Gladys: "soy todo lo que un hombre sueña de una mujer"

Gladys: "soy todo lo que un hombre sueña de una mujer"

Dice que es una reina sobre el escenario y sumisa en el hogar, que no le debe nada a nadie y que espera un homenaje de Tucumán... pero en vida

UÑAS AFILADAS. “Tengo carácter, pero me defino como buenita”, dijo. la gaceta / fotos de juan pablo sanchez noli UÑAS AFILADAS. “Tengo carácter, pero me defino como buenita”, dijo. la gaceta / fotos de juan pablo sanchez noli
12 Octubre 2014
Ha llorado antes de salir de su casa. No trae los ojos hinchados, pero sí una actitud embotada, casi narcótica, que lo dice todo. “Sí, estoy triste”, ratifica después Gladys Nelly Jiménez, la voz ensombrecida, el gesto parco. Con la vista fija en una servilleta que pasa de mano en mano, explica: tiene mucho trabajo y eso es una bendición, claro, pero no se combina bien con las horas de desvelo que le inflige la enfermedad de su madre. “Le diagnosticaron Alzheimer hace poco y la tengo en mi casa. Con mis hermanos nos turnamos para cuidarla y una señora nos ayuda de noche, pero ella sólo me reclama a mí. Hace tiempo que no descanso bien, quisiera dormir cinco días”, murmura, mientras dobla y desdobla la tela blanca.

No espera una devolución, tampoco el consuelo. Sigue: “y además está lo de mi hijo, Santiago. Hace un mes se instaló en Córdoba porque a Kimbara, el grupo de cuarteto en el que canta, le está yendo muy bien allá. Al principio iba y venía a Tucumán, pero se hartó de viajar y ya se quedó ahí. Para nosotros, que toda la vida estuvimos juntos, es muy raro pasar tanto tiempo separados. Está solo, imaginate que me recontraextraña. Y yo a él, mi único hijo, mi vida, mi aire”.

Gladys acerca la servilleta a sus ojos acuosos, le pinta rasguñazos de rímel. La voz se le vuelve amenazante cuando anticipa que viajará a Córdoba para hablar seriamente con Ariel, su ex marido, que vive en esa provincia. “Me voy a mandar un quilombo -dice, y tensa el lienzo con ambas manos-. No le da bolilla al hijo, no sabe si come o no, ¡Santiago se la pasa a fideo hervido! Él quiere que el hijo la pelee, que sufra como sufrimos nosotros en nuestros comienzos, pero el chico no tiene la culpa de la realidad que le toca. Mi realidad fue que a los 15 años tuve que laburar de moza, de promotora, tuve que hacer de todo. ¿Por qué voy a querer que a él le suceda lo mismo? Santiago tiene una mamá famosa que trabaja bien y un papá con guita, y no tiene la culpa de eso. No tengo por qué querer que pase por lo que yo, que veía cómo mi papá la hacía recag... a mi mamá o que empecé en la música cargando cablecitos”.

Los recuerdos le vuelven a quebrar la voz y es entonces cuando Gladys parece despertar de su embotamiento. Apura un trago de la gaseosa que ha pedido en el restaurante Mora Bistró Argentino, del hotel Sheraton, y ofrece una sonrisa resignada, la primera del mediodía. “Se me juntó todo. Así que urgente un analista, chicos”, se carga a sí misma. La servilleta se le arruga en el puño de una mano.

Una estatua para abrazar
Pero La Bomba dice no hacer terapia, o al menos no en este momento. Otras cosas le hacen bien: los tomates cherry que cosecha en su propia huerta, amasar pan casero, detenerse en su receta del relleno de las empanadas. Y antes que todo eso, por supuesto, subirse a un escenario y absorber el cariño del público. Le basta con mirar unos pocos segundos de alguna grabación de sus actuaciones para que se le difuminen las huellas del abatimiento. “Mirá, mirá, cómo aplaude la gente”, apunta. Dirá después, sin embargo, que no disfruta al encontrarse en el espejo de esos videos. “Soy muy autocrítica. Reniego con mi voz o cuando descubro que hablo mucho entre canción y canción. A veces me veo y digo ‘ay, ¿todo eso dije? ¡Qué pesada!’”. Se apura en aclarar: “pero a la gente le fascina, ¿no? Algo mágico sucede cuando canto, algún designio divino, porque puedo estar muy triste o cansada, pero ahí arriba me transformo. Es como si Dios dijera ‘mija, sea feliz por un rato’, porque a mí me hace feliz cantar...”.

- ¿Vos construiste a Gladys La Bomba o alguien te ayudó?

- (muy segura) A nadie le debo nada. Todo viene de mí, de eso que Dios me regaló, tal vez en recompensa por lo feo que viví.

