Los miedos

Los miedos

Temores, angustias y fobias constituyen estados afectivos que se presentan en nuestras vidas provocándonos malestar y sufrimiento. ¿Cómo explicar y distinguir estos fenómenos del psiquismo que muchas veces el lenguaje corriente no diferencia? ¿De dónde vienen? ¿Cómo podemos evitarlos?

Los miedos
06 Abril 2014
Por Alfredo YgelPara LA GACETA - Tucumán

Siendo niños, probablemente nos sentíamos atemorizados cuando permanecíamos solos en una habitación o en un lugar a oscuras. Es seguro que en algún momento de nuestra existencia un estado de angustia nos invadió el alma y el cuerpo. Muchos sujetos ligan un miedo intenso a un objeto, a veces insignificante, como un ratón o un reptil; a un contenido determinado, como los espacios cerrados, las multitudes o viajar en aviones, constituyendo ese estado que se denomina fobias. 

Vamos a hacer una primera distinción diciendo que la angustia es un estado afectivo que funciona como señal del yo frente a un peligro externo o interno. La angustia no está ligada a un objeto determinado y en esto se diferencia radicalmente del miedo, en tanto este toma como referencia y se liga a un objeto particular. El susto, en cambio, es el efecto que aparece ante un peligro para el que no estábamos preparados. Cuando el susto aparece quedamos a merced de algo que nos invade bruscamente y nos sorprende.  Paradójicamente, en el susto es la angustia la que no funciona como señal advirtiéndonos del peligro que está por aparecer. 

La angustia es un estado afectivo que proviene de Angst (estrechez), y tiene como prototipo el trauma del nacimiento. El cachorro humano nace en un estado de desvalimiento inicial, de carencia. El nacimiento constituye el primer estado afectivo en que se da el efecto de displacer, tendencias de descarga y sensaciones físicas que constituyen el prototipo de un peligro y que luego se reproduce en los estados de angustia en la vida posterior. 

Con la separación del cuerpo de la madre, el sujeto experimenta la angustia que señala el  peligro  de estar sin recursos, en la posibilidad de quedar atrapado en una nada que lo aplaste, como señal frente a lo atrapante de una continuidad inabordable. 

Más que la separación de la madre, lo que el sujeto humano padece es la posibilidad del demasiado lleno, es la sensación de volver a ser tragado por el Otro materno. El peligro es entonces volver a ser ese objeto que llena la falta del Otro. Es lo posible de ir a llenar, a colmar al Otro, lo que genera la angustia asfixiante.

Palabras luminosas

Sigmund Freud, en su enseñanza sobre la angustia infantil, nos refiere el relato de un episodio de un niño angustiado por estar en un cuarto a oscuras a la hora de dormir. El pequeño le dice a su tía que se encontraba en una habitación contigua: 

- Tía, háblame, tengo miedo. 

Su tía le responde: 

- Y de que te sirve que te hable, si de todas maneras no me ves…

Ante lo cual el niño responde: - Hay más luz cuando alguien habla.

Son las palabras las que traen luz al miedo del niño. 

La oscuridad, la soledad, estas primeras fobias de la infancia, remiten al niño a una continuidad inabordable. Las palabras producen un corte frente al encierro del niño en la posibilidad angustiante de “ser uno” con el cuerpo de la madre. El niño alivia su angustia en el corte de las palabras.

Dijimos que la angustia libre flotante se liga a un objeto determinado configurando una fobia. La fobia presenta diversos objetos y contenidos: fobia a los espacios cerrados, a los abiertos, a los gatos, a las arañas, a los reptiles. También encontramos fobias a las tormentas, a las puntas agudas, a las muñecas rotas, a las multitudes, a los viajes en tren, etcétera, etcétera. Estos objetos y situaciones que provocan temor, que como se ve en el largo listado pueden ser cualquier elemento para cada sujeto, a veces son sorprendentes o a veces ostentan cierta racionalidad en cuanto al peligro o aversión que suscitan. Lo que llama la atención  es la intensidad de la angustia que provocan y su carácter incoercible. 

La fobia se monta como miedo a un objeto que pasa a ser nombrable, ubicable: el objeto fobígeno. Constituye el aviso de eso amenazante que va a provocar angustia. Si se pierde el sostén de la fobia lo que va a aparecer es esa angustia que deja desamparado e inseguro al sujeto. Entonces se trata de una defensa frente a la angustia. Esta no queda eliminada sino circunscripta al objeto fobígeno. La fobia aparece como una solución al sustituir la angustia indiferenciada por un objeto que provoca temor. Esta fobia le delimita al sujeto los espacios. Sabe ahora por donde ir, o no ir, para no ser atrapado por la angustia insondable. 

Le provee además  un soporte, en tanto el sujeto constituye acompañantes que le dan seguridad funcionando como objetos contrafóbicos. Así, un individuo que tiene miedo a los espacios abiertos puede concurrir a una plaza si está en compañía de otra persona. El sujeto claustrofóbico podrá subir a un ascensor si otra persona también lo hace junto a él. Asimismo la fobia le dota de defensas como los mecanismos de evitación y fuga en relación al objeto fobígeno.

La salida

Miedo, angustia, fobia, son modos que tenemos nosotros, los humanos, de tramitar ese encuentro con el Otro a partir de la entrada al mundo. Esa separación radical, ese advenimiento como sujetos que nos separa de ese Otro que nos constituye tiene un precio a pagar que es la angustia. Pero es en este camino como el sujeto se instituye en su deseo. En tanto no disponga de este recurso, este encuentro con el Otro devendrá aplastante en tanto remite al desvalimiento inicial. 

Es de allí que la angustia no es un fenómeno que ubicamos en lo patológico y que debemos eliminar con terapias comportamentales o farmacológicas, sino que constituye una bisagra que indica la posibilidad entre el atrapamiento en el deseo del Otro y la emergencia de la subjetividad y del deseo.

Ahora bien, en cada nuevo paso significativo de la vida reaparece esta amenaza de desvalimiento frente a la posibilidad de sostenernos como sujetos deseantes. El destino de estas crisis, como sucede desde los primeros tiempos de la infancia, va a depender de que el sujeto disponga o no de recursos que le brinden una posibilidad de salida. Y estos recursos provienen de que la función paterna funcione como restrictor del deseo envolvente materno, y de los deseos del niño, operando una salida que no tome las vías de la fobia, sino el camino de la palabra y el deseo. Única vía posible para vivir una vida no exenta de angustias, pero sí más libre de miedos y fobias.

© LA GACETA

Alfredo Ygel - Psicoanalista, profesor de la Facultad de Psicología de la UNT.




 

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