El presidente de EEUU, John Fitzgerald Kennedy, en junio de 1963, dejaba para la eternidad un discurso memorable, desde el balcón del ayuntamiento de Schönberg, en su visita a Berlín. En él hablaba de sus deseos y esperanzas de reunificar a Alemania y de las diferencias entre el capitalismo y el comunismo. “La libertad es indispensable, y cuando un hombre es esclavizado ¿Quién está libre? Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto como hombres libres, yo con orgullo, digo estas palabras: ‘Ich bin ein berliner’ “, que en alemán significan: “yo soy berlinés”. El discurso fue pronunciado el 26 de junio de 1963, dos años después de la construcción del Muro de Berlín, la expresión más vivida del totalitarismo soviético. Ha pasado a la historia como uno de los mejores y más citados discursos de J. F. K., mensaje de esperanza ante un muro infranqueable, signo de sometimiento y opresión. La leyenda se hizo famosa y circuló internacionalmente: frase sencilla, corta, pero magistral y cargada de significado: “Soy uno de los vuestros”, quiso decir, y sentó con ella sus ansias de libertad y su lucha en contra del comunismo, por encima de todo. Ese gesto de Kennedy, cinco meses antes de ser asesinado en Dallas, fue saludado con una inmensa ovación. Todo esto en el contexto de La Guerra Fría. El Muro cayó en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989. Cuentan que sobre sus escombros cantaron a Beethoven. Hoy resulta que vemos que nuestro actual gobierno corre tras Rusia (la de Putin que invadió Ucrania) y tras China (la de Mao, el mayor genocida que existió). ¿No será que estamos yendo tras de ellos como tras el flautista de Hamelin sin comprender bien a dónde nos llevan?

Juan L. Marcotullio

Marcotulliojuan@gmail.com