossana Chahla. O de la falta de diálogo entre el ministro de Gobierno, Justicia y Seguridad, Regino Amado, y el secretario de Seguridad, Paul Hofer.

Cierto es que buena parte del malestar entre la dirigencia oficialista y de la parálisis en la gestión es responsabilidad del propio Manzur. El mandatario no ha dado respuestas a casi ninguno de los referentes de su espacio, cebados durante 12 años por un cálido alperovichismo. Basta con observar su rutina diaria para observar ese vacío: pocos son los legisladores, intendentes, concejales, comisionados o dirigentes que se acercan a la mesa de café en el Sheraton que antes de cada recorrida encabeza el mandatario.

Despabilándose

Quizá la modorra política comience a desaparecer con la cercanía del inicio del período de debate legislativo. Así como el macrismo a nivel nacional, el manzurismo y el alfarismo deberán apelar a la muñeca para transitar una gestión sin mayores sobresaltos.

El respeto, la conducción de Manzur y el rol que asumirá el vicegobernador Osvaldo Jaldo en la interna oficialista se pondrán a prueba con la designación del nuevo defensor del Pueblo. Hasta aquí, Fernando Juri Debo se presenta ante los legisladores como el elegido por el gobernador para reemplazar al ombudsman, Hugo Cabral. Sin embargo, en el bloque Tucumán Crece quieren imponer un nombre propio. En varias charlas informales entre parlamentarios coincidieron en instar a Jaldo a potenciar esa intentona. Pero hay otro elemento que enturbiará la discusión: la posibilidad de que Manzur incluya ese cargo como prenda de negociación con el macrismo. Esa alternativa tomó fuerza anoche, a horas de la visita presidencial y frente a la chance de que mañana, en esta provincia, Macri también libere los primeros recursos para que Tucumán reimpulse la obra pública.

Han pasado ya más de 90 días y, en lugar de ostentar motores nuevos y potentes, la gestión provincial se asemeja a esas motitos a las que uno acelera y acelera, pero no toman velocidad. ¿Arranca o no arranca?

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