Un asaltante le disparó y la bala le rozó la cabeza

Un asaltante le disparó y la bala le rozó la cabeza

Un joven relató el violento ataque que sufrió en Laprida al 700.

Un asaltante le disparó y la bala le rozó la cabeza
10 Octubre 2014
“Todavía no entiendo la suerte que tuve”, dice Fabio Rojo mientras se corre el pelo con las manos para dejar ver una gasa pegada a su cabeza, justo arriba de la frente. La herida pudo haber sido mortal si el joven de 24 años no se agachaba a tiempo y el proyectil le perforaba el cráneo.

A Fabio le dispararon el domingo a la madrugada en calle Laprida, entre Santa Fe y Marcos Paz. El joven estudiante de ingeniería había ido a una fiesta, en esa cuadra, con un grupo de amigos. Pasadas las 3.30 decidieron irse. “Éramos seis chicas y tres varones. Cuando íbamos saliendo una de las chicas se cayó y se le rompió el zapato. Justo una amiga tenía ‘La Gotita’ en la cartera y nos quedamos en la vereda a esperar que lo pegaran cuando pasó todo”, recuerda.

Una moto con tres hombres a bordo, todos armados, detuvo la marcha frente al grupo de amigos. Los tres se bajaron y apuntaron a los nueve jóvenes para exigirles que entregaran sus billeteras y celulares. Pero Fabio no tenía el suyo: se lo habían rodado dos semanas antes en Yerba Buena, cuando también lo amenazaron con un arma. “Disculpá, loco. Te ganaron de mano. Ya no lo tengo”, le dijo al delincuente que lo apuntaba. “Debe ser que no me creyó”, piensa.

“¡Quemalo!”

“La chica que estaba al lado mío de pura casualidad tampoco había salido con celular. A una de las chicas la apuntaban en la frente constantemente”, relata Fabio. Según cuenta el joven, ninguno de ellos se resistió y entregaron todo lo que tenían. Pero no fue suficiente.

Dos de los asaltantes ya habían vuelto a subir a la moto cuando uno de ellos le gritó al único cómplice que quedaba en la vereda: “¡quémalo, quémalo!”. El ladrón levantó el arma, apuntó a la cabeza de Fabio y gatilló. “Me agaché en una milésima de segundo”, indica el muchacho, todavía asombrado. “Sólo tengo el recuerdo de una explosión, como si me hubiese explotado un petardo en la cabeza y después me hubiesen golpeado con un frasco. Me toqué la cabeza y estaba lleno de sangre”, describe. Mientras los ladrones escapaban, los amigos de Fabio buscaban un taxi para llevarlo al hospital.

“Me sentaron en el piso. Estaba aturdido, me zumbaban los oídos y estaba medio mareado”, explica el joven. Poco después llegó un patrullero del 911 y los policías lo llevaron al Centro de Salud, donde le curaron la herida y le vendaron la cabeza. El roce de la bala le había producido una herida cortante y tenía una fisura en el hueso, pero no era grave.

El papá de Fabio, que tiene el mismo nombre que su hijo, está seguro de que hubo un milagro. “El año pasado fui en bici a Catamarca a agradecerle a la Virgen porque los chicos están bien”, cuenta. Y agrega: “cuando llegué, nunca había experimentado algo igual, lo único que le pedí es que proteja a mis hijos y los guíe en el camino. Me caían las lágrimas cuando le pedía”. El hombre recordó ese momento al día siguiente del episodio que le tocó a vivir a su hijo. “Creo que ese ha sido el sacrificio más grande que hice en mi vida: ir a pedir por los chicos. Ahora tengo que ir a devolverle el favor”, afirma conmovido.

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