NOVELA

EN EL CAMPO SALVAJE

JORGE TORRES ZAVALETA

(Memorias del viento – Buenos Aires)

“Las cosas siempre son mejores en sus comienzos”, escribió Pascal en Cartas de Provincia. La afirmación del filósofo no parece corresponderle a un escritor como Jorge Torres Zavaleta, autor de una vasta obra narrativa. Y cuya nueva novela –En el Campo Salvaje, primera de una trilogía- resulta todavía “mejor” (para decirlo con Pascal) que sus anteriores y siempre buenas ficciones (Las voces del reino, La noche que me quieras, El malón grande, El dueño anterior y tantos otros textos).

Torres Zavaleta conoce y tiene amor por el campo, los temas y personajes rurales, asunto no demasiado frecuente en la literatura argentina más joven. Y que remite a un Gabriel Miró en sus Años y Leguas, a La tierra purpúrea, de Hudson, a Los caranchos de la Florida, de Benito Lynch, al Santos Vega de Güiraldes, a la poética marechaliana y borgiana. Y, desde luego, a la poesía de Silvina Ocampo –en su espléndida Enumeración de la Patria- y a Adolfo Bioy Casares, de quien Jorge fue amigo, vecino, admirador y estudioso de su obra.

El tono de En el Campo Salvaje nos hace oír la voz del siglo pasado en nuestro país, la divisa punzó de su violencia, la fraternidad hipócrita entre los indios –avasallados en sus tierras- con los “blancos”, como Calfucurá y otros caciques líderes llaman a los criollos y a los conquistadores españoles. Una amistad que no fue para nada honesta y recíproca, salvo la de un Ramos Mejía con nuestros indios, una de las pocas excepciones.

Hasta el nombre de los capítulos del libro dan cuenta de ese sabor histórico genuino y poético: “El cruce del salado”, “Malón grande”, “El corral embarrado”, “Vida de la estancia”, “La Misia”, “Almuerzo con el coronel Dios”, “El Maquiavelo de la llanura”, “Los cielitos”. Nombres que irradian esa sutil ironía del lenguaje que recorre las páginas, mitad salvajes y mitad cultas de esta bienvenida novela campestre.

FERNANDO SÁNCHEZ SORONDO

© LA GACETA