El último ona se resiste a que su lengua se pierda

El último ona se resiste a que su lengua se pierda

Un joven enseña el idioma de sus ancestros.

27 Noviembre 2009
SANTIAGO DE CHILE.- Keyúc es el último hablante ona del mundo y sueña con poder enseñar a amigos y desconocidos las voces de su pueblo, para que la lengua de sus ancestros patagónicos no deje de viajar por los fiordos y canales de su tierra. Su cruzada a favor de rescatar las lenguas del sur de América lo llevó también a la remota Villa Ukika en Puerto Williams, localidad donde vive Cristina Calderón, la última hablante yagana del orbe.
"Quiero aprender ese idioma con ella antes que desaparezca", confiesa desde su casa en un sector antiguo de Santiago de Chile, a 2.500 kilómetros de la mujer que comparte con él el sino de ser el último depositario de una cultura extinta por colonizadores y comerciantes.

El canal de la música

Keyúk, que nació y creció hasta la adolescencia sin saber que sus ancestros eran indígenas onas y tehuelches por la vergüenza que ello provocaba en su familia, ha decidido que sea la música el canal por el cual su lengua trascienda el olvido.
"Ya hice dos discos en selknam y estoy preparando un tercero que es un compilado de los primeros, pero con música electrónica", adelanta. También cuenta que trabaja en un diccionario de gramática para su lengua, para que otros puedan hablarla y conocerla.
De hecho, Keyúk sueña con no ser el único que pueda gritar "yik'wa-vuen, kwa-haspen" (estamos vivos) en su idioma. A diferencia de sus ancestros, obligados a hablar español e inscribirse en el Registro Civil con nombres castizos, está orgulloso de su pasado.
No obstante, hoy mismo hay quienes dudan de su sangre ona pura, lo que él no niega, reconociendo que es un mestizo de onas y tehuelches que castellanizaron sus apellidos.
Su nombre actual, que significa viento oeste, es parte de ese viaje interior, donde su primer nombre ona fue Annëken, el zurdo, primer apelativo con que reemplazó su original y afrancesado Joubert Yanten.
Todo este esfuerzo, que comenzó en la adolescencia tras descubrir sus raíces al revisar fotos familiares escondidas en un baúl, lo ha llevado a sus 20 años a recorrer otros países y ser invitado a actos culturales de las diferentes etnias de su país. "Entre ellos, los demás indígenas, yo me siento uno más y soy reconocido por mi trabajo", admite.

Por la conciencia

Por eso hoy su lucha y trabajo, confiesa, ya no es por la curiosidad que despertó en él saberse heredero de una cultura extinta. "Hoy es por conciencia", dice.
No en vano, aprender su idioma no fue fácil, pues nadie lo hablaba en su casa mestiza. Por ello, primero reconoció los fonemas y estructuras gramaticales, para luego comenzar a hablarlo, tomando como base antiguos registros de audio.
Fueron esas grabaciones además las que inspiraron sus primeros discos compactos: "Kwanyipe? el primer Tchön" y "Yik'wa-vuen, kwa-haspen". Su anhelo, confiesa, es que no dejen de vagar por el mundo las voces de su lengua, la que paradójicamente no conoce la palabra silencio. Por ello seguirá cantando los cantos chamánicos de sus antepasados y llamando "jestateltenk" al verde de los bosques.
Quizás así la tierra de sus ancestros deje de ser el cementerio de su pueblo, como registró textual y gráficamente hace 100 años el sacerdote alemán Martín Gusinde (1886-1969).
Esos eran los tiempos en que por las llanuras y montañas campeaba el ingeniero judío rumano Julius Popper, quien escopeta en ristre cazaba aborígenes y registraba sus "hazañas" en fotos que inmortalizaron su encuentro con los "bárbaros" que perseguía.
Esos eran los albores del silencio de yaganes, onas y kaweskas. (DPA)


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