Por Federico Diego van Mameren
26 Julio 2014
La entrevista es una gran amiga de los que abrazan el oficio de contar lo que pasa. Es una gran compañera. Comparte café, escucha, pregunta, investiga, escudriña y sabe más que nadie de las verdades que se tiran sobre la mesa. El dueño del grabador sabe que hay “off the récord” que son inviolables como un candado herrumbrado y no podrá contar cosas; en cambio la entrevista todo lo sabe, todo lo guarda y tiene más secretos que la fórmula mágica de alguna gaseosa.
Un tema libre de Gabriela Baigorrí en el que escudriñó sobre las empatías y antipatías de algunos entrevistados abrió una serie de reflexiones sobre la entrevista, el género más sincero de la prensa. Y ayer se mezcló en el encuentro con un artista famoso, definición que se le da a aquellas personas que trabajaron mucho en su vida y que trascendieron del anonimato.
En la reunión las preguntas se sucedían buscando que el entrevistado diera algunas recetas para aprender, para crear, para entender y ayudar a crecer. Siempre los que cruzaron la barrera dicen algo que ayuda.
Del arcabuz se disparaban las más diversas preguntas en la búsqueda de verdades. En ese momento todas las preguntas parecen tontas pero todas pueden servir para dar en el blanco.
¿Cómo se despierta? Fue el penúltimo disparo y el artista empezó a describir cómo movía cada uno de sus huesos toda las mañanas para comprobar que todo estaba en orden, como él explica. La pregunta había salido para que diga “con alegría” o “de mal humor”, como suelen hacerlo muchos mortales. Pero la respuesta fue mayor.
¿Usted es feliz? Fue la otra y dijo sí, y punto. No hubo ambages ni explicaciones.
Es que aunque el periodista no lo entienda, aunque las palabras no lo digan, la entrevista dejó en claro que la vida de un hombre es tan simple como saber valorar el minuto presente y cada poquitito de sangre que fluye a cada instante. Y que la felicidad depende simplemente de ver y poder disfrutar de esas pequeñeces.
Un tema libre de Gabriela Baigorrí en el que escudriñó sobre las empatías y antipatías de algunos entrevistados abrió una serie de reflexiones sobre la entrevista, el género más sincero de la prensa. Y ayer se mezcló en el encuentro con un artista famoso, definición que se le da a aquellas personas que trabajaron mucho en su vida y que trascendieron del anonimato.
En la reunión las preguntas se sucedían buscando que el entrevistado diera algunas recetas para aprender, para crear, para entender y ayudar a crecer. Siempre los que cruzaron la barrera dicen algo que ayuda.
Del arcabuz se disparaban las más diversas preguntas en la búsqueda de verdades. En ese momento todas las preguntas parecen tontas pero todas pueden servir para dar en el blanco.
¿Cómo se despierta? Fue el penúltimo disparo y el artista empezó a describir cómo movía cada uno de sus huesos toda las mañanas para comprobar que todo estaba en orden, como él explica. La pregunta había salido para que diga “con alegría” o “de mal humor”, como suelen hacerlo muchos mortales. Pero la respuesta fue mayor.
¿Usted es feliz? Fue la otra y dijo sí, y punto. No hubo ambages ni explicaciones.
Es que aunque el periodista no lo entienda, aunque las palabras no lo digan, la entrevista dejó en claro que la vida de un hombre es tan simple como saber valorar el minuto presente y cada poquitito de sangre que fluye a cada instante. Y que la felicidad depende simplemente de ver y poder disfrutar de esas pequeñeces.
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