(Desde Barcelona, España).- Está parado frente a un estante repleto de libros de la librería La Central de la calle Mallorca. Mueve los ojos, pero el cuerpo permanece inmóvil. Oye su nombre y Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988) gira como si hubiese sido pescado in fraganti. Luego pide unos minutos antes de hacer la entrevista. Al rato regresa y pregunta: “¿sabes dónde está la no ficción?”. Se vuelve a marchar y, algunos minutos después, reaparece con la sonrisa de quien vio algo que le reconfortó el alma. Entre miles de volúmenes, estaba allí su primer libro recién publicado, “La isla oculta”.

Exiliado en Barcelona desde el 9 de enero de 2022, al periodista todavía le cuesta moverse con fluidez en los comercios atestados de productos y publicidad. Salió huyendo de La Habana: a los 33 años se subió a un avión con su esposa y su bebé porque, si se quedaba, terminaría encarcelado como tantas otras voces críticas del régimen fundado por Fidel Castro, que hoy sostiene en pie el presidente Miguel Díaz-Canel. Jiménez Enoa, quien en el destierro sigue escribiendo columnas sobre su país en The Washington Post, pertenece a la generación que, con la ayuda de internet, intentó cuestionar la dictadura in situ. Así llegó a la conclusión de que el autoritarismo caerá, si cae, por su propio peso. “En Cuba es imposible contar la verdad”, resume.

Aunque tiene sobradas razones para amargarse, Jiménez Enoa destila cierta paz dolorida, pero no resignación. Continúa reivindicando la izquierda: si bien critica la degradación de la Revolución, considera que el capitalismo no es la alternativa. Su libro de perfiles y reportajes prologado por el cronista estadounidense Jon Lee Anderson revela la faceta íntima de Cuba. En “La isla oculta” entran los personajes y situaciones novelescas que Jiménez Enoa recopiló sin saber que esa sería su forma de despedirse de su amado Malecón.

- Contame qué le decís a la gente cómo yo que te pregunta por tu historia: ¿cómo llegaste aquí?

- Soy cubano. Intenté hacer periodismo en mi país, un país donde es imposible contar la verdad. Por esa razón aterricé en Barcelona. Sucedió de manera abrupta y, además, forzosa. Estudié periodismo, fundé un medio con un grupo de amigos (la revista digital “El Estornudo”) y, luego, empecé a colaborar con la prensa extranjera, pero en Cuba hay un sólo partido, el Partido Comunista, y por ley dirige todos los canales de televisión, todas las emisiones de radio, todos los periódicos y todas las revistas. Hacer periodismo fuera de esa sombrilla implica, por un lado, violar la ley y, por el otro, que el Gobierno te considere su enemigo. Por decidir hacer periodismo independiente en un contexto así tuve que soportar muchas consecuencias: prisiones domiciliarias, persecución, acoso a mi persona, mi familia y mis amigos, intervención de mi comunicación privada, primero, que no me dejaran salir del país y, luego, irme exiliado.

- ¿Qué relación hay entre lo que te pasó a vos y a otros periodistas cubanos que tuvieron que marcharse con el Movimiento San Isidro de reivindicación de las libertades y de crítica al castrismo?

- Hay una relación cronológica. El Movimiento San Isidro demostró al Gobierno que en la sociedad civil configurada por la llegada de internet a Cuba, en 2015, había aparecido una generación que quería cambiar las cosas. Y ese fenómeno, el Movimiento San Isidro, dejó a la vista que, si el Gobierno no apretaba (a los activistas), podía tambalear. El Gobierno aumentó la represión contra los disidentes y cambió la estrategia, que hasta ese momento era lo que me habían hecho a mí: impedir la salida del país a los periodistas independientes, los artistas y a los opositores para que no contaran lo que sucedía adentro y para limitarlos. Viajar para los cubanos significa algo distinto que para el resto de las personas. Significa buscar comida, vestirte, desarrollarte profesionalmente, vincularte a proyectos, conocer gente y la vida fuera de la aldea. Al final, es una especie de castigo. El Gobierno, entonces, decidió cambiar libertad por exilio. A mí me dijeron “te vas o te metemos preso”. A otros los llevaron de la prisión al aeropuerto. Y así acabaron con toda mi generación de colegas y de activistas. El que no está exiliado, está preso.

- ¿Por qué elegiste España como destino?

- Fue el azar. A mí un día me llaman por teléfono desde un número desconocido y me dicen: “si no te marchas, ahora sí vas a ir a la cárcel. Te daremos tu pasaporte, pero tienes que irte, o acabaremos contigo y tu familia”. Recibo el pasaporte: el problema es que con él sólo puedes entrar a Rusia y otros países africanos… Ninguno era opción. En ese momento, un cubano no era ni siquiera recibido en Nicaragua. Mi esposa es productora de cine: se movió y encontró un contacto. Por eso nos vinimos a Barcelona, pero también podríamos haber terminado en Sidney o Río de Janeiro… ¡Lo que saliera! Salió Barcelona y por esa razón estamos aquí.

