Dos menús para una malnacida

Dos menús para una malnacida

En los velorios del campo hay dos menús a la hora de comer. Uno es el asado. Luis Landriscina dice en uno de sus cuentos que, aunque para muchos el humo que sale de las parrillas se pueda relacionar con un festejo, lo real es que las mujeres suelen ser las más dolidas ante una muerte, por lo que la comida queda a cargo de los hombres. Y el hombre de campo lo que sabe hacer es un buen asado. El otro plato es el guiso de arroz o el de fideos. Es que allí no suele haber visitas fugaces, como de compromiso, con el apuro de los 10 minutos en los que uno se escapó del trabajo para saludar a los deudos. No. En el campo asistir a un velorio es un compromiso con el muerto y con su familia. Los parientes más cercanos suelen llegar con bolsos llenos de ropa para acompañar el duelo de los días siguientes. Las mujeres están desde temprano y se quedan casi todo el tiempo, sentadas alrededor del cajón o en los círculos de mate que se montan en el patio. Muchas permanecen varias horas en un silencio respetuoso. Por eso el guiso. Hay que darles de comer a muchos, es económico, no requiere demasiadas horas de elaboración, es versátil en sus ingredientes y siempre hay una tía dispuesta a colaborar en la cocina. También son infaltables el café y una botella de whisky, pero a esta última no le encuentro un justificativo relacionado con el velorio salvo en el invierno, para pasar el frío.

Hablo del campo pero podría hablar de un pueblo, de una ciudad chica o de un barrio. En los tiempos que corren existen las salas velatorias que, entre otras cosas, sirven para no tener que poner el cajón en una de las habitaciones de la casa. Cuando mi abuela murió yo tenía siete años. Recuerdo que los días siguientes me costó horrores entrar al living donde la habían velado. Mi papá dice que las salas velatorias también sirven para que no entre cualquiera a la casa. Con la inseguridad de hoy en día nunca sabés quién puede aprovechar el dolor general y robar algo. Porque en los velorios uno también ve caras desconocidas, y no da para sospechar en ese momento que tal vez quien fuera un gran amigo del difunto, sea en realidad un ladrón.

Un profesor de contabilidad del secundario, cuando había fallecido su padre, me dijo que hay dos momentos duros ante la muerte de un ser querido. Uno es el momento en el que se recibe la mala noticia. El otro es el del entierro. Y aunque algunos dicen que hay diferencias entre una muerte repentina y una que se veía venir por una larga enfermedad, no hay argumentos que mitiguen el dolor.

A mí me cuesta saludar en los velorios, porque un “lo siento mucho” me parece una frase trillada que al doliente no le dice nada. Seguramente responderá con un “gracias” automático. Pero uno tiene que estar acompañando a los que quiere. “Ya está descansando”, “dejó de sufrir”, “ahora tienen que pensar en ustedes”, son otras de las oraciones que se repetirán durante el velorio. Y aunque fuere repentina o esperada, lo cierto es que la muerte, la “parca”, es una malnacida.

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