La plaza que no termina de arrancar
Con la organización de un ciclo de cine que se iniciará a mediados de marzo el perfil de la señorial Casa Nougués empezará a cambiar radicalmente. La Universidad San Pablo-T muda buena parte de la actividad académica al antiguo hotel Plaza y convertirá a su sede en un nuevo espacio cultural para la ciudad. El proyecto se potencia con la apertura de un bar, a cargo del grupo que gestiona El árbol de Galeano (entre otros espacios).

La iniciativa revitaliza el corredor de la plaza Independencia, zona cercada por edificios emblemáticos pero que no termina de definir una estética ni se transforma -definitivamente- en el activo turístico y cultural que su potencial encierra.

La cuadra de la Casa Nougués (24 de Septiembre al 400) es un buen ejemplo, porque no existe un paisaje unificador entre la Catedral y el conjunto edilicio de la esquina de 9 de Julio. Hace años, cuando funcionaba el restaurante “Los dos gordos”, había un flujo de público diferente. Más intenso. El Ente de Turismo avanzará hacia la planta baja del Corona, un paso lógico teniendo en cuenta que sus propias dependencias van quedando chicas. Además, es imprescindible atender a los visitantes en un lugar amplio, luminoso y cálido. El tema es, ¿qué hacer con el resto de esa mole blanca enclavada en el corazón de la capital?

A propósito del Ente de Turismo, desde hace tiempo se habla de la conexión que el fondo de la mansión tiene con la estructura del museo Timoteo Navarro. ¿Es factible abrir un pasaje y armonizar un recorrido integrador?

Cruzando la plaza, el auditorio Mercedes Sosa está presto a abrir sus puertas. Es sabido que el tironeo entre Turismo y Cultura por la gestión del viejo cine se zanjó sin vencedores ni vencidos. Lo que ocurra en el espacio se digitará desde la vereda del frente, en los despachos de José Alperovich y Carolina Vargas Aignasse. Entre el auditorio, la Caja Popular, el Jockey Club, el hotel Plaza devenido universidad y la Federación Económica a la San Martín al 400 le sobra vida... Pero también contrastes, porque entre esa colección de históricas construcciones asoman desde un local que vende empanadas hasta una galería tan antigua como oscura. Y en el medio, un gimnasio.

El Centro Cultural Rouges es el bastión de Laprida primera cuadra, mientras en la esquina el magnífico edificio que albergó al Banco de la Provincia funge de ocasional mercado cultural o sirve para salvarle las papas al devastado Registro Civil. Por supuesto, está para mucho más que eso.

El elenco Estable implementó durante el verano una interesante propuesta. Los fines de semana, a la noche, dos museos céntricos (el Folklórico y la Casa Padilla) se transformaron en salas teatrales. Allí se montaron las obras “Retobao” e “Historias de mujeres: cuentos para ellas” con entrada gratis. Un camino inteligente para convocar nuevos públicos a espacios que no suele transitar.

Es la clase de iniciativa que falta, por ejemplo, en la propia Casa de Gobierno, ya que carece de un sistema de visitas guiadas. Una lástima porque allí hay mucho para ver, mucha historia para descubrir. Lo que funciona es la buena voluntad del personal de Ceremonial, siempre dispuesto a acompañar a los curiosos que se anuncian en mesa de entradas. Claro que ese paseo no suele ir más allá de un vistazo al Salón Blanco.

Más allá de la irregularidad del perfil arquitectónico, del eclecticismo que es más bien hibridez, lo que se reclama es un hilo conductor para que los edificios dejen de ser compartimientos estancos y conformen un todo, con la Libertad que talló Lola Mora incluida. Una idea madre, un elemento en común, esa porción de ADN que determina la identidad.

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