Hagan la prueba: no cualquier escritor tiene la “virtud George Simenon”: atrapar a los lectores desde las primeras páginas y mantenerlo en vilo, tenso, hasta que la historia termina. Hacía tiempo que no volvía a Simenon. Volví en estos días en que las editoriales Anagrama y Acantilado relanzaron El fondo de la botella, Maigret duda, Tres habitaciones en Manhattan y La muerte de Belle. Estos son los títulos que llegaron con nueva edición a la Argentina. En España hacía algo más de tiempo que venían con la colección Simenon. Durante 2023, cuando Simenon cumpliría 120 años (nació el 13 de enero de 1903 en Lieja, Bélgica, pero dicen que, por superstición, lo anotaron el 12), aparecerán más reediciones, según me cuenta Sebastián Lidijover, responsable de la prensa de Anagrama en Argentina.
Entré al mundo Simenon a través de El hombre que miraba pasar los trenes. Yo era un adolescente al que sólo le importaban Independiente y estar con mis amigos cuando leí ese libro que me enseñó cómo, de un día para otro, todo se puede ir al carajo. Con aquella lectura supe que Simenon estaría en mi top de escritores y fui por más. Los anillos de la memoria -que leí de un tirón en un viaje en micro a un pueblo perdido de Corrientes-, El hijo del relojero y La nieve estaba sucia fueron los siguientes. Todos de Tusquets. La lista sigue. La puedo armar como un rompecabezas, aunque imperfecto, porque perdí noción del orden de lectura. Pasaron más de treinta años desde entonces. Casi cuarenta.
Me ayudo con una revisión ante mi biblioteca y están, entre otros, uno de Ediciones Orbis, de los 80, que incluye tres títulos del detective Maigret, el personaje emblemático de Simenon. Maigret y los testigos recalcitrantes, Maigret a pensión y Un fracaso de Maigret. También La viuda Couderc, el excelente Carta a mi juez, Betty y El tren de Venecia, entre otros. Aviso: no soy asiduo lector de la serie Maigret sino de las novelas policiales-psicológicas de Simenon.
Confirmé que iba por buen camino con este gusto literario cuando me enteré de que Osvaldo Soriano lo admiraba tanto. De hecho, quedé fascinado cuando me topé con un texto suyo que se titula Reloj y lo pueden encontrar en Piratas, fantasmas y dinosaurios. Miren: “Pierre Assoline cuenta, en su monumental biografía de George Simenon, que una de las mayores culpas que pesaron sobre la conciencia del creador de Maigret fue la de haber entregado el reloj que le había dejado su padre a cambio de una noche de prostíbulo. Simenon nunca pudo recuperarlo y desde entonces vivió rodeado de péndulos, despertadores y minuteros. A todo el mundo le regalaba relojes pero, perdido el de su padre, nunca pudo tener uno que fuese realmente suyo. ‘La fecha más importante en la vida de un hombre es la de la muerte de su padre. Es cuando no tienen más necesidad de él que los hijos comprenden que era el mejor amigo’. Con esa cita de Simenon abre Assouline el meticuloso recorrido de una vida tantas veces maquillada por el escritor en sus Memorias íntimas y otros libros de recuerdos. El reloj perdido en las bragas de una prostituta negra recorre la colosal obra de 350 títulos”, nos cuenta Soriano.
Simenon fue un personaje más allá de sus personajes. En una entrevista contó que se acostó con treinta mil mujeres. Su biógrafo Assouline lo desmiente: “Treinta mil, no; diez mil. Hay que ser precisos... Le dijo eso a su amigo Fellini cuando hablaban de su película Casanova. Lo dijo, naturalmente, después de un cálculo sencillo: empezando a los catorce años, haciendo el amor todos los días, veamos... Además, precisaba que las tres cuartas partes de esas mujeres eran prostitutas. Pero no fanfarroneaba. El sexo, para él, era una actividad cotidiana e higiénica, como la ducha”. El mismo Assouline lo define como una persona excesiva: “Nació bajo el signo del exceso. Todo lo hizo con exceso: ganar dinero y gastarlo, hablar, escribir, viajar, hacer el amor…”.
Nació en una familia de clase media venida a menos. Empezó a ejercer el periodismo en un diario local cuando tenía 16 años. Se juntaba con bohemios y marginales. Tal vez como una forma de contrarrestar el destrato que sufrió por parte de la mayoría de sus compañeros adinerados del colegio. Se llevaba mal con su madre y sufrió la muerte del padre, cuando aún no había cumplido los 20. Empezó a viajar. Nunca pudo quitarse el dolor de sentirse menospreciado por sus padres desde el nacimiento de su hermano menor, Christian. Más allá de que sea cierto, la historia parecería perfectamente tratada en El fondo de la botella. Los dos personajes, un hermano hecho económicamente y otro que escapa de la policía, se encuentran en la casa del primero. La tensión que surge desde entonces es tremenda. Por eso les recomiendo su lectura.
Como todo personaje, tuvo sus claroscuros. Hay quienes dicen que sus libros no los escribió él sino que se los escribían. Hay quienes dicen que fue colaboracionista de los nazis. Como los periodistas bohemios de aquellos tiempos, no se privó del alcohol. Antes de los 70 abandonó la escritura de las novelas para dedicarse a su intimidad. Sabemos que todo recuerdo es imperfecto. Adrede o por omisión.
En La muerte de Belle vuelvo a encontrar aquello que había encontrado hace años, cuando leí El hombre que miraba pasar los trenes: cómo todo puede desmadrarse en segundos. En este libro que acaban de reeditar Anagrama y Acantilado, un maestro con una vida ordenada se encuentra de pronto acusado por el asesinato de la hija de un matrimonio de amigos. Los recovecos psicológicos de los que se vale Simenon hacen de su lectura algo imperecedero. Lo ratifico ahora, mientras escribo y tengo a mi lado la primera parte de Tres habitaciones en Manhattan, el otro libro que empecé a leer hace unas horas. Un tipo que está de vuelta al que se le cruza una mujer cargada con su propia derrota. ¿Cómo seguirá esto? ¿Qué va a pasar? ¿A cuánto estamos, en nuestra vida diaria, de pisar el palito y convertirnos en un nombre y apellido de páginas policiales?
Si de algo puede servir esto que escribo, espero que sea para que larguen todo y se pongan a leer a George Simenon
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Alejandro Duchini – Periodista.