- ¿Cómo es vivir en un lugar donde no querías estar sabiendo que, además, no podés volver al lugar de donde saliste?

- La sensación es que ya te jodieron porque, incluso en la hipótesis de volver a Cuba, que ahora mismo no está disponible, tampoco ese sería el mismo sitio que dejé. Siento que ya no voy a estar bien en ningún lugar. Pero lo que vivo actualmente es incluso más grave porque yo nunca había salido de Cuba. No conocía lo que era el capitalismo: nunca había entrado a un supermercado donde hubiera siete tipos de yogur y cinco de queso. Nunca me había montado en un metro (tren subterráneo). No sabía lo que era tener una tarjeta bancaria. Hay una serie de dinámicas que ni siquiera están en el orden político, aunque igualmente lo son, pero no per sé, una serie de nimiedades para el resto de la gente que a mí me afecta. Tengo la necesidad de volver a nacer y a aprender a vivir a los 34 años. Siento que vengo de otro planeta, y que llegué a un lugar, a unos códigos y a una forma de ver la vida que nunca había habitado. También me pesa el racismo, que en Cuba se manifiesta de un modo más estructural: los negros son los más pobres; en el Gobierno no hay negros; los negros son los menos en las universidades, pero, como en la población hay muchos negros, tú en la calle no encuentras expresiones explícitas de racismo como las que encontré aquí. Y fue muy desagradable y chocante. Entonces, ese cúmulo de cosas más el duelo migratorio, más la incertidumbre profesional, hace que a veces crea que vivo una anomalía donde nada es real.

- ¿Cómo definís ese primer contacto con Europa?

- Una locura. Lo apuntaba (anotaba) todo porque sabía que se me iba a olvidar. Me parecía un sueño surrealista. Caminaba, y me decía a mí mismo “estoy en Barcelona, no en Cuba”. Era la primera vez que pisaba un lugar que no fuera mi isla. Los primeros meses no pude hacer nada. La gente me decía que cuando llegara al capitalismo iba a engordar, “vas a comer todo el chocolate que no te has comido” porque en Cuba no hay, y lo que me pasaba a mí era que no comía. Estaba abrumado. Llegué en enero de 2022 y no tenía ropa porque en el invierno cubano hacen 25 grados. No podía entrar a las tiendas ni a las librerías porque me abrumaban: me daban ataques de ansiedad. Ya estoy mejor. Pero hoy, por ejemplo, yo sabía que mi libro estaba en esta librería que elegiste para vernos porque un amigo me había avisado. Estuve 10 minutos buscándolo hasta que lo vi: una cosa rara. De pronto, un libro mío aquí.

- ¿Cuál es tu impresión inicial del capitalismo?

- Me parece brutal: genera un individualismo extremo que genera un control sobre las personas que genera una gran frialdad. Si bien la historia demostró que el socialismo no llegó a ser la vía porque terminó siempre en todas partes en dictaduras, el capitalismo tampoco lo es. ¿Por qué? Porque se trata de un sistema enajenante. Todo el tiempo veo luces y recibo mensajes que a veces no son ni siquiera textuales: es un monstruo contra el que no se puede combatir. O aprendes a surfearlo o te pasa por encima.

- ¿Y la libertad?

- Es relativa. Por ejemplo, a diferencia de Cuba, donde hay un sólo partido político que es dueño de todos los medios de comunicación, aquí existen múltiples dueños, pero eso no significa necesariamente que la prensa sea libre. Obviamente existen espacios de independencia, pero no son la mayoría. La mayoría de los medios funciona con criterios autoritarios, pero regidos por el capital. Fuera de ese ámbito, es cierto que cualquier persona puede decir lo que quiera en la calle. En mis primeros días aquí me topé con una marcha de protesta: a mí me llamaba la atención que los policías custodiaban a los manifestantes y no les daban golpes. Yo me senté a ver y a disfrutar eso como si estuviera en una obra de teatro. Había niños, ancianos, música y estaban quejándose del Gobierno.

- Tu año uno barcelonés termina con la publicación de “La isla oculta”. ¿Qué significa para vos?

- Es mi primer libro y es importante porque, si yo seguía en Cuba, iba a ser imposible publicarlo. A la vez es muy triste que los cubanos que están allá, que es para mí mi audiencia prioritaria, quizá no puedan leerlo porque no sé si lo dejarán pasar por la frontera. Empecé a escribir este libro en Cuba y lo terminé afuera. En el último capítulo, que es una suerte de epílogo, cuenta esto que te comentaba sobre mi debut en Barcelona y en el capitalismo. Intenta contar la Cuba subterránea alejada de los clichés y de la narrativa oficial y del “mainstream”. Cuba tiene 16 provincias: yo quería hacer una crónica por cada una de ellas, pero, al final, cambié de idea, el libro mutó y terminaron quedando 16 crónicas, ahora sin proponérmelo.

