La clave estáen el verso
La gente escucha en silencio la historia en castellano del siglo XVII, con expresiones en desuso como “pluguiera al cielo...” y encima ¡en verso y con juegos de palabras!: “Amar por ver amar envidia ha sido/, y primero que amar estar celosa/ es invención de amor maravillosa/ y que por imposible se ha tenido”.

No hay incomodidad en la sala del teatro, mas las miradas tratan de adivinar hacia dónde va la protagonista con parrafadas que parecen las cartas del rey enamorado de Les Luthiers. Hasta que empieza a desarrollarse el conflicto. La condesa Diana, que está enamorada de Teodoro, su secretario, se entera de que él ama a Marcela, que es dama de compañía de Diana. Su condición social le impide enamorarse de Teodoro; su histeria le impide dejar que el secretario y Marcela de amen. Se transforma en el perro del hortelano: no come ni deja comer.

La historia ya se ha entendido y discurre entre equívocos, trampas y reconocimientos en los que tiene gran papel Tristán, lacayo de Teodoro. Se oyen risas frecuentes en las butacas. Siguen las palabras antiguas, referencias a la mitología (Icaro, Pasífae, Semiramis) y la musicalidad del verso empuja a seguir el ritmo antes que a entender las palabras; el contexto y los gestos hacen su gran parte en la comunicación y al final el público aplaude con fervor a Diana y Teodoro y, sobre todo, a Tristán, el gran encadenador de la historia y el que hace que todo llegue a final feliz.

¿Cuál es la clave de la comunicación? Alguien dirá que es la historia bien narrada la que, por encima del texto en verso, arranca el interés del público, sus risas y sus aplausos. Pero también cabe pensar que la trama de esta comedia liviana no se distancia mucho de los enredos de una telenovela básica. Si fuera traducida al castellano actual (como se hace con la serie de TV que evoca a San Martín y a Belgrano) y sin las referencias mitológicas a las que era afecto el público de comedias del Siglo de Oro español, quizá quedaría desnuda una historia simplona. Y se perdería un texto poético rico en figuras, refranes, sonetos, quintillas, octavas reales, décimas, romances con rima asonante y consonante. Parece una tarea para estudiantes de Letras, pero su intensa musicalidad le da una estética especial: “Ese tornasol mudable,/ esa veleta, ese vidrio,/ ese río junto al mar/ que vuelve atrás, aunque sea río,/ esa Diana, esa luna, / esa mujer, ese hechizo,/ ese monstruo de mudanzas/ que sólo perderme quiso...” Ha sido un relato del siglo XVII al alcance de la mano. Y llenó el teatro.

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