Por siempre “Gabo”
Gabriel García Márquez jugó su parte en el primer paso que dio la Selección para llegar ahora a Brasil con sueños de Mundial. ¿Acaso no se llamaba Macondo la pelota con la que Lionel Messi remontó el 0-1 del primer tiempo que parecía anunciar una nueva gran desilusión para un equipo que venía de perder contra Venezuela y salir silbado tras empatar contra Bolivia en el Monumental?

El 2-1 final, coinciden todos, marcó un antes y un después para el equipo de Alejandro Sabella porque consolidó el liderazgo de Messi y encaminó una eliminatoria que, tal como venía, amenazaba con jaquear a un cuerpo técnico nuevo. La Federación Colombiana había decidido bautizar “Macondo” a la pelota de la eliminatoria en homenaje a los 85 años de “Gabo”. Fue un acto de justicia, aunque el escritor colombiano, fallecido a los 87 años el jueves pasado en México, tuvo un paso fugaz por el fútbol.

En realidad, lo tuvo como periodista-hincha, cuando a los 23 años fue por primera vez a una cancha y escribió la primera de siete columnas. Era “Septimus” escribiendo en la sección “La Jirafa”, en 1950 en el diario “El Heraldo”, de Barranquilla. “Hay que leerlas en el orden cronológico, son un bello manifiesto de cómo un hombre que, para el caso, es el más grande escritor que tenemos, se hace hincha de fútbol”.

Me lo dijo desde Barranquilla el colega colombiano Jairo Patiño, mientras me enviaba un correo con los artículos. Al primero, 6 de marzo de 1950, día de su cumpleaños, lo tituló admitiendo que era un iniciado: “De la santa ignorancia deportiva”. “Con esta santa ignorancia de que me vanaglorio en materia de fútbol”, decía García Márquez, que se declaraba sorprendido del hecho de que “once caballeros vestidos de niños se empeñen en demostrarles a otros once, igualmente vestidos, que con las extremidades inferiores puede hacerse en determinadas circunstancias, mucho más de lo que habitualmente se hace con la cabeza”. Gabo se admitía “incapaz” de “descubrir el misterioso secreto del entusiasmo” de los hinchas.

García Márquez, que de niño apenas jugó de defensa en el Colegio de Zipaquirá, Cundinamarca, porque un médico le dijo que, además de leer tanto, debía hacer deporte, había decidido ir a la cancha en 1950 convocado por el fenómeno de Heleno de Freitas, un ídolo playboy dramático del fútbol brasileño, hijo de familia rica, abogado, galán, adicto al éter y muerto en un psiquiátrico a los 39 años, con 30 kilos de peso y apenas un diente, lejos del nueve que había anotado 209 goles en 235 partidos en Botafogo y que fue goleador de la selección brasileña en el Sudamericano del 45.

Heleno había tenido un fugaz paso por Boca en 1948 y en 1950 se convirtió en el primer gran ídolo de Junior de Barranquilla. En su segunda nota, titulada “Abril de verdad” (1 de abril de 1950), “Gabo”, algo más animado tras la primera incursión, se pregunta si Heleno “está en capacidad de traducir al castellano toda la destreza con que juega en portugués”. Y las primeras respuestas aparecen en “El doctor De Freitas” (18 de abril de 1950). Heleno, escribe García Márquez, demostró que “debe ser un buen abogado” porque “redactó, con los pies, memoriales y sentencias judiciales, no sólo en portugués y español alternativamente, sino con citas de Justiniano, en purísimo latín antiguo”. Y ya en “El juramento” (5 de junio de 1950), su artículo sobre fútbol más difundido, “Gabo”, más hincha que periodista, acepta haber perdido “el sentido del ridículo” al celebrar el triunfo de Junior ante el Millonarios de Alfredo Di Stéfano. “Gabo” está feliz por haber ingresado “a la santa hermandad de los hinchas”.

La quinta nota fue tiempo después, “El fútbol de las grandes potencias” (13 de diciembre de 1950). Acaso atribuyéndole poderes excesivos al fútbol, algo probable en un hincha reciente, “Gabo” cree que “si los hombres de hoy tuvieran un sentido menos trágico y almidonado de la vida” Oriente y Occidente podrían dirimir sus diferencias con un partido.

Las dos últimas columnas fueron otra vez para Heleno y “Gabo” ya es un hincha hecho y derecho: conoce la decepción. En “La anual” (24 de mayo de 1951), García Márquez recuerda que, a un año de su primera ida a la cancha, el Junior, al que desde esa tarde veía jugar cada 15 días, se empeñaba en decepcionarlo. Y pide la vuelta de Heleno, al que, sin embargo, critica en su última columna, “Heleno por punta y punta” (21 de junio de 1951), porque lo ve “más gordo y más payaso que genio”. Con amigos escritores y periodistas, “Gabo” también editó “Crónica”, un semanario que pretendió ser de género literario y cultural y terminó siendo deportivo porque dedicó el primer número a Heleno y el público pidió seguir leyendo de fútbol.

“En esos tiempos -contó hace muchos años al periodista argentino Jorge Barraza- llevábamos a los futbolistas a tomar ron blanco y a interesarlos sobre literatura”. Pero “Gabo” no fue mucho más a la cancha. “¿Cómo ve el fútbol de hoy?”, le preguntó Barraza en la entrevista que publicó en “El Gráfico”: “por televisión”, respondió “Gabo” riéndose. Barraza le preguntó qué sintió la tarde del 5-0 de Colombia en el Monumental, en 1993. “Un gran desconcierto, porque ya no supe qué iba a suceder con Colombia en el Mundial”.

Su muerte suscitó palabras de ídolos como Radamel Falcao y “el Pibe” Valderrama y también del Junior, claro. En Argentina, el colega Ariel Scher, lo homenajeó como nadie. Escribió sobre un lateral que, a cada wing que debía enfrentar, le leía la primera página de Cien años de soledad. Sobre otro capitán “del García Márquez” que decía siempre “mierda” como el del Coronel no tiene quien le escriba, mientras el entrenador afirmaba al equipo que todos los partidos debían ser tan intensos como Los funerales de la Mamá Grande y los alentaba a recuperar las esperanzas con citas de La mala hora o Crónica de una muerte anunciada.

El volante central del equipo se hacía llamar Florentino Ariza, como uno de los protagonistas de “El amor en los tiempos del cólera”, que sabía que “el más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida”. “Ejemplares de Memorias de mis putas tristes” viajaban en la mochila de un tímido defensor suplente.

El delantero Luis Alejandro Velasco, aislado, era “Relato de un náufrago”. El lateral del inicio, que una vez fue dirigido por un árbitro que concebía lo justo y lo injusto según los trazos del Simón Bolívar que García Márquez diseñó en “El general en su laberinto”, siguió con su costumbre de leerle a los wines la primera página de “Cien años de soledad”. Hasta que un wing le pidió que le siguiera leyendo. Todos escucharon durante horas aquello de que “las estirpes condenadas a ‘Cien años de soledad’ no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”. Y el wing, “como todos los lectores de García Márquez en cualquier pasado y en cualquier futuro -cierra Scher su hermoso cuento-, lloraba, reía, aplaudía, vivía”.

Comentarios