En Mar de las Pampas, frente a la inmensidad del Atlántico que tanto lo subyugaba, en la tarde del viernes falleció el reconocido arquitecto y urbanista argentino Rodolfo Livingston, uno de los máximos referentes de las nuevas corrientes que pusieron a las personas por delante del diseño.

Su prédica fue hacer viviendas que respondiesen a las inquietudes, necesidades y deseos de sus ocupantes. Una idea que puede sonar obvia, pero que fue revolucionaria en un momento en que los profesionales estaban abocados principalmente a pensar y realizar casas estéticamente bellas y atractivas, por más que fuesen poco aptas para la dinámica familiar de quienes las iban a habitar.

Su deceso, a los 91 años, generó pesar entre sus colegas, que reconocieron la valía de los aportes conceptuales del creador del método “Arquitectos de familia”, con el que influyó en cambios en la construcción en todo el mundo y le valió numerosos premios (como el “Best Practices” en 1996 en Estambul y el “World Habitat Awards”, en Bruselas, en 2002) a partir de la premisa de que escuchar al cliente, entender sus necesidades y comprometerlos en el proyecto.

Su pareja Nidia fue quien anunció el fallecimiento en las redes sociales, en un mensaje en el que destacó: “de todo lo que realizó quedan innumerables notas y testimonios. Fue un inconformista, que trabajó desde su profesión con obras para alivio de quienes menos tienen”.

Arquitectos tucumanos se sumaron a la despedida. Gerardo Isas consideró que “Livingston significa, al estilo (Eduardo) Sacriste, la traducción del movimiento moderno de más de 100 años al lenguaje latinoamericano; y personificó una fina conjunción entre profesión y docencia”.

“Fue un arquitecto, docente y escritor muy polémico en la década de 1990. El eje central de su pensamiento fue considerar la arquitectura como un contenedor de la vida cotidiana de los ciudadanos, y no como un simple objeto de diseño. Creó un sistema de diseño participativo que recibió premios internacionales, y fue autor de 10 libros con 38 reediciones; de ellos, ‘Cirugía de casas’, escrito en un lenguaje muy directo, con gran sentido crítico y lleno de humor, fue un best seller en las universidades argentinas, en esos años porque abrió un nuevo camino y un enfoque refrescante para nuestro trabajo al replantear la relación entre arquitecto y cliente, proponiendo una forma auténticamente original de vivir la profesión”, destacó Ricardo Salim.

Solía afirmar que había que “derrumbar paredes, porque “lo que importa es la vida que sucede en ese espacio; no es el espacio en sí mismo sino lo que sucede en él”. Fue funcionario público por un breve período. En los 90, el intendente Carlos Grosso lo designó director del Centro Cultural Recoleta (CCR), e implementó una gestión tan renovadora que derivó en el pedido de renuncia. Livingston se negó, y le respondió con un telegrama: “me encuentro acuartelado en algún lugar del CCR y solo respondo a las órdenes del general Fontova” (se refería al músico Horacio Fontova). Luego dejó el despacho en medio de las risas y los aplausos de sus colaboradores y el desconcierto de sus superiores, que pasaron horas buscando un militar inexistente.