La casa encantada
LAPRIDA 31. La fachada cuando se estaba construyendo el edificio vecino. A la derecha, en 1922, en el gran comedor, don Brígido Terán, de barba blanca, flanqueado por el gobernador Octaviano Vera y el prelado francés Alfred Baudrillart. la gaceta / archivo LAPRIDA 31. La fachada cuando se estaba construyendo el edificio vecino. A la derecha, en 1922, en el gran comedor, don Brígido Terán, de barba blanca, flanqueado por el gobernador Octaviano Vera y el prelado francés Alfred Baudrillart. la gaceta / archivo
28 Noviembre 2015

Sebastián Rosso - LA GACETA

Frente a la plaza Independencia, en Laprida 31, se ubica la sede del Centro Cultural “Alberto Rougés”. Una casa curiosa. Elegante, parece apretada y angosta, pero aun así -para la modestia tucumana- llama la atención con su techo de pizarra gris y sus ornamentos de palacete. Por el nombre que hoy lleva, y por la Fundación Miguel Lillo que alberga, se la asocia con la Generación del Centenario, ese luminoso grupo de intelectuales entre los que se contaban el mismo Alberto Rougés, Ernesto Padilla, Julio López Mañán, Ricardo Jaimes Freyre, Juan Heller, Juan B. Terán.... la flor y nata de un caldo intelectual que hace cien años estaba en su esplendor. Se tiene noticias de que se reunían en la casa de Alberto, a la vuelta, en 24 de Septiembre 351; o en la de López Mañán. Pero parece improbable que lo hayan hecho en Laprida 31.

La casa fue construida en 1913 para el empresario Julio Cainzo, un hombre concentrado en sus negocios que disfrutó los brillos iniciales del lujoso edificio. Acaso le resultó demasiado grande, pero lo cierto es que lo vendió en 1918. El comprador, Brígido Terán, figura de gran importancia de la economía y la política, fue dueño de dos ingenios y senador nacional durante 19 años. Con su ajetreo familiar la casa conservó la calma y la calidez de otra vida doméstica.

Petit Hotel

El responsable del diseño de la casa fue el ingeniero José de Bassols. Mallorquín de nacimiento, había llegado a Tucumán unos cinco años antes de levantar la casa de Cainzo. Usó de modelo un tipo de construcción muy en boga en la alta sociedad porteña, que se llamaba Petit Hôtel. Afirma la arquitecta Marta Silva que la pauta elegida anunciaba “hasta en su propio nombre, su origen francés”: en esa época, las familias y sus costumbres estaban pasando de su ascendiente criollo con leves reminiscencias europeas, a una franca “adopción de costumbres tomadas de los ingleses y de los franceses”. Se veía tanto “en la distribución y cantidad de habitaciones en las viviendas” como en nuevos tipos de muebles. “No solamente aparecen los espacios nuevos, sino también los utensilios necesarios y mostrables; y el mobiliario acorde, como el juego de comedor, los aparadores y cristaleros para exponer la vajilla, de infaltable loza inglesa”. La cantidad y la calidad de detalles; los balcones, las mansardas; los interiores altos, muy elaborados; los pisos de madera, la tapicería y los espejos, todo generaba un aire de refinamiento y de riqueza. Según afirma Umberto Eco, en su “Historia de la Belleza”, todo el final del siglo XIX está marcado por el gusto inglés. “Desde los marcos sólidos y labrados hasta el piano para la educación de las hijas, nada se deja al azar: no hay objeto, superficie o decoración que no indique al mismo tiempo su coste y su pretensión de durar en el tiempo, inmutable, como la expectativa del British Way of Life”.

Vida doméstica

Los servicios ocupaban el subsuelo; también había allí una pedana para practicar esgrima, y una bodega. La planta baja, también llamada “planta noble”, comenzaba por el hall de entrada y albergaba distintos salones para recibir gente: la sala que daba a la calle se abría a los frescos atardeceres, en una reunión de té; en las noches tórridas de verano, una cena en el salón comedor recibía la brisa del jardín posterior. En el primer piso estaban los dormitorios, y en la azotea, las habitaciones del personal de servicio.

Hay datos llamativos por el lujo que trasuntan: la casa tenía ¡seis baños! con artefactos sanitarios importados. Un montaplatos subía y bajaba la vajilla, y un estrecho ascensor movilizaba los almidonados visitantes y propietarios. Espléndida.

Pero a mediados de siglo XX el bullicio había cesado. Los herederos de Brígido Terán alquilaron la casa a la Cámara Federal de Apelaciones; allí acudía muy escaso público, por lo que pudo mantenerse prácticamente intacta. Su historia registra un auspicioso tramo final desde 1973, cuando la compró la Fundación Miguel Lillo. Protagonista fundamental de este período fue Jorge Rougés, integrante de la Comisión Asesora de la Fundación desde 1975 y la presidió desde 1982. En 1990 creó el Centro Cultural con el nombre de su padre. Hoy las habitaciones se han convertido en salas de exposición y de reunión, aulas para conferencias, oficinas y depósitos. La fundación alberga importantes bibliotecas, organiza exposiciones de arte, es sede de cursos universitarios y ha logrado ser una de las editoras más regulares de Tucumán.

Hoy, también, la casa parece desproporcionada y bajo la amenaza del enorme edificio construido su lado. Pero en 1920, la plaza con sus hoteles y confiterías, con su palacio de gobierno y su catedral, no pasaba de los tres o cuatro pisos de altura. Cúpulas, torres y antenas eran el límite superior de la ciudad. Desde el centro de la plaza se veía una línea pareja y continua: esa era la línea de horizonte.

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