Por Carlos Páez de la Torre H
27 Junio 2014
DIARIO URUGUAYO. Cabeza de la publicación de “El Nacional”, edición del 24 de enero de 1839. la gaceta / archivo
Como se sabe, el 11 de noviembre de 1838, una partida armada ultimó a tiros y puñaladas al gobernador de Tucumán, general Alejandro Heredia. El 24 de enero de 1839, “El Nacional”, de Montevideo, publicó una “correspondencia de Buenos Aires” sobre el hecho, según el general tucumano Gregorio Paz. Damos una breve síntesis del contenido.
Paz narraba que, en una ocasión, Heredia había puesto preso al jefe de los asesinos, Gabino Robles, y delante de todo el Ejército, “lo llenó de los más soeces insultos, lo abofeteó y pateó”, por lo que Robles juró vengarse. El día en que Heredia viajaba a su estancia, en los suburbios se acercaron “el comandante Neirot y otro jefe llamado Casas”, y le ofrecieron acompañarlo, cosa que el gobernador finalmente aceptó. Pero se inquietó al rato, al ver que venían otros hombres detrás de su carruaje.
Cuando estaban a media cuadra, Neirot avisó a Heredia que era Robles quien mandaba el grupo, “acompañado de otro resentido llamado Paliza”. La novedad dejó al gobernador “más yerto que un cadáver, fulo, sin sangre, con la vista fija y turbia y los labios entreabiertos”.
Poco después, Robles hizo detener el coche. Increpó a Heredia: este rogó que no lo matara, y hasta le ofreció dinero. Pero Robles le acertó un tiro en la cabeza y el gobernador cayó al fondo del coche. “Ya me vengué”, dijo. Los otros desmontaron y cayeron sobre Heredia. “Lo cosieron a puñaladas dentro de la galera; echaron fuera al hijo que allí se hallaba, y también al mismo general, arrastrándolo de una pierna, pateándolo después, medio vivo, por la cabeza, cubriéndolo de heridas y abandonando su cadáver con sus insignias y condecoraciones para que sirviera de banquete a los caranchos” .
Paz narraba que, en una ocasión, Heredia había puesto preso al jefe de los asesinos, Gabino Robles, y delante de todo el Ejército, “lo llenó de los más soeces insultos, lo abofeteó y pateó”, por lo que Robles juró vengarse. El día en que Heredia viajaba a su estancia, en los suburbios se acercaron “el comandante Neirot y otro jefe llamado Casas”, y le ofrecieron acompañarlo, cosa que el gobernador finalmente aceptó. Pero se inquietó al rato, al ver que venían otros hombres detrás de su carruaje.
Cuando estaban a media cuadra, Neirot avisó a Heredia que era Robles quien mandaba el grupo, “acompañado de otro resentido llamado Paliza”. La novedad dejó al gobernador “más yerto que un cadáver, fulo, sin sangre, con la vista fija y turbia y los labios entreabiertos”.
Poco después, Robles hizo detener el coche. Increpó a Heredia: este rogó que no lo matara, y hasta le ofreció dinero. Pero Robles le acertó un tiro en la cabeza y el gobernador cayó al fondo del coche. “Ya me vengué”, dijo. Los otros desmontaron y cayeron sobre Heredia. “Lo cosieron a puñaladas dentro de la galera; echaron fuera al hijo que allí se hallaba, y también al mismo general, arrastrándolo de una pierna, pateándolo después, medio vivo, por la cabeza, cubriéndolo de heridas y abandonando su cadáver con sus insignias y condecoraciones para que sirviera de banquete a los caranchos” .
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