¿El fin de las ideologías?

¿El fin de las ideologías?

A pesar de sus certificados de defunción, siguen tan vivas como siempre. El reciente libro de Norberto Galasso propone una lectura ideológica de la obra de Borges. El autor de Ficciones perdió el Nobel por las declaraciones que hizo en Chile en los 70.

02 Septiembre 2012
Desde dos décadas atrás, cierto periodismo culto ha logrado establecer como un hecho esta fórmula: Las ideologías han muerto. Y un destacado pensador norteamericano, asesor del presidente de Estados Unidos, la rotuló como El fin de la historia.

Estoy en pleno desacuerdo con esas afirmaciones. Basta ingresar a cualquier universidad latinoamericana o europea; a cualquier librería; o sostener la más simple conversación con quienquiera, para advertir lo contrario.

Para no hablar desde las nubes sino desde el suelo, tomaré un botón de muestra (podría ser otro entre una multitud inabarcable de bibliografía que inunda mentes, librerías, bibliotecas). Se trata de un libro reciente dedicado a Borges (Jorge Luis Borges. Un intelectual en el laberinto semicolonial, de Norberto Galasso*).

El autor sostiene que hay dos Borges: "el que va desde sus primeros poemas hasta mediados de la década del 30 (Historia de la eternidad, publicado en 1935, podría ser el momento del cambio) y otro a partir de esa fecha y hasta su muerte". El primer Borges pertenecería a una cultura nacional "que expresa las esperanzas, dolores, frustraciones, es decir, las emociones y experiencias de los sectores populares en una búsqueda de su identidad nacional y en un proyecto de liberación". El segundo Borges formaría parte de "la cultura oficial, que la clase dominante difunde hacia el resto de la sociedad, especialmente hacia los sectores medios, dirigida a ocultar la realidad del vasallaje, adornada con toda clase de metáforas y exquisiteces, importada generalmente de los países imperiales".

Además, de esta situación no tendría responsabilidad el propio Borges: "no es al poeta a quien queremos sentar en el banquillo de los acusados, sino a quienes han sido responsables de esa ruptura en su obra y su vida, es decir, a la superestructura cultural montada por la clase dominante para, a través de la cultura oficial, ayudar a mantener el orden consagrado que resguarda sus privilegios" (pág. 11).

Es decir que maravillas de la literatura universal, no sólo criolla, como las contenidas en Historia de la eternidad (1935), Ficciones (1944), El aleph (1949), Otras inquisiciones (1952), El informe de Brodie (1970) o El oro de los tigres (1972), por ejemplo, entre otros más, serían no otra cosa que "cultura oficial…adornada con toda clase de metáforas y exquisiteces importadas de los países imperiales… dirigida a ocultar la realidad del vasallaje".

Supongamos por un momento que este disparate fuese verdadero: ¿por qué darle tanta importancia a ese Borges por parte de quienes defienden la cultura nacional? ¿Acaso no merecería más atención la cumbia villera, cuyo éxito expresa tan claramente "las esperanzas, dolores, frustraciones, es decir, las emociones y experiencias de los sectores populares en búsqueda de su identidad nacional y en un proyecto de liberación"?

Apuestas
Recordaré aquí (como en otra ocasión en este mismo suplemento) lo que me dijo Borges en 1976 en Santiago de Chile, luego de hablar y recibir el honoris causa de la Universidad de Chile, donde yo trabajaba:

-¿Se notó que no soy comunista?, me pregunta sonriente mientras se apoya en mi brazo. Le contesto que aquí muchos intelectuales no le perdonarán su anticomunismo. -Aquí y en todas partes -me dice. Y agrega: -Sabe que hace unos meses recibí dos invitaciones. Una para México, la otra para Chile. Supe que si iba a México y decía allí algunas frivolidades que ellos esperaban, el Nobel de este año sería para mí. Escogí venir a Chile. Y, aunque parezca monótono, volver sobre lo que digo siempre. Seguíamos caminando bajo el enorme patio cerrado, cuando detuvo ese andar incierto de ciego que tiene y me preguntó: -¿Usted hace apuestas? -No -le contesto perplejo. -Es una lástima porque le hubiera propuesto una: diez a uno que el Nobel que se está decidiendo estos días no es para mí. Y que el motivo es la defensa que acabo de hacer de Chile. -¿No exagera, Borges? -Si cree que exagero, acepte mi apuesta. -El azar no es mi fuerte. -Tampoco el mío, por eso quiero apostarle. -Borges, usted parece andar buscando que no le den ese famoso premio.

Vuelve su rostro hacia mí y amaga esa sonrisa entre burlona y amable que tiene. Pocos días después de su estada en Chile, los diarios traían el nombre del premio Nobel de literatura de 1976. Y unos días después un breve recuadro de El Mercurio destacaba las declaraciones de uno de sus jurados. Pedía no ser identificado y confesaba que las expresiones de Borges en Chile hicieron desistir al tribunal de concederle el premio.

Volviendo a las opiniones del señor Galasso en el libro que mencioné, esta historia que cuento debería ser interpretada por él como que Borges no era responsable de lo que pasó, sino "el sistema dominante en el poder". Y aquí me pongo de su lado: efectivamente, el poder dominante en los ámbitos intelectuales es esa mixtura de marxismo, fascismo y nacionalismo (que denomino tomismo-leninismo). Tan cuidadosos cuando otorgan los premios en ciencia, los jurados del Nobel se tornan súbitamente permeados por la ideología dominante cuando deben elegir los premios de literatura y de la paz.

El autor de este libro sobre Borges es un fiel reflejo de esa cultura dominante, que sigue hablando de "superestructura cultural", de "infraestructura", de "lucha de clases", de "dialéctica histórica", de "imperialismo", sin tener en cuenta que el más poderoso del imperialismo del siglo XX se derrumbaba a partir de 1989. Pero la chatarra intelectual que lo apoyó conserva intacta su vigencia.

¿Que las ideologías han muerto y que asistimos al fin de la historia? No me diga.

© LA GACETA Jorge Estrella - Escritor, doctor en Filosofía, ex profesor de la Universidad de Chile. Nota:* Editorial Colihue, Buenos Aires, 2012.

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