La inflación se está acelerando en la Argentina. En noviembre pasado fue del 4,9%. En diciembre, del 5,1%. En enero, del 6%. En febrero, del 6,6%. En marzo, del 7,7%. El acumulado, sólo en el primer trimestre de este año, es del 20,3%. Si se toma el interanual, es decir, la sumatoria de los últimos nueve meses de 2022 y los tres primeros de 2023, el índice llega a los temidos tres dígitos: 104,3%. Peor aún es la proyección para lo que resta de este año: si la variación del Índice de Precios al Consumidor sigue volando arriba del 7%, el “costo de vida” puede registrar una suba del 125% para cuando lleguen las Fiestas de Fin de Año. Y no haya nada que festejar.

Hay que remontarse dos décadas en la historia argentina para encontrar un índice semejante: la inflación del mes pasado es superada sólo por la de abril de 2002, que alcanzó el 10,4%. En aquella oportunidad, el país estaba a cargo de un gobierno interino, liderado por Eduardo Duhalde, que había heredado el fracaso descomunal de la Alianza.

El radical Fernando de la Rúa había renunciado en diciembre de 2021, la represión en Plaza de Mayo había dejado 39 muertos; luego se sucedieron cinco presidentes en apenas 11 días; y el país había declarado el “default”.

Nada de eso, por fortuna, ocurre ahora. Por el contrario: este es el cuarto año del cuarto gobierno kirchnerista, precedido por otros cuatro años de macrismo, que llegaron luego de los 12 años “K” que sucedieron al breve y provisional duhaldismo. De modo que no hay un cimbronazo político ni institucional que explique el desmadre económico del país.

Sólo en Argentina

“El número que vemos hoy representa el peor momento del impacto de la guerra en los precios internacionales y la peor sequía de la historia en el país. Sabemos, nos duele, nos ocupa, cómo afecta la vida cotidiana y a cada familia”, ha asegurado el viernes la portavoz de Presidencia de la Nación, Gabriela Cerruti. La respuesta no resiste, siquiera, el análisis del propio oficialismo.

Si la inflación de la Argentina se explica por el impacto de la invasión de Rusia a Ucrania, la situación sería casi una rareza. En toda América Latina, sólo Venezuela ha registrado una inflación más alta que nuestro país: 400% el año pasado.

Después de Argentina, en materia de inflación con dos dígitos, siguen (muy por debajo), Haití y Surinam, ambas con inflaciones del orden del 44% el año pasado; y Colombia, que registró poco menos de un 11%. Los otros 29 Estados anotaron una inflación de sólo un dígito. Y proyectan sólo un dígito en la evolución de los precios para este año. ¿Interviene la Argentina en el conflicto bélico y no lo sabemos? Si fuese así, tampoco sería una razón que explique la estampida inflacionaria. Por caso, Estados Unidos, que está directamente involucrado en la guerra, registró el año pasado una inflación del 9,1%. En febrero pasado, las proyecciones daban que EEUU tendría una suba del costo de vida del 6% para este año. Pero el mes pasado la corrigieron: ahora prevén sólo un 5%. Y hasta se evalúa ya una baja de la tasa de interés.

Lo curioso es que ni la propia Ucrania, invadida por orden de Vladimir Putin, se enteró de que la guerra debería obligarla a registrar índices de inflación de tres dígitos: la de 2022 totalizó 26,6%.

En cuanto a la sequía, el propio viceministro de Economía de la Nación, Gabriel Rubinstein, precisó específicamente el alcance de esta y otras situaciones coyunturales. “En el primer trimestre la sequía, las altas temperaturas y la gripe aviar generaron su mayor impacto sobre frutas, verduras, carne vacuna, pollo y huevos, los cuales en conjunto aportaron 2,1 puntos porcentuales a la inflación de marzo. La sequía y la gripe aviar influyeron en subas del 11,5% en la carne vacuna y del 26,7% en el pollo”, dijo el funcionario, según se consigna en el sitio oficial del Gobierno, “Argentina.gob.ar”.

Luego precisó que, si se excluyeran estas variables, la inflación hubiese sido igualmente elevada. “Si consideramos la inflación núcleo y le restáramos la carne, la suba habría sido del 6,5%, que igualmente es un registro muy alto, aunque un escalón por debajo de la suba general del IPC”.

Tres por uno

¿Por qué, entonces, esta alta inflación? El abordaje de este interrogante conduce, ineludiblemente, a determinar cuál es el tipo de inflación que enfrenta la Argentina. Al respecto cabe apelar al santiagueño Julio Hipólito Guillermo Olivera (1929-2016), uno de los economistas más renombrados del país en el orden internacional, que llegó a ser rector de la Universidad de Buenos Aires. En 2013 (según recogen los “Anales” de la Academia de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, citados por la revista de la UBA “Voces en el Fénix”), Olivera (también era doctor en Derecho) enseña que “existen tres clases de inflación reconocidas en el ámbito del Análisis Económico”:

- La inflación de demanda, causada por un exceso de la demanda total respecto de la oferta total de productos y servicios.

- La inflación de costos, derivada del aumento de la tasa de salarios a un ritmo mayor que la productividad del trabajo asalariado.

