Claramente indiferentes a la Historia

Claramente indiferentes a la Historia

La proyección de futuro que hace Manuel Díaz para su vida no va mucho más allá del ya. Vive al día. Le tocó el infortunio de haber crecido en La Costanera y lo enredó el paco (igual que a tres de sus hermanos). En 2012 terminó en un centro de rehabilitación de Misiones. Pero regresó al mismo lugar del que había partido: La Costanera. Esta vez limpio ¿Pero hasta cuándo? Sin trabajo (salvo algunas semanas al año en la cosecha del limón y changas esporádicas como cortar el pasto en alguna casa), duerme en una habitación que debe cerrar con candado para que otros adictos no la depreden. Su condición es límite: se trata de un ex consumidor que vive en un entorno de consumo del que no puede salir porque la miseria lo tiene enlazado a ese rincón brutal de Tucumán. El mismo Tucumán en el que dentro de 520 días se celebrará el Bicentenario.

El Tucumán que se acerca claramente indiferente a los 200 años de la declaración de la Independencia es violento. La agresividad, palpable como el calor y la humedad de febrero, se embotella en las calles de una ciudad desbordada de vehículos, hace colas eternas en las reparticiones públicas, se sienta detrás de la caja sin cambio de un comercio, se estaciona frente a las rampas para discapacitados, sale a arrebatar en moto, se enardece en los operativos municipales de tránsito, explota en la miseria de los asentamientos, se pudre en basurales clandestinos, se materializa en crímenes impunes como el de Paulina Lebbos y se manifiesta con crudeza en el 70% de las muertes de jóvenes de entre 15 y 24 años (¿cuántas vidas como la de Manuel habrán pasado a engrosar esta estadística del Ministerio de Salud de la Nación?). En el Tucumán incomprensiblemente agresivo de vísperas del Bicentenario, hasta las ambulancias son recibidas con palos y piedras cuando van a auxiliar a convalecientes, tal como ocurrió el fin de semana en Lules y en Alderetes.

A casi 199 años de la declaración de la Independencia, hay personas que todavía viven situaciones dignas de 1816. Por ejemplo, deben esperar con frecuencia la llegada del aguatero, es decir, del camión cargado con agua que les manda la Sociedad Aguas del Tucumán (SAT), algún municipio o los bomberos, porque las canillas de sus casas están secas. De acuerdo con la misma SAT, no hay muchas más soluciones a este problema que aguardar a que se produzcan lluvias suficientes como para mejorar el nivel de las napas que alimentan los pozos, incrementar el caudal de los ríos y la cantidad de agua que llega a El Cadillal, de donde se extrae líquido para consumo. En otras palabras, la solución depende de la naturaleza. A menos que, aclaran en la empresa, se construyan los nuevos acueductos de Anfama y de Vipos. Según sostienen en la firma, estas dos megaobras solucionarían los problemas de suministro en el Gran San Miguel de Tucumán y en la capital. Para concretarlos se requieren unos $ 800 millones, es decir, un 2,5% de los $ 31.400 millones del presupuesto provincial para el 2015. Y, obviamente, la decisión política para hacerlos.

Más allá del suministro del agua, los habitantes de la tierra de la Independencia aún no pueden independizarse de los caprichos de la naturaleza, que en pleno siglo XXI siguen condicionando su calidad de vida. Así, cuando el termómetro supera los 35 grados y aumenta la demanda de electricidad, EDET se ve obligado a realizar cortes rotativos debido a las limitaciones que existen en el sistema de transporte de energía. Y si en el cielo empieza a formarse una tormenta es mejor alejarse de los canales que recorren la ciudad, especialmente del Canal Sur. El caudal de agua que generaron las últimas lluvias hizo colapsar sus muros y barandas en varios sectores. Desde entonces, sus vecinos se preguntan si aguantará hasta que pase la temporada de tormentas sin generar una tragedia (o varias).

El Bicentenario es mucho más que una fecha que se acerca inexorablemente. Es mucho más que los festejos que se organizarán muy probablemente de manera apresurada recién después de las elecciones. En realidad, puede convertirse en la excusa perfecta para empezar a pensar y a debatir en qué Tucumán queremos vivir: si nos quedamos con el que condena a los jóvenes como Manuel, privilegia la violencia y recorta calidad de vida, o empezamos a construir (todos, los ciudadanos y sus representantes) uno más generoso.

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