- ¿Cómo es el ambiente para una mujer?

- Raro, difícil, porque es muy machista. En los 90, que fue mi época fuerte, eran todos grupos masculinos. Sólo estábamos Lía Crucet y yo, y a veces llegábamos a los shows y los hombres no nos dejaban armar el escenario. Pero siempre fui una artista convocante, nunca me fue mal.

- ¿Qué le aconsejarías a una chica que quiere ser como vos?

- Yo soy luchadora, pero siempre me pregunto por qué llegué. Porque soy súper sensible e incapaz de hacer o hablar algo de más, no soy pechadora. Además soy muda, sumamente vergonzosa; cuando todo el mundo se muere por ir a un programa de TV, yo digo que no a un montón de invitaciones. Me tienen que avisar dos meses antes para que me prepare de la cabeza, para qué piense cómo me voy a peinar, qué ropita me voy a poner.

Gladys revuelve distraída los anillos de calamar en su plato mientras acota que ninguno de los méritos de su carrera se han construido en base a escándalos (“soy una mina buenita”, se define) y lamenta que, pese al reconocimiento nacional de su figura, el Gobierno local no haya reconocido sus 30 años de trayectoria. “He llevado la bandera de Tucumán por todo el país, y nadie me paga por hacerlo. Nunca dejé mal a la provincia, donde pregunten por mí, siempre dirán algo bonito. Me gustaría ser homenajeada, que al menos ahí, entre medio de los árboles (señala al parque 9 de Julio), pongan una estatua mía, hecha por un escultor tucumano. ¿Cuánto vale hacer eso? ¡Si quieren lo pago yo! Pero quiero eso mientras viva, porque en muerta no sirve, no quiero nada en muerta -advierte, desafiante-. Quiero que los turistas lleguen, se abracen a la estatua y digan ‘ay, mirá, ¡es La Bomba!’”

Sumisa y de la casa
Para cuando Gladys se sirve su segundo plato (ahora prefiere carne rellena con papas y arroz), la tristeza inicial ha desparecido del todo. Sonríe espléndidamente cuando cuenta que ha encontrado la manera de hacer una empresa de su banda (“antes los representantes se llevaban toda mi plata”) y cuando afirma que ahora se siente mucho más conforme con su físico que en los inicios de su carrera. “Me veo más bonita, más atractiva. Antes era muy señora... en el buen sentido, no es que hoy sea una loca. Ahora cuido mi pelo, mi cuerpo. Antes, si engordaba no me preocupaba, total subía al escenario y seguía siendo la reina. La gente conserva esa imagen mía de gordita porque cuando yo me hice conocida acababa de ser mamá”.

- ¿Te gustaría ser abuela?

- ¡Ay, me encantaría! Pero una abuela joven y hermosa.

- ¿Le tenés miedo a la vejez?

- No (se queda pensando). A la vejez fea, como le toca vivir a mi madre, sí. No quiero vivir así ni que mi único hijo sufra todo lo que estoy viviendo con ella. Lo amo demasiado como para hacerlo pasar por eso.

El cariño infinito por su hijo es un tema recurrente durante el almuerzo, pero cuando a Gladys se le pregunta cómo le ha ido con los otros amores la respuesta es menos entusiasta. “Soy una desdichada en el amor, esa es la pura verdad. Siempre he sido muy buena y generosa con todos mis hombres, una esclava de la persona que tengo al lado. A todos les cambié la vida y, en cambio, a mí me pegaron una patada en el trasero después de utilizarme. Empezando por Ariel, que me engañó mil millones de veces, hasta la última pareja que tuve, un psicólogo al que le di todo y que desapareció de un día para el otro”.

Se escandaliza la cantante cuando se le consulta si siempre ha sido fiel. “¡Soy demasiado fiel! Ya es difícil para mí llegar a tener una relación, porque soy una mujer grande y de pocas pulgas, así que cuando por fin encuentro a alguien, me brindo por completo. No tendría ojos, mente ni corazón para que me gustara otro”.

- ¿Estos fracasos te han hecho más temerosa?

- Han hecho que me guste más la soledad. Hoy los chicos están en el ‘toco y me voy’, pero yo soy de otra época, eso no existió jamás para mí. Se lo dejo para mi hijo, que es varón. Porque tengo algo de machista, para mí el hombre ocupa un lugar especial y la mujer debe ser sumisa, de la casa. Está bien tener tu laburo: en el escenario soy una reina espléndida, pero en mi casa hago de todo, desde pizza casera hasta ocuparme de las plantas. Soy todo lo que un hombre sueña de una mujer. Bah, capaz que hay algunos que quieren una perra. Y eso no. Yo soy cero perra, chicos.

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