De las ambiguas y siempre polémicas relaciones entre el peronismo y la cultura quiero rescatar un par de hechos significativos y valiosos, perlas que brillan en la distancia de un tiempo tal vez perdido.

Son dos anécdotas tucumanas, además: una de ellas le corresponde a Stella Maris Garbarino, “Pila”, quien fuera directora de Canal 10 durante unos meses, allá por el turbulento año de 1973. Durante su gestión se organizaron los llamados “Conciertos populares”, en los que se convocaba a destacados músicos para tocar en las zonas más pobres y desconectadas de la provincia. Cuenta Pila Garbarino que llegaron a darse conciertos en galpones o en la misma calle, en lugares que no tenían infraestructura suficiente, o que incluso carecían de electricidad. De estos avatares participaron grupos como el Trío Más Tango, Los Indianos, Los Contracanto, la Camerata Bariloche y, por supuesto, nuestro Miguel Ángel Estrella, que formaba parte del proyecto.

El otro hecho pertenece, precisamente, al talentoso y querido Miguel Ángel Estrella, y a la conocida labor de Música Esperanza, la fundación creada por él que organizó innumerables conciertos de música clásica en barrios carenciados y pueblos del interior. Música Esperanza, de alguna manera, fue la continuación