Por José Nazaro
01 Abril 2014
El inspector de Tránsito hace señas con las manos y le dice a la embarazada: “Apúrese, apúrese, que la van a chocar”. La mujer lo mira sorprendida: está cruzando en el momento en el que le corresponde, es decir, cuando los vehículos de la calle que pretende atravesar están detenidos por el rojo del semáforo. El municipal insiste: “vamos, señora”, y baja a la calle, como si quisiera interponerse entre ella y el peligro. Peligro que es real, porque los conductores que doblan desde la calzada perpendicular no tienen intenciones de frenar para permitirle que cruce. Por eso, a pesar de estar en su derecho, a la mujer no le queda más que apurar el paso.
La situación del párrafo anterior ocurrió en Crisóstomo Álvarez y Jujuy poco antes de las 8. Pero podría tratarse de cualquier otra esquina de la ciudad y lo único diferente sería el entorno. Sucede que si hay alguien que en Tucumán no tiene prioridad, ese es el peatón. Y, sorprendentemente, la mayoría parece acostumbrada. A tal punto que son pocos los que lo saben; el resto espera pacientemente que los vehículos (de cualquier tipo) pasen para recién cruzar ellos.
Según datos de Luchemos por la Vida, el 21% de los muertos en accidentes de tránsito en el país son peatones. Y ese porcentaje llega al 40% en las ciudades más grandes. De todos modos, quien haya tenido la posibilidad de caminar por Rosario, Mendoza, Córdoba y hasta por la impaciente Buenos Aires sabe que hay más prepotencia al volante en las esquinas tucumanas que en las de aquellos lugares. A tal punto que si alguien se atreve a poner el pie en la senda peatonal se expone a una lluvia de bocinas, insultos y hasta a un accidente.
Antes de llegar a la vereda de enfrente, la embarazada que cruza Crisóstomo y Jujuy le dice al inspector: “¿Por qué no los hace frenar usted? ¿Acaso no tengo prioridad?”. Parece que el municipal de campera azul, gorra y panza prominente no la escucha. O tal vez no le responde simplemente porque lo dejó sin argumentos.
La situación del párrafo anterior ocurrió en Crisóstomo Álvarez y Jujuy poco antes de las 8. Pero podría tratarse de cualquier otra esquina de la ciudad y lo único diferente sería el entorno. Sucede que si hay alguien que en Tucumán no tiene prioridad, ese es el peatón. Y, sorprendentemente, la mayoría parece acostumbrada. A tal punto que son pocos los que lo saben; el resto espera pacientemente que los vehículos (de cualquier tipo) pasen para recién cruzar ellos.
Según datos de Luchemos por la Vida, el 21% de los muertos en accidentes de tránsito en el país son peatones. Y ese porcentaje llega al 40% en las ciudades más grandes. De todos modos, quien haya tenido la posibilidad de caminar por Rosario, Mendoza, Córdoba y hasta por la impaciente Buenos Aires sabe que hay más prepotencia al volante en las esquinas tucumanas que en las de aquellos lugares. A tal punto que si alguien se atreve a poner el pie en la senda peatonal se expone a una lluvia de bocinas, insultos y hasta a un accidente.
Antes de llegar a la vereda de enfrente, la embarazada que cruza Crisóstomo y Jujuy le dice al inspector: “¿Por qué no los hace frenar usted? ¿Acaso no tengo prioridad?”. Parece que el municipal de campera azul, gorra y panza prominente no la escucha. O tal vez no le responde simplemente porque lo dejó sin argumentos.
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