Desde diciembre hasta hace una semana estuvimos atravesados por varias festividades; con regalos y la necesidad de mantener una buena logística para celebrar Navidad, Año Nuevo y Reyes. Como padres nos esforzamos para ver sonreír a nuestros hijos pero -sin previo aviso- a cambio recibimos un disparo a quemarropa: “ya no creo en esas cosas papá/mamá”, “ya se que vos ponés los regalos”, “no quiero festejar con ustedes”...

No es malo que ellos inicien una nueva etapa en su crecimiento e incluso algunos podríamos sentirnos aliviados al dejar de fingir ciertas cuestiones; sin embargo, el problema surge cuando comenzamos a sentirnos vacíos y las celebraciones adquieren otro tinte. De repente, para nosotros también se esfumó la magia.

“Pese a lo engorroso y complicado que es mantener las fantasías que los chicos se hacen sobre las Fiestas (u otros eventos en que hay narrativas ficcionales), los rituales como esperar ansiosos a las 12 por un regalo, entrar en sigilo para llevarse un par de zapatillas o disfrazarse para un cumpleaños, tienen su correlato simbólico y vivencial para los adultos. Existe también para los grandes una despedida con la infancia reflejada, lo atesorado y un corte en el tipo de vínculo que mantenemos con los más pequeños”, indica la psicóloga infantil María Viviana Carrazco.

Después de este rechazo a todo lo que implicaba a Papá Noel, el conejo de Pascuas, el Ratón Pérez o los Reyes Magos, son bastantes los padres que experimentan ansiedad, nostalgia o tristeza por el cambio.

En una primera instancia prevalece la sensación de que los niños crecen rápido y que el tiempo afecta a algunas cosas sobre las cuales vale la pena detenerse. “En segundo lugar, hay quienes sufren cierta frustración o lamento porque la inocencia de sus hijos desaparece de a poco. Pese a cualquier conflicto que podamos mantener con ellos, la etapa en que analizan el mundo en términos mágicos genera muchos recuerdos gratos y risas para los cuidadores”, destaca.

Tras ese golpe de agua fría, nos hallamos asistiendo o coordinando agasajos que carecen de complementos que rompan la monotonía.

“Estos planteos internos no aparecen automáticamente, pero empiezan a tomar vuelo al chocarnos con la realidad y el ciclo de años y más años bajo un mismo sistema. Hay tareas que de repente desaparecen, escenas divertidas que se van y ciertos huecos sobre los cuales trabajar. No es que la dejemos de pasar bien en familia, pero esta evolución lleva a despedirnos de hábitos que implicaban explorar nuestra propia sensibilidad y apertura mental”, acota Carrazco.

Pactos y dificultades

Aunque queramos detener el reloj, la lógica de las sociedades actuales tampoco ayuda. Hay varios estudios que analizan cómo los lapsus en que prima el pensamiento fantástico han disminuido en los últimos años.

“Entre las múltiples causas, una parte de la culpa se la lleva la accesibilidad a la información que tienen los pequeños, el abuso de la tecnología y el círculo social en que se desenvuelven. Además, de los modelos de crianza. En promedio, el pensamiento fantástico comienza a mitigarse a los ocho o nueve”, sostiene la terapeuta Teresa Alejandra Catella.

En complemento, hay otro tema que produce emociones encontradas. Al descubrir “la verdad” detrás de la entrega de obsequios o planificación de eventos desde entonces recae sobre nuestra espalda el peso de algunas decisiones.

“Un momento igual de duro -que se repite habitualmente en el consultorio- es cuando los hijos increpan a sus padres por los regalos que no recibieron o les ruegan que les compren objetos que resultan inaccesibles para su economía. Si bien rechazar sus súplicas forma parte de algo rutinario, contar con una figura externa en la que respaldarnos aligera las responsabilidades”, agrega.

Recomendaciones

¿Cómo continuar? Antes que nada, Carrazo enfatiza que nunca debemos dar por sentado que el encanto de los chicos hacia los ratones que dejan dinero o el Polo Norte se perdió por completo.

“Al crecer la magia se vuelve selectiva y no debemos adelantarnos y considerar que es un adiós definitivo para cualquier práctica. En este sentido es preferible no adelantarse, proseguir con los rituales acostumbrados y esperar a que los chicos sean quienes nos confiesen su descubrimiento y acudan en busca de respuestas o una confirmación”, sugiere la profesional.

Lo que nos queda es ser más perceptivos para lograr acompañar sus intentos por develar lo que ocurre. Una de las conductas típicas que muestran los niños es realizar muchas preguntas sobre ese fenómeno o sus protagonistas e investigar en el hogar en busca de “pruebas”.

“Cuando se presenten ante nosotros con convicción nunca hay que rebatirlos. Antes de contestarles o confesarnos es importante ahondar hasta donde llega su razonamiento. En la mayoría de las situaciones, la duda deriva de algún despiste o un comentario que escuchó (más o menos malintencionado) de sus compañeros o amigos”, añade Catella.

No obstante, la ilusión sigue prevaleciendo y basta con unas simples palabras para que se olviden del asunto. En caso contrario (cuando la edad lo permita) solo nos resta consultar “¿qué te gustaría hacer ahora?” y evitar contarles detalles de cualquier maniobra hecha en el pasado para invitar superhéroes o princesas a sus cumpleaños o esparcir el pasto como si un camello hubiera pasado por el living.

“En cuanto al vacío que atraviesan algunos padres una buena idea es focalizarse en preservar ese clima general de expectativas. Por ejemplo, se puede apostar el doble por la decoración, actividades y juegos compartidos o un menú diferente que sea disruptivo”, suma Carrazco.

Para romper con la inercia o piloto automático festivo, otra opción es redireccionar nuestra dedicación a diferentes gestos que transmitan el mismo cariño. “Hay varios rituales que apuntan a la unión o entretenimiento compartido y responden a una racionalidad diferente. Vale armar cartas de fin de año y luego quemarlas de manera espectacular, crear una lista con propósitos, hacer que ornamenten el hogar o tematizar los eventos en base a sus nuevos gustos”, sostienen las entrevistadas.