Los niños sabios de Anca Juli

Los niños sabios de Anca Juli

Estaba en medio de la montaña. Pero no era de esas típicas montañas verdes, llena de árboles, musgos, pájaros, y hojas por donde se la mire. Era una montaña más bien amarilla. Repleta de piedras y tierra arcillosa. Era una mañana de sol tibio y, a lo lejos, podía verse unos caballos que pastaban. En otra cumbre, más distante todavía, podía verse una docena de cabras clavando sus pezuñas entre las rocas.

El cine móvil había llegado por primera vez a la montaña de Anca Juli. El pequeño pueblo, donde viven apenas un puñado de familias, estaba de fiesta. Poder ver una película en una pantalla grande con audio potente, con actores de verdad, era motivo de celebración, por supuesto, en un lugar donde no hay televisión. Aquel día de mediados junio, curiosamente, ni el viento soplaba. En Anca Juli, la gente vive a más de 2.600 metros de altura sobre el nivel del mar. Sólo se puede llegar a caballo, a pie -durante más de seis horas-, en moto enduro o en helicóptero. Aquella vez, todo el equipamiento del cine móvil subió en un Bell 347, con hélice de 10 metros de diámetro, en apenas 12 minutos.

Los niños estaban alborotados por el cine. Al final de la proyección aplaudieron y algunos pedían que pasaran toda la película por segunda vez.

La maestra los llevó al patio, donde el sol del mediodía dibujaba sombras cada vez más cortas. Algunos chicos jugaban al fútbol; las chicas saltaban la piola. El bullicio de niños se oía cada vez más fuerte. Pero había otro grupo de chicos, ajenos al resto, sentados en el portal de la escuela que miraban en dirección a los caballos. De pronto, uno de ellos dijo ahí viene. Sí, ahí viene, respondió otro. Ya va a aparecer, comentó otro. En cuclillas con el mentón sobre las rodillas hablaban entre ellos. ¿Qué es lo que viene?, les pregunté. El helicóptero, dijeron casi a coro. Giré sobre mi espalda para ver; en un segundo, volví la mirada y no había ninguna señal de helicóptero por ningún lado. Sólo se veían caballos y cabras… ¿Cómo saben que viene el helicóptero?

Por el ruido, respondieron. El fotógrafo, que me acompañaba aquella vez, miraba tan sorprendido como yo todo a su alrededor. Hicimos silencio, pero no escuchábamos nada. Por más esfuerzo que hacíamos no lográbamos escuchar absolutamente nada.

Los niños reían. Uno de ellos desafió como en un juego de apuestas y dijo: en aquella loma va a aparecer en diez, nueve, ocho, siete... hizo una pausa más larga... cinco, cuatro... aceleró la cuenta... tres, dos y ahitá dijo, señalando a la distancia. y aparecieron, primero, las hélices, después, la aeronave completa con el piloto, que volvía a llevarse el cine móvil. Aquella vez, en Anca Juli, los niños descubrieron el cine y demostraron cuánto conocen sobre los sonidos de la naturaleza y los ruidos que son ajenos a ella.

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