- La inflación estructural, originada por el cambio de los precios relativos en un contexto de inflexibilidad descendente de los precios monetarios.

“En la República Argentina se dan actualmente los tres tipos de inflación: inflación de demanda, inflación de costos e inflación estructural”, diagnosticó hace exactamente una década. “El fenómeno primario es probablemente la inflación estructural, asociada al incremento de los precios relativos de productos agropecuarios y recursos energéticos; pero además operan factores de inflación de costos y de inflación de demanda que no pueden reducirse a simples mecanismos de propagación de cambios en los precios relativos”, puntualizó.

El análisis de Olivera sigue vigente. El Gobierno sigue eludiendo toda responsabilidad en esta situación. La culpa siempre es ajena: cuando no se trata del macrismo y del FMI, la responsabilidad es de la naturaleza: sus pandemias, sus pestes animales, el calor y las faltas de lluvias.

Sin embargo, en este círculo vicioso (padecer los tres tipos de inflación genera un ciclo en el cual los flagelos se alimentan mutuamente), las políticas oficialistas son partícipes necesarias. El Ministerio de Economía, a cargo de Sergio Massa, anunció tempranamente este año su intención de que las paritarias con los sindicatos no superasen el 60% de incremento para este año. Las negociaciones salariales, por ley, son libres en la Argentina: no puede el Estado ponerles un “techo”. Pero Massa estaba buscando consensos: voluntades políticas para empezar, cuanto menos, a enfrentar la inflación de costos. La negativa llegó casi de inmediato de parte de la CGT, que impulsa acuerdos salariales cortos y con revisión a mediados de año. La central obrera, por cierto, no está conducida por referentes de Juntos por el Cambio, de la Libertad Avanza ni “Chicago Boys” pro FMI.

Tucumán es la prueba viva de que la suba de salarios ajustados por inflación ni siquiera es atendible por el Estado. En enero de 2020 se anunció el no pago de la “cláusula gatillo” del último trimestre (ya trabajado) de 2019 a los empleados públicos. Si ni siquiera el sector público aguanta el “costo”, no es difícil estimar la situación para el sector privado de una Argentina en crisis desde 2008.

En paralelo, esto se traduce también en mayor presión en favor de la inflación de demanda. En un país con una moneda completamente depreciada, nadie atesora pesos. Si el 31 de marzo los precios están, en promedio, 7,7% más caros que el 1 de marzo, el que dispone de moneda nacional corre a comprar lo que sea, por cuando la plata en el bolsillo vale todos los días menos. A esto lo denuncian en las góndolas de los supermercados los carteles que dice “No más de dos unidades por compra”, por ejemplo, respecto del aceite de girasol. Ahí se mezclan una demanda mayor que la oferta, a la vez que las dificultades que los mayores costos de la economía nacional le plantean a la producción.

De ello deviene que la inflación argentina no es un fenómeno netamente monetario, pero de ninguna manera es un fenómeno ajeno a lo monetario. “En la realidad los procesos de inflación tienen cierto carácter híbrido. Las presiones no monetarias [estructurales] sobre el nivel de precios suelen existir, en alguna medida, también en los procesos de inflación de origen fundamentalmente monetario, y viceversa”, escribió Olivera, pero en 1960, en el ensayo “La teoría no monetaria de la inflación”. Es decir, la inflación se puede explicar no sólo por cuestiones monetarias, pero no excluye este factor. Mal que le pese a la tesis kirchnerista de que “la emisión no genera inflación”. El gasto público supera el 40% del PBI, lo cual genera un déficit fiscal cada año más alarmante que el anterior; y todo se financia con emisión, mientras las reservas netas son cuasi testimoniales. El peso argentino es, hoy, cuestión de fe. Y las monedas fiduciarias alimentan procesos de alta inflación.

Lo cual deriva hacia la inflación estructural. Se expresa, en el día a día, en la Argentina de los desabastecimientos selectivos. Como si viviésemos una economía de guerra, los productos básicos escasean por temporadas: diessel, neumáticos, tampones, yerba mate… Y siempre escasean los dólares, como en la Europa de posguerra. En la guerra de Ucrania, ¿a cuál bando apoyamos?

El agravante es que el cuarto gobierno kirchnerista sólo atina a repetir recetas fracasadas para enfrentar el cambio de precios relativos. Y la nave insignia de los desaciertos es el control de precios. Fracasó con Perón, en 1952 y en 1973; y con Cristina, hasta el final de su segundo mandato.

“Lo de [Guillermo] Moreno era un invento de ‘truchar’ los datos. Durante el período de [José Ber] Gelbard, en realidad. la gente ponía los precios controlados porque efectivamente te cerraban el negocio, pero no encontrabas las mercaderías y tenías que pagar los precios en negro que no eran registrados en ningún lugar”, describe el economista Roberto Frenkel, ex funcionario de Economía de Salvador Allende, en una entrevista con la citada publicación de la UBA.

Allí, acaso, radique otro factor para explicar la inflación argentina. Dice Frenkel que, en un punto, la macroeconomía es una forma de historia. Y aquí, de la historia, no han aprendido nada.