Abrieron la puerta creyéndolos clientes, pero eran inspectores clausurando el prostíbulo

Abrieron la puerta creyéndolos clientes, pero eran inspectores clausurando el prostíbulo

Personal de la Dipsa clausuró el miércoles a la noche un negocio ubicado en José Colombres y San Juan, donde funcionaba un burdel. En el lugar había un amplio sillón, habitaciones y un escenario con un caño. "Esta es una casa de familia", dijo una mujer

FAJA. Un inspector municipal termina de labrar el acta de clausura del negocio de José Colombres y San Juan y pone el cartel que prohíbe reabrir las puertas. LA GACETA / FOTO DE INéS QUINTEROS ORIO FAJA. Un inspector municipal termina de labrar el acta de clausura del negocio de José Colombres y San Juan y pone el cartel que prohíbe reabrir las puertas. LA GACETA / FOTO DE INéS QUINTEROS ORIO
En la puerta, en cuclillas sobre un escalón, un hombre miraba la nada. Estaba en actitud de portero, en silencio y parecía que su único trabajo era esperar. Mientras tanto, armaba un acullico de "coca y bica" entre los dientes.

Era la medianoche del jueves y en la calle hacía mucho frío. De pronto, estacionó una camioneta en la esquina de José Colombres y San Juan. Bajaron dos hombres (chofer y acompañante) y caminaron directo al local, ubicado arriba de un bar en esa misma esquina.

El hombre que hacía las veces de portero debió haber pensado que se trataba de unos potenciales clientes, porque -en un segundo- se puso de pie, tocó el timbre y desde adentro abrieron la segunda puerta instalada en la mitad de una escalera. Mientras entraba el primer grupo, afuera estacionó otro auto. Bajaron otros cinco hombres que también subieron la escalera hasta la planta alta.

Era un amplio salón en el que había un sofá tan largo que podían caber tres hombres acostados y unidos como eslabones de una cadena. En un salón amplio había una barra en un costado, varias habitaciones numeradas y en un extremo estaba montado un escenario con alfombra roja y un caño cromado en el centro para el famoso baile del caño. Equipos de iluminación y de sonido. Cinco mujeres con escasas ropas de colores oscuros y con el rostro maquillado estaban sentadas en el largo sofá. Ellas dieron un salto apenas se identificaron los hombres como inspectores de la Dirección de Producción y Saneamiento Ambiental de la Municipalidad de la capital.

La mayoría de las mujeres entró a las habitaciones; otras fueron a un baño y no salieron hasta después de un tiempo largo. En cambio, una mujer que estaba completamente desnuda no paraba de gritar frases como "¿Qué hacen aquí?", "ustedes no pueden entrar", "Esta es una casa de familia", "A ver muestren la orden de allanamiento", "Les voy a hacer una denuncia con escribano"…

Los inspectores comenzaron a labrar un acta de infracción y otra de clausura, mientras la mujer seguía vociferando desnuda. Un rato después entró en una habitación y salió al instante atándose una bata de algodón. Estaba enfurecida y no paraba de gritar. Gesticulaba y movía las manos.

Después ella misma tomó un celular y comenzó a grabar a los inspectores que llenaban las planillas. Las espaldas de los municipales se reflejaban en las paredes espejadas del escenario, detrás del caño cromado, donde había espejos hasta el techo.

En una pared, una pantalla plasma de cuarenta pulgadas estaba encendida en una novela mexicana de frente al sofá. Debajo de la barra, además de las bebidas, había algunas revistas que mostraban mujeres semidesnudas en la portada.

Los inspectores llenaron la documentación, sellaron los papeles y luego pegaron una faja de clausura en la puerta. Todo eso puede haber durado unos veinte minutos, en los cuales la mujer, de entre 35 y 40 años, no dejaba de vociferar contra los municipales. Las otras chicas, que eran más jóvenes, rondaban entre los 25 y 30 años.

Al final, los inspectores bajaron por la escalera en la que ya no estaba el portero. Los municipales salieron en grupo y, en la puerta que da sobre José Colombres, pegaron una faja de clausura y un acta de infracción.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios