“Tus recuerdos en Facebook”
Desde hace un tiempo, Facebook implementó una nueva herramienta, con la cual le recuerda a sus usuarios el aniversario de alguna publicación antigua. Se llama “Tus recuerdos en Facebook”, y consiste en que cuando ingresás a la red social, Facebook te muestra una foto, un video o algún comentario que publicaste ese mismo día, pero de hace uno, dos, tres o más años. Además, ofrece la posibilidad de volver a compartir esa publicación añadiendo un nuevo comentario: “qué jóvenes que éramos”; “parece que fue ayer”, “no puedo creer que me gustaba esto” o “sigo pensando lo mismo”, serían algunos ejemplos de lo que agrega la gente a sus publicaciones antiguas.

El 13 de noviembre pasado Facebook me recordó que hace exactamente un año había publicado una foto: en ella estaban, a las carcajadas, el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, y el intendente Domingo Amaya. La imagen se tomó ese día de 2014, durante una charla que compartimos en LA GACETA, en el marco de los recorridos proselitistas que Randazzo estaba realizando por distintas provincias.

No era la primera ni sería la última visita de precandidatos que recibía el diario. Durante esos días los habíamos recibido a casi todos. Ya estaban en campaña con vistas a las PASO y los dirigentes empezaban a tejer sus alianzas y estrategias electorales.

No suelo publicar en Facebook fotos de reuniones con políticos, de ningún partido o ideología, pero esta fue una excepción porque la imagen era curiosa y divertida, donde ellos se estaban riendo, realmente con ganas, y por un motivo nada menor: les habíamos preguntado cómo estaban las cosas con José Alperovich.

La herramienta “Tus recuerdos en Facebook” nunca me llamó demasiado la atención, pero el 13 de noviembre me sentí muy agradecido con la red social de Mark Zuckerberg. Esa imagen estaba repleta de información y ahora, en un contexto diametralmente diferente al del día en que se tomó, tenía muchísima más información. Rápidamente comprendí que era una síntesis fabulosa de todo lo que nos había pasado, de lo que nos está pasando y de lo que nos pasará a los argentinos.

Veamos algunos datos, conclusiones y enseñanzas que pueden obtenerse a partir de una sola fotografía.

Los argentinos estuvimos más de un año en campaña electoral. Y casi un año y medio, si partimos de los primeros precandidatos que visitaron el diario, allá por julio de 2014, cuatro meses antes que Randazzo.

Casi un año y medio de bombardeo proselitista en los medios de comunicación, escritos, digitales, radiales y televisivos, en carteles y afiches por todas las ciudades, rutas y caminos, en actos políticos y caravanas, en inauguraciones de obras, reinauguraciones y recontra reinauguraciones de las mismas obras. En discursos, mensajes y (“como olvidarme hoy de ti, oh Marylin, Marylin”), las decenas de cadenas nacionales, eternas, autorreferenciales, disociadas de la realidad, sin inflación, sin pobreza, sin problemas, salvo los que inventa la oposición intergaláctica.

Casi cien horas frente a la pantalla lleva la presidenta, multiplicado por todas las pantallas de todos los canales, algo que por otra parte sale mucha plata: cada Cadena Nacional le cuesta en minutos a la televisión argentina aproximadamente 3,5 millones de pesos, en promedio.

Más de un año de derroches faraónicos de dinero en publicidad, transporte, actos, clientelismo y logística electoral. Cientos de miles de horas hombre de trabajo invertidas al servicio de los precandidatos, luego los candidatos y finalmente de nuevo los candidatos. Tremenda cantidad de dinero, tiempo y esfuerzo, durante más de un año, en un país que no puede darse semejante lujo, con tantos millones de pobres, tantas necesidades básicas insatisfechas y tanta carencia de infraestructura.

