La mujer invisible
No lleva nada que llame la atención. Su atuendo siempre es negro: usa polleras por debajo de la rodilla, camisas con botones, zapatos chatos y una bolsa de tela como cartera. Está siempre impecable, aunque no huele ni a jabón ni a perfume importado. Es como si no tuviera olor. Usa siempre el pelo peinado al costado, dejando bien ordenados sus rulos. No sonríe; ni sus ojos saltones lo hacen. Todo en ella puede pasar inadvertido. Pero alguien se dio cuenta de su existencia. A esa mujer de no más de 40 años se la puede ver en todas (o en casi todas) las vernissages de los espacios culturales de San Miguel de Tucumán; por lo menos, es lo que se ha podido comprobar hasta ahora. En esas presentaciones de muestras fotográficas, de pintura, de libros, de música… de lo que fuere, la mujer invisible no interactúa con otras personas; hasta se enoja cuando alguien la roza sin querer. Come, bebe y luego desaparece.

Alguna vez se la vio caminando por la avenida Mate de Luna en dirección al centro. Pero nadie dice saber dónde vive, ni quién es. Lo único que ha cambiado durante este tiempo es su pelo: ha pasado del negro a un gris repleto de canas.

La última aparición suya que se recuerda ocurrió el viernes pasado en el museo Timoteo Navarro. Antes se la había visto en la presentación de un libro, en el salón Auditorio de la Legislatura. Y los interrogantes se van multiplicando con cada aparición ¿Sólo va a comer? ¿Qué le queda de cada presentación? ¿Tiene preferencia por algún artista o letrado? ¿Tucumano? ¿Lo primero que hace en la mañana es leer el diario para ver qué presentaciones habrá en el día? ¿Vale la pena sacarle ese velo misterioso para saber quién es?

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