- ¿De dónde viene la inspiración para este trabajo?

- A lo largo de mucho tiempo reporteando allí me encontré con personajes y temas surrealistas que tranquilamente cualquiera puede decir que es ficción. El libro cuenta esa otra cara. No es un libro político en sí mismo, aunque incluye las historias de un huelguista de hambre y de una activista del Movimiento San Isidro. Quería que los protagonistas desprejuiciados contaran ese país. Un jinetero (gigoló) narra cómo se aprovecha de las extranjeras y les quita el dinero: aparece una faceta distinta de la prostitución, que siempre había sido observada desde la mujer. En Cuba hay mucha pobreza: una carestía que alcanza niveles insospechados. Me fui a vivir un tiempo a los suburbios del barrio más cool del país, El Vedado, que está en el centro de La Habana. La crónica se titula “Fango” porque al caserío lo conocen como “Fanguito”: está al lado de un río y, cuando sube, se mete en las viviendas y los niños no pueden ir a la escuela. También viajé hasta el occidente de la isla, a uno de los dos lugares que la revolución no logró allanar. Uno es la Base Naval de Guantánamo y, el otro, ese sitio que visité: una comunidad de campesinos que no deja entrar al Gobierno. No hay escuelas ni hospitales ni televisores ni refrigeradores ni carnés de identidad, y se reproducen entre ellos todo porque creen en los poderes curativos del agua. Esa crónica se llama “La revolución de los acuáticos”. También conté sobre los pescadores que pescan con condones por falta de implementos de pesca, algo que para mí refleja hasta dónde llega la carestía. Es una isla donde ni siquiera se puede pescar: algo imposible de pensar.

- Fuera de Cuba muchos conservan una visión romántica del país gracias a las promesas revolucionarias de Fidel Castro y de Ernesto “Che” Guevara…

- Todos la tuvimos. Mi abuelo era guardaespaldas del “Che” y de Fidel. Hace unos días me hicieron una entrevista para un canal de televisión de Miami: yo sabía a lo que me iba a enfrentar, pero quería tratar de llegar a un público que tal vez esté interesado en el libro. En medio de la conversación, la entrevistadora me saca la cuestión de mis familiares y me cuestiona cómo podía seguir siendo de izquierda. Ante esto, yo digo que los que no son de izquierda son los gobiernos cubano, nicaragüense y venezolano. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Existe esa idea de que si uno critica a Cuba ya es de derecha y “trumpista”. Pero no: hay un desconocimiento acerca de la realidad de los cubanos.

- Debe ser difícil tratar de explicar esto con tanta familiaridad con la Revolución.

- Yo vengo de adentro y estuve encandilado. Es que no hay manera de no enamorarse de lo que propuso la Revolución cubana. Lo que pasa es que eso se torció y no se logró nada, y devino en un pedazo de dictadura donde no puedes ni decir “esta boca es mía”, y que lleva 64 años.

- Ya no están los Castro al frente del régimen y muchos esperaban que la biología impulsara un cambio. ¿Qué pasó con esa expectativa?

- Justamente en el último artículo que publiqué en The Washington Post me aventuré a imaginar un escenario futuro. Díaz-Canel es un títere de Raúl Castro: lo sabemos todos y él nos lo confirmó cuando dijo, al asumir la presidencia, que iba a seguir consultándole las decisiones importantes del país. Sigue siendo Raúl el que manda y esto será así hasta su muerte. Las Fuerzas Armadas cubanas poseen entre el 70 y el 80% de la economía cubana. Se trata de generales nonagenarios que se están muriendo uno detrás de otro. Pienso que, llegado el momento, se dará un escenario de pugnas internas. Aunque hoy se comporten como títeres, Díaz-Canel y quienes lo secundan son más jóvenes, y, de alguna manera, intentan de vez en cuando hacer reformas. Y cuando el amo supremo ya no esté, esos movimientos serán más bruscos. Eso hará que el sistema se derrumbe y se caiga por sí solo. Creo que esto pasará desde adentro del Gobierno, no desde afuera.

BIO

Abraham Jiménez Enoa es columnista de The Washington Post. Ha publicado reportajes y artículos en The New York Times, BBC World, Al Jazeera, Vice News, Gatopardo y El País. Cofundó El Estornudo, primera revista cubana independiente dedicada al periodismo narrativo. Ganó el premio Libertad de Prensa Internacional del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), el Sigma Delta Chi Award de The Society of Professional Journalists y el de la Sociedad Interamericana de Prensa. Además, acaba de obtener la Beca Michael Jacobs de crónica viajera para escribir su segunda obra de no ficción. Según el prologuista Jon Lee Anderson, su primer libro, “La isla oculta” (2023), conecta a los lectores con aquella “Cuba tan bella, tan querida, y tan injusta y triste a la vez”.