Verano del 55: el milagro que no fue

Verano del 55: el milagro que no fue

EN SAN CAYETANO. La niña Elvira imponiendo las manos sanadoras, una enorme concurrencia y el mítico árbol, en imágenes testigo de los sucesos. LA GACETA / ARCHIVO EN SAN CAYETANO. La niña Elvira imponiendo las manos sanadoras, una enorme concurrencia y el mítico árbol, en imágenes testigo de los sucesos. LA GACETA / ARCHIVO
05 Septiembre 2015

CARLOS R. PAZ

ARCHIVO LA GACETA

Los tucumanos vivieron conmocionados durante el tórrido y lluvioso verano de 1955, las supuestas apariciones de la Virgen María Auxiliadora a Elvira del Valle Leiva, de 14 años, en Villa San Cayetano.

La adolescente tenía seis hermanos y vivía con sus padres en una humilde vivienda de lonas y maderas, en la manzana K, frente a la plaza central del barrio, en un predio donde actualmente funciona la escuela Lola Mora.

Todo comenzó el 26 de enero. Elvira aseguraba que en un árbol al lado del canal, se le había aparecido la Virgen, envuelta en una nube brillante de color celeste y blanco. Y que le pidió que hiciera de mediadora para curar enfermos, al tiempo que predecía grandes acontecimientos para el 26 de febrero, o sea cuando se cumpliera un mes del suceso.

Gran conmoción

Días más tarde, cuando LA GACETA publicó el hecho, la afluencia de público fue tremenda y se desencadenó una verdadera histeria colectiva. Con la esperanza de ser curados de sus males, ciegos, mudos, paralíticos y epilépticos comenzaron a congregarse en una marcha que se hizo constante, casi interminable. Se estimaba que alrededor de 20.000 personas se habían movilizado y no parecía ser un inconveniente el barro, la lluvia o el intenso calor. Claro que también aparecieron quienes comerciaron con la gente vendiendo helados, refrescos y algunos comestibles; hasta pusieron algunas carpas para ese fin.

Algunos enfermos relataron a nuestros cronistas -con lujo de detalles- cómo la pequeña Elvira los había curado “milagrosamente”, y al difundirse la noticia, la fe de los peregrinos se acrecentó. El 3 de febrero, el obispado de Tucumán informaba al clero y a los fieles de la diócesis que “habiéndose practicado la correspondiente investigación, los hechos señalados carecen, prima facie, de todo fundamento de verosimilitud”.

El domingo 6 de febrero, unas 15.000 personas, tratando de ver de cerca a la niña, destrozaron parte de su casa, obligando a la intervención de la policía. Llevaron a Elvira, primero a Casa de Gobierno y luego a una vivienda de calle San Martín al 100 en ciudad Presidente Perón (hoy Banda del Río Salí), para protegerla.

Sus seguidores, pensando que había sido arrestada, primero se concentraron en plaza Independencia pidiendo su libertad, y cuando se enteraron del último destino se trasladaron hacia la vecina ciudad del este. Allí, desde un balcón, la adolescente saludaba a los peregrinos que, eufóricos y esperanzados, arrojaban papeles con sus pedidos envueltos en pañuelos, que Elvira, luego de besarlos, los devolvía.

Cordón sanitario

La niña regresó a su casa el martes 8, atendió a cientos de personas y se retiró a orar junto al árbol de las apariciones. La muchedumbre seguía firme y la policía debió solicitar ayuda al Regimiento 19 de Infantería, que estableció un destacamento.

El día 15 las autoridades consideraron que el lugar era un foco de infección y contagio e impuso un cordón sanitario. Esto frenó al gentío, e incluso debieron regresar muchos vehículos cargados de enfermos que venían del interior y desde Santiago del Estero.

Mientras, el padre de Elvira -don Pedro Wertel Leiva- había sido arrestado porque descubrieron que colocaba un tarro debajo del árbol y varias veces por día lo retiraba lleno de “donaciones”; cuando allanaron su vivienda encontraron muchísimo más dinero, además de joyas. Según él, lo iba a utilizar para construir una gruta.

Por fin llegó el día 26, cuando supuestamente se iba producir un milagro. Se levantó el cordón sanitario y la muchedumbre asistió al rito cotidiano: el rezo con la niña y la imposición de manos. Por la tarde se armó una pelea entre la policía y numerosos individuos ebrios que los apedreaban, que fueron dispersados con gases lacrimógenos; ya eran cerca de las diez de la noche. Nada milagroso ocurrió.

Al día siguiente el cordón fue impuesto nuevamente, LA GACETA dejó de publicar notas sobre el asunto y el olvido atrapó -en poco tiempo- esta enorme manifestación de fe del pueblo tucumano.

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