Llano y 200 metros bajo el agua, Tucumán albergaba vida hace 540 millones de años

Llano y 200 metros bajo el agua, Tucumán albergaba vida hace 540 millones de años

El geológo Guillermo Aceñolaza se propone continuar esta línea de investigación apelando a la Unesco, con un proyecto internacional.

EN HORCO MOLLE. Allí funciona el instituto que cobija a Aceñolaza. El geólogo muestra la piedra hallada en Choromoro, con la huella fosilizada. la gaceta / foto de inés quinteros orio EN HORCO MOLLE. Allí funciona el instituto que cobija a Aceñolaza. El geólogo muestra la piedra hallada en Choromoro, con la huella fosilizada. la gaceta / foto de inés quinteros orio
Hace 540 millones de años lo que hoy conocemos como Tucumán estaba en el fondo del mar. Parte de América del Sur, África, India, la Antártida y Australia conformaban una gigantesca masa llamada Gondwana. Por entonces sólo había vida en el agua. ¿Y sobre la tierra? Nada, ni plantas ni mucho menos animales. Era un páramo. Guillermo Aceñolaza sostiene una roca y muestra la huella. Es una pequeña hendidura de unos 15 centímetros de largo, finita, con la forma de un gusano. Allí quedaron los restos fosilizados de una de aquellas criaturas que reptaban por el lecho marino. Esa piedra estaba en Choromoro, atestiguando qué clase de antepasados poblaban la futura Tucumán cientos de millones de años antes de que asomaran, por ejemplo, los dinosaurios.

Así de amplia es la visión de un geólogo. El tiempo alcanza amplitudes de rango difíciles de manejar, porque entre una hora y un milenio no hay diferencias. Los años se cuentan por millones, lo que convierte a la historia del hombre en un parpadeo. Somos nuevitos en este planeta, desde una perspectiva geológica lo poblamos desde ayer. “Todo está en permanente movimiento -explica Aceñolaza-. Las placas tectónicas del Pacífico se corren centímetro a centímetro sin parar, así que en algún momento nuestro continente va a chocar con Asia. Y así como llegó, la humanidad va a desaparecer. Miren a los dinosaurios: fueron los reyes del planeta durante más de 100 millones de años, hasta que cayó un meteorito en la península de Yucatán y se extinguieron”. El homo sapiens ni siquiera festejó el cumpleaños 200.000. Lo dicho: somos una banda de advenedizos en un planeta que todavía nos mira con curiosidad.

Trabajar en el Insugeo (Instituto Superior de Correlación Geológica-Conicet-UNT) es una bendición. Hay verde por todos lados. A tiro de caminata está la reserva de Horco Molle. Es el búnker de Aceñolaza, hasta que en el segundo semestre le toque cambiarlo por las aulas de la Facultad de Ciencias Naturales, donde enseña Geología Histórica. Pero hay mucho por hacer en estos días, porque esa roca de Choromoro debería multiplicarse hasta alcanzar la categoría de yacimiento, similar a los que albergan multitud de fósiles en otras partes del mundo.

La investigación de Aceñolaza despertó el interés de National Geographic, que lo respaldó por medio de una beca durante dos años. Cumplida esa etapa, el objetivo ahora es acudir a la Unesco para profundizar la búsqueda en Tucumán, en el resto del norte y, subiendo por la cadena andina, llegar a Colombia. “Lo de National Geographic fue muy valioso -apunta Aceñolaza-. Es como entrar en un club, te da una cierta pertenencia que facilita un montón de otras actividades, desde relaciones internacionales a facilidades en otorgamiento de créditos. Pero no es una institución de ciencia pura y dura, ellos necesitan el impacto mediático para funcionar. A ver... Desde esa mirada no interesa que en Choromoro hayamos encontrado el pedazo de un bicho que habla de la línea evolutiva de la vida. A ellos les hubiera encantado el hallazgo de un fósil entero y tridimensional, para poder mostrarlo”.

Lo de la Unesco (la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) es otra cosa. El proyecto propone una investigación de cuatro o cinco años junto con la Universidad Monash, de Australia. Será una fuerza de tareas internacional, abocada a reunirse para compartir y analizar los descubrimientos, y dispuesta a salir al campo para echarles el ojo a esas rocas que, para el común de los mortales, no despiertan el menor interés. Para un geólogo pueden representar un tesoro. “En algún lado debe estar ese yacimiento…”, subraya Aceñolaza, casi como un mantra.

Los científicos australianos estuvieron dos veces en Tucumán. “Quedaron entusiasmados con la potencialidad del norte argentino”, sostiene Aceñolaza. ¿A qué viene el interés? Hay una historia geológica común con Australia y con Sudáfrica. El proyecto que viene adobándose en los laboratorios pretende hilvanar esa teoría con hallazgos de especies similares a las que aparecieron en esos parajes -hoy- tan remotos. “Se trabaja con gente que es referencia mundial, jugás en Primera -dice Aceñolaza-. Para conocer la edad exacta de una roca se necesitan estudios isotópicos y cuesta 3.000 dólares cada uno. Solos, nosotros no tendríamos forma de financiarlos”.

Cuando miramos al oeste las montañas se nos antojan eternas. Nada más alejado de la realidad: son formaciones jóvenes, hermanadas por rocas que se repiten desde la Patagonia a Colombia. Rocas que, como la de Choromoro, descansaban a 200 metros de profundidad cuando los inquietos bichitos que pululaban hace 540 millones de años dejaron allí sus impresiones, como las manos que firman el cemento fresco. El de Choromoro era un organismo de cuerpo blando, con algún tipo de conexión con los gusanos marinos. Sus parientes deben estar por allí, aguardando a que los encuentren.

Se sabe que la vida empezó en el agua hace 2.500 millones de años. Hablamos de bacterias microscópicas, contemporáneas de una época en la que el planeta era una esfera convulsionada por su propia formación y por los numerosos elementos que caían del espacio. El sistema solar estaba ajustando sus reglas. Pero hace 750 millones de años la Tierra se congeló y al salir del trance la composición química del agua se había modificado. Fue una explosión vital, porque los organismos se complejizaron. Fueron agrandándose, moviéndose. En algún momento a uno le salió un diente y se armó la cadena alimenticia. En otro momento alguno se asomó a una playa. Y después pisó en firme. Aprendió a respirar oxígeno.

Contarlo en un párrafo es sencillo, aprehender el tiempo que insumió esa hazaña biológica es otro cantar. Lo que quedan son fósiles y científicos decididos a encontrarlos. ¿Para qué? Para conocernos un poco mejor, por supuesto.

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