En los últimos años, las redes sociales supieron tener un auge económico y cultural nunca antes visto en la industria de los medios. En torno a una plataforma se construían acciones, verbos, tipos de comportamiento y estereotipos de usuarios. Por ejemplo, siempre se creyó que Twitter no era una red masiva, pero que a cambio dicha plataforma resguardaba a una elite de usuarios que tenían poder de decisión y acción a través de sus palabras. Aunque limitadas en principio por 140 caracteres, todo parecía indicar que los líderes de opinión elegían dicha red para expresar sus pareceres y saltear intermediarios.

“Googlear”, “tuitear”, “facebookear”. Son verbos que no necesitan contextualización alguna en la cultura popular. Forman parte de un diccionario que se construyó en torno a nuevas prácticas globales y consolidaron, entre sí, sus propios códigos. Pero como advierten los críticos de los discursos tecno-ilusionistas, esos verbos no emergieron solos. Fuimos nosotros quienes los construimos, adoptamos y masificamos a una velocidad inédita en la historia de los medios. Sin embargo, creímos que su hegemonía sería eterna. Nos convencimos de que no había mejor lugar que Facebook para compartir y conectarnos con gente, creímos que en Twitter latían las expresiones y emociones de una determinada época. Al parecer, todo eso está cambiando.

Los gigantes de la tecnología evangelizaron además una cultura del trabajo. Es decir, no solo fueron los mejores por los productos que ofrecían, sino también se convirtieron en estándares de profesionalismo, eficiencia y respeto por sus trabajadores. Eso también cambió y con una velocidad tan radical como cualquier meme viral. La semana pasada, Elon Musk, el nuevo dueño de Twitter, envió un ultimátum a la planta de trabajadores que sobrevivió de los masivos despidos con los que debutó como directivo. “En el futuro, para construir un Twitter 2.0 rompedor y tener éxito en un mundo cada vez más competitivo, tendremos que ser extremadamente duros. Esto significará trabajar muchas horas a gran intensidad. Sólo un rendimiento excepcional constituirá un aprobado”, decía el comunicado, según reveló The Washington Post. Pero el mensaje además comprometía a los trabajadores a apretar un “sí” en un formulario para aceptar dicho compromiso. Si no lo hacían antes de las 17.00 horas del 17 de noviembre, quedarían sin trabajo. Esta amenaza fue rechazada por un masivo grupo de trabajadores, algunos de los cuales llegaron a subir videos mostrando cómo terminaba su carrera en Twitter por no cumplir con la orden de Musk, como el caso de Matt Miller, quien trabajó más de 9 años en la compañía. El jueves por la noche, #RIPTwitter fue tendencia en todo el mundo y los usuarios montaron una especie de ceremonia de despedida. “Nos vemos en Mastodon, Space Karen”, fue uno de los mensajes más viralizados por esas horas.

Mastodon aparece ahora como una alternativa para que los usuarios defraudados de Twitter aterricen allí. Es una red social fundada en 2016 y siempre se mostró como una red descentralizada, es decir, no existe una empresa que concentre toda la información de los servidores que sostienen su funcionamiento. A diferencia de Twitter, esta plataforma es de código abierto, es decir, está a disposición del público y puede ser utilizado para construir versiones alternativas. Los usuarios pueden colaborar con dicho código, agregando o corrigiendo funciones. Está disponible en versión web, como también para iPhone o teléfonos con Android y no tienen la posibilidad de enviar mensajes privados.

Sin embargo, por estos días el contenido que prevalece en esta red, supuestamente alternativa, está casi monopolizado por Twitter. Memes, aclaraciones, comparaciones, burlas. Todo se refiere a la red social en crisis. Entre todos los mensajes, había uno que resumía quizás de la mejor manera el paradigma que nos azota: “Si hoy cae Twitter también caerá Mastodon”.

Las redes son ahora vulnerables. Hasta el propio TikTok, el nuevo rey entre las audiencias más jóvenes, tiene como objetivo frenar el crecimiento de la emergente BeReal, una red social que invita a compartir contenidos sin filtros y en el mismo momento en el que le llega una notificación al usuario. La red social china lanzó hace pocas semanas TikTok Now, una copia de BeReal, junto con una agresiva estrategia publicitaria: le pagará a los usuarios que sumen amigos. Esta opción ya está disponible en Argentina y los montos varían entre $900 y $2.000 por cada referido. Es evidente que TikTok sabe que no estaremos allí por 10 años, pues los ciclos ahora son más cortos, impredecibles y los usuarios difícilmente se sientan encorsetados por una u otra red. A la vista están las nuevas estrategias, en un mercado cada vez más impredecible, quizás menos concentrado pero, sin dudas, cada vez menos innovador.