Las palabras de una madre lo pueden todo. El principal sospechoso del crimen de Fernando Báez Sosa, después de casi tres años, decidió romper el silencio luego de que su mamá declarara en las audiencias que se desarrollan en los tribunales de Dolores, Buenos Aires. “Quiero pedir disculpas porque jamás en la vida se me hubiese ocurrido matar a alguien. Escuché varias cosas sobre mí hace varios años. No reconocía porque generaban tanto odio hacia mi persona, yo jamás en la vida tendría esa intención”, señaló Máximo Thomsen, uno de los ocho acusados del homicidio. Pero sus palabras dejaron muchas dudas y tela por cortar.

Se sabía que la de ayer sería una jornada clave en el juicio. Pero nadie esperó que fuera tan importante. Primero declararon Juan Pedro Guarino (fue sobreseído en la causa) y Tomás Colazzo (nunca fue procesado por ser menor de edad el día en el que se registró el crimen). Fueron tan categóricos sus dichos que todas las partes desistieron del testimonio de Alejo Milanesi, otro de los miembros del grupo de amigos que fue despegado de la causa y que estuvo presente en el momento en el que se registró el crimen.

¿Un quiebre?

Los acusados Luciano (21), Ciro (22) y Lucas Pertossi (23), Ayrton Viollaz (23), Máximo Thomsen (23), Enzo Comelli (22), Matías Benicelli (23) y Blas Cinalli (21) escucharon en silencio y sin gesticular las palabras de sus amigos. Pero todo cambió cuando lo hicieron dos mujeres.

María Paula Cinalli, madre de Blas Cinalli y tía de Luciano y Ciro Pertossi fue la primera en hablar. “Es una desgracia muy grande. No quiero pensar qué han pasado los padres de Fernando. Pero nosotros también lo sentimos y lo sufrimos”, dijo la mujer sobre el crimen.

En ese momento, Thomsem comenzó a llorar. Y las lágrimas fueron mucho más intensas cuando habló su madre, Rosalía Zárate. “Me enteré lo que pasó y me encontré con él detenido. Me quedé sin trabajo, sin obra social”, contó la mujer. “Me operé, hice rayos y quimioterapia, sigo en tratamiento porque tengo cáncer. Lo dejé para poder venir acá. Lo único que hago es salir de mi casa para ir a ver a mi hijo a la cárcel e ir al médico. Hace dos años. No puedo más no puedo seguir sobrellevando todo esto. Es una pesadilla”, finalizó.

Pedido

Después de escuchar a su madre, Thomsen decidió declarar y romper el silencio de casi tres años para tratar de aliviar su difícil presente procesal, ya que fue identificado como la persona que le aplicó las patadas que le provocaron la muerte del joven. Entre otras cosas, declaró:

- “Jamás en la vida tuve intención de matar a nadie porque vengo escuchando todos los días que yo organicé, que soy líder”.

- “Cuando entré en la ronda recibí el golpe, pegué una patada o dos, no sé a quién ni cómo”.

- “Mi idea principal siempre es comer después del boliche. Después del boliche me fui a dormir porque para mí fue una pelea, un abrir y cerrar de ojos. Me levantan diciendo que estaba la policía afuera”.

“Al otro día supe lo que había pasado. Cuando estábamos todos en el piso (la policía) nos dice: “¿Ustedes saben por qué están acá? Ustedes mataron un pibe”. Ahí me empezó a dar vueltas todo en la cabeza y me puse a vomitar, pero yo hasta el día siguiente no lo creía, mi cabeza no lo podía procesar porque yo no lo entendía”.

Thomsen se mostró molesto cuando el querellante Fernando Burlando intentó interrogarlo. “No me siento cómodo respondiendo preguntas a una persona que me insultó a mí y mi mamá”, dijo. Después de unos minutos, una de las magistradas decidió suspender el interrogatorio.

¿Estrategia?

Thomsen no rompió el silencio porque se negó a responder preguntas que involucran a los otros acusados. El joven no sólo se ubicó en la escena del crimen, sino que además reconoció que la zapatilla en la que se encontró sangre de la víctima. No quiso complicarse procesalmente. Es la primera señal de cuál es la estrategia defensiva. El joven reconoció que él golpeó a Báez Sosa después de haber sido atacado. Los especialistas sostienen que en realidad pretenden que se lo acuse de homicidio en riña, delito que contempla una pena de cuatro a 12 años de prisión.

Los ocho imputados llegaron al juicio de homicidio doblemente agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas, que contempla la pena de prisión perpetua.