Primer domingo de Adviento

Primer domingo de Adviento

Por sacerdote Marcelo Barrionuevo

01 Diciembre 2013
"Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre…".

Hoy empieza el Adviento y, con él, un nuevo año litúrgico: la Iglesia recuerda en estas cuatro semanas los siglos en los que Dios fue preparando a su pueblo para su nacimiento. Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda venida.

El significado "histórico" del Adviento está impregnado de sentido "espiritual". En efecto: no quiere ser sólo rememoración del período histórico, si bien, entendido así, tiene también un significado espiritual muy elevado. Por encima de ello y con más profundidad, el Adviento quiere recordarnos que toda la historia del hombre y la de cada uno de nosotros se ha de considerar una espera de la venida del Señor, para que nos encuentre prontos y en vela, y lo podamos recibir dignamente. "Dándonos cuenta del momento" significa: "Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 24,42).

El Adviento es una invitación a una mayor primacía de lo "espiritual". Al llegar a fin de año, la dispersión, las celebraciones sociales, el enloquecimiento por "comprar" nos obnubila las capacidades superiores del espíritu para hacernos caer en la fiebre del consumo. El adviento nos llama a examinar cómo concluimos el año, cómo hemos vivido nuestra vocación familiar o eclesial, cómo hemos vivido nuestra existencia humana y cristiana.

El Adviento es un llamado a "parar el frenesí de la vida para mirar con conciencia la vida". El que no vive como piensa termina pensando cómo vive, reza el refrán. Eso nos estimula a una vigilancia interior que proviene de un corazón sereno. El Señor nos llama a una vigilancia; no simplemente "seguridad externa" (que hay que realizarla porque la inseguridad no es sensación en Argentina), sino una vigilancia hacia lo más interno de la vida. Nuestro gran peligro hoy es la "dispersión del espíritu". El hombre moderno está fragmentado en su interioridad, está como invertebrado, sin consistencia... Nuestro gran obstáculo interior es la "tibieza" de la vida, que se puede traducir en una "pereza por lo más espiritual", una suerte de tristeza que nos hace perder el sentido, el significado y el contenido de la vida. El Adviento es un tiempo breve para volver a ese Niño Dios que se hace pequeño por el hombre. Es el tiempo de una buena confesión y reconciliación con Dios y los hermanos. Que estas navidades no se midan por los regalos, las bebidas o los cohetes; que se midan por la densidad profunda de nuestra vida interior.

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