Las campañas, además del dispendio bochornoso que representan, acarrean otro efecto tóxico sobre la población. No sólo el hartazgo de vivir meses y meses ametrallados por jingles y consignas anodinas, cursis y berretas, sino que llega un momento en que a la sociedad se le hace imposible discernir entre la realidad y la ficción electoralista. Todo lo que dice un funcionario está sospechado de demagogia proselitista y todo lo que denuncia un opositor también está teñido de oportunismo.

Y si esta situación, además, se extiende durante tanto tiempo, se genera un clima de pseudo anarquía, en donde parece que nadie gobierna y nadie controla, porque lo único que importa es ganar las elecciones.

La fotografía también nos recuerda todo lo que pasó este último año en materia política. Allí están Randazzo y Amaya, representando al kirchnerismo más vernáculo y puro, hablando mal de Daniel Scioli y de Alperovich, aclarando que ellos no son parte del proyecto nacional y popular de Néstor y Cristina, que son herederos de las políticas neoliberales de los 90, y que son empresarios antes que militantes.

No hace falta recordar todo lo que ocurrió entre aquel día y hoy, además es imposible, porque necesitaríamos un suplemento para narrar todas las idas y vueltas “ideológicas” de la campaña argentina. Sólo subrayar que hoy Amaya es parte de la oposición a Juan Manzur y aliado estratégico de José Cano y Mauricio Macri. Y que Randazzo fue traicionado por su propia jefa, como él mismo la llamaba. Jefa que no dejó que los kirchneristas eligieran a su candidato, lo eligió ella sola, a dedo, y optó por un “neoliberal de los 90”, para finalmente terminar sepultándolo en los últimos meses de campaña, ningunéandolo, menospreciándolo y profundizando la confrontación en sus discursos y todos los gestos que, sabía, perjudicaban a Scioli.

En esa foto están Randazzo y Amaya, por un capricho de Zuckerberg, pero si publicáramos todas las “fotos” de los partidos, alianzas y candidatos de este último año, como llegaron y vinieron, subieron y bajaron, se abrazaron e insultaron, no haríamos más que profundizar estos argumentos de confusión, hartazgo de la gente, cansancio mental y moral.

La sociedad no merece estar sometida durante tanto tiempo a tanta farsa y a semejante nivel de violencia discursiva, que más temprano que tarde termina siendo física, como ocurrió el 23 de agosto en Tucumán.

Tanto Manzur como Macri dieron señales de pacificación, racionalidad y orden. Ambos saben que el 22 de noviembre pasado, y antes incluso, la mayoría eligió un estilo diferente de convivencia, con menos confrontación, con reglas claras, con números reales y verídicos. Porque, a no confundirse, un enorme porcentaje de los votos de Scioli también pidieron un cambio, quizás más moderado o no tan arriesgado, pero cambio al fin.

En Tucumán, Manzur también sabe que el caudal de votos del peronismo está atado al más de medio millón de tucumanos que dependen del Estado provincial y nacional, directa e indirectamente, y que no son votos cautivos en tanto dependen del bolsillo. En comunas y municipios del interior esa dependencia estatal llega en algunos casos al 100% del empleo formal. Ahora, Manzur perderá tropa de la administración pública nacional y su área de influencia, obras públicas y demás, que maneja una chequera importante, y hay tres municipios grandes en manos de la oposición.

Gerardo Morales acaba de demostrar en Jujuy, una provincia donde el Estado también tiene una incidencia fenomenal en el empleo, que garantizando los puestos de trabajo y los planes sociales pudo arrebatarle el poder al peronismo.

El escenario del país está cambiando radicalmente en el plano formal y afortunadamente se afianza la continuidad que más importa: la democracia.

Esperemos que en uno o dos años “Tus recuerdos en Facebook” nos muestre una foto más coherente, sin mesianismos unipersonales, con una sociedad más unida y no tan pendiente del bolsillo. Porque, como afirma Martín Lousteau, “si un país está siempre pendiente de la Economía es porque tiene un problema”.

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