Las minas impiden borrar el horror de la guerra

Las minas impiden borrar el horror de la guerra

Los recuerdos oficiales del conflicto armado entre Inglaterra y Argentina están reflejados en un monumento, en un edificio y en una placa.

SIMBOLICO. Un tanque, sin las orugas, permanece al frente de una casa. SIMBOLICO. Un tanque, sin las orugas, permanece al frente de una casa.
31 Marzo 2008
ISLAS MALVINAS (Por Alvaro Aurane, enviado especial).- En la capital de las Islas Malvinas (Puerto Argentino, para los argentinos; Stanley, para sus actuales ocupantes), ya casi no quedan cicatrices de la guerra de 1982. Las casas, los edificios públicos y los sitios que fueron dañados durante las incursiones militares han sido restaurados o reconstruidos, según el caso. El camino costero de la ciudad, y por el que transitaron los tanques del Ejército argentino, es hoy el asfaltado Ross Road, por el cual los vehículos (en casi todos los casos son camionetas, la mayoría de doble tracción) transitan ocupando los carriles de manera inversa a como se usan en la Argentina. A contrapelo de los autos que suelen verse en el continente (con excepción de muchos taxis en Yacuiba, Bolivia), los volantes se encuentran a la derecha.
Pero a pesar del maquillaje urbano, los recuerdos del conflicto armado están en todas partes. Un porcentaje importante lo constituyen las conmemoraciones oficiales, unas veces más formales que otras, de modo que representan las remembranzas inglesas. El exponente más visible, sobre el camino ya mencionado, es el "1982 Liberation Memorial", construido (según consigna la información oficial) como "un tributo a las fuerzas británicas y a los civiles que perdieron sus vidas" durante el enfrentamiento armado. Una enorme placa dice, en inglés, "en memoria de aquellos que nos liberaron - 14 de junio de 1982". Detrás se levanta el edificio del "Secretariado", donde se firmó la capitulación argentina, que la versión británica designa como "los papeles de la liberación". Alrededor del monumento, están escritos los nombres de los 255 militares y los tres civiles que perecieron entonces.
Por ellos, además, existe el "Memorial Wood 1982", un bosque en el que se plantaron 258 árboles, por obvias razones.
Más informalmente, ya en el "Camino del Aeropuerto", se encuentra el "Totem pole" (poste tótem, podría traducirse), un palo que levantaron los soldados británicos cuando terminó la Guerra de Malvinas, y en el que clavaron carteles que muestran la dirección y consignan la distancia que había entre las islas y sus pueblos, en el Reino Unido. Con el tiempo, los turistas fueron añadiendo sus propias señales. Pero hay otras marcas, que escapan a la versión de la historia que cuentan los que ganaron. Algunas aparecen de repente, como el tanque que se encuentra literalmente estacionado al frente de una casa, sobre el mismísimo camino costero, ya sin las orugas. Otras surgen como si pidieran permiso, como los cañones que se encuentran en el exterior del museo Britannia House.
Hasta que, finalmente, los vestigios no oficiales de la guerra terminan de manifestarse. Y lo hacen casi de la única manera en que pueden exteriorizarse en una geografía donde los habitantes y sus autoridades se han ocupado de borrar huellas para erigir sus propios monumentos. En definitiva, aparecen sin aparecer. Son las minas antipersonales, regadas por campos y más campos. (Ver Bombas...)

La nada y el todo
En la capital malvinense, las áreas minadas se encuentran, mayormente, en las cercanías de las playas. Y en las playas mismas. Es el caso de la denominada Yorke Bay, cuyas arenas se extienden en un sector tan ancho como desierto. Ni siquiera los pocos pingüinos que pueden verse por estos días en la zona transitan por ahí.
Pegada a ella se encuentra una de las playas más visitadas por los isleños, y que ellos llaman Gipsy Cove (que podría traducirse como "Ensenada gitana"). Es visitada por bañistas incluso en junio y en julio y, por estos días, por algunos surfistas.
Aunque el sendero de acceso está claramente demarcado, el paisaje y la tranquilidad son quebrados por letreros escritos en rojo que advierten que, aunque la zona se encuentra, en principio, libre de minas, aún puede quedar alguna enterrada. Por tanto, conminan a tener cuidado y a no tocar ningún objeto sospechoso, cuya ubicación se debe denunciar ante las autoridades.
Unos metros antes de llegar a la zona por donde se accede a la caminería que lleva hasta las playas, hay un enorme cráter producido por una bomba, que muestra, sin las sutilezas de una alegoría, los peligros que se encuentran detrás de los alambrados lindantes. La forma en que manifiesta el peligro es coherente con la manera en que se exteriorizan las peligrosas minas que no se ven. Porque ese hoyo, como tal, es nada. Y es todo. Cuando se lo mira fijamente, el pozo no evoca el sonido del mar cercano, como los huecos de los caracoles, sino muchas de las sensaciones que los monumentos oficiales han tratado de civilizar.
El horror de la guerra cuela sus propias evocaciones sin necesidad de mármoles ni estatuas. Le alcanza con el Atlántico, que a unos pocos metros nomás, sigue lamiendo acompasadamente la playa de nadie.

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