Hemingway en Cuba

Hemingway en Cuba

En la isla escribió A través del río y entre los árboles, París era una fiesta, Islas del Golfo y El viejo y el mar, el libro le valió el Pulitzer y lo catapultó al Nobel. Su estilo consistía en oraciones simples, en una sintaxis casi telegráfica. El hablaba de la “teoría del iceberg”, donde los hechos flotan sobre el agua y la estructura de soporte y el simbolismo operan fuera de la vista.

08 Noviembre 2015
Por César Chelala
PARA LA GACETA - NUEVA YORK

En uno de sus artículos periodísticos, Gabriel García Márquez relata su encuentro con Ernest Hemingway. Estaba caminando por el bulevar Saint Michel, en París, una lluviosa primavera de 1957, cuando vio, en la acera opuesta, la figura inconfundible de Hemingway. Por un momento no atinó a pedirle una entrevista o cruzar la avenida para expresarle su admiración.

Inseguro de su inglés, dijo, “no hice ninguna de la dos cosas que hubieran podido estropear aquel instante, sino que me puse las manos en bocina, como Tarzán en la selva, y grité de una acera a la otra: ‘Maeeeestro’. Ernest Hemingway comprendió que no podía haber otro maestro entre la muchedumbre de estudiantes, y se volvió con la mano en alto, y me gritó en castellano con una voz un tanto pueril: ‘Adioooos, amigo’. Fue la única vez que lo vi.”

Recordé este incidente mientras visitaba la muestra “Hemingway en Cuba” en la Biblioteca Morgan, localizada en el centro de Nueva York. En ella se pueden ver numerosos mementos de la estadía de Hemingway en Cuba, donde pasó casi una tercera parte de su vida.

García Márquez, por su parte, expresaba con aquel grito su agradecimiento a uno de los dos autores que más influyeron en su obra (el otro fue William Faulkner). Hemingway, sin embargo, no solo influyó en García Márquez, sino que lo hizo -y continúa haciéndolo- sobre incontables generaciones de escritores.

En 1928, acompañado de su primera esposa, Paulina Feiffer, Hemingway llegó por primera vez a Cuba. Sin embargo, fue su tercera esposa, la norteamericana Martha Gellhorn, con quien Hemingway eligió su casa en Finca Vigía, ubicada en una pequeña colina de San Francisco de Paula, a pocos kilómetros de La Habana.

Es su vida en Finca Vigía la que está documentada en la muestra de la Biblioteca Morgan: sus trofeos de caza, los miles de libros en sus paredes, su traje de cazador, su lugar preferido para escribir, además de numerosos objetos cotidianos.

Una medida de la influencia de Cuba en la obra de Hemingway es que allí escribió A través del río y entre los árboles, París era una fiesta, Islas del Golfo y su novela icónica de Cuba, El viejo y el mar.

Según él mismo dijo, con El viejo y el mar encontró el tono literario que había buscado toda su vida. Ese libro le valió el premio Pulitzer y lo catapultó al premio Nobel. Como dijera el comité del premio, este le fue concedido por su “maestría del arte de la narración, que demostró recientemente en El viejo y el mar, y por la influencia que ha ejercido sobre el estilo contemporáneo”.

Ese estilo consistía en oraciones simples, una sintaxis sencilla sin subordinación y casi telegráfica en su expresión. Hemingway se refería a su estilo como la “teoría del iceberg”, donde los hechos flotan sobre el agua y la estructura de soporte y el simbolismo operan fuera de la vista.

Vicio principal

Sus lugares preferidos en Cuba fueron, además de la Finca Vigía, la habitación del hotel Ambos Mundos, donde a veces se recluía para escribir más tranquilo; y sus visitas casi obligadas al bar Floridita y a la Bodeguita del Medio, visitada además por personajes como Errol Flyn, Gabriela Mistral, Salvador Allende, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Agustín Lara y muchos otros.

El daiquiri “Papá Hemingway”, inventado por él, es todavía, más de 50 años más tarde, una de las especialidades del Floridita: dos líneas de ron, un golpe de limón y dos raciones de hielo frappé, que deja la copa bordeada de escarcha.

En una famosa entrevista con el escritor George Plimpton para Paris Review, Hemingway dijo: “Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor placer, sólo la muerte puede ponerle fin”. Quizás haya pensado en eso cuando, siguiendo lo que parecía ser una trágica tradición familiar (su padre, su hermana Ursula y su hermano Leicester se suicidaron antes) puso fin a su vida en Ketchum, Idaho, con su escopeta favorita, la triste madrugada del 2 de julio de 1961.

© LA GACETA

César Chelala - Médico, periodista
y escritor. Ganador del premio
Overseas Press Club por un artículo
publicado en The New York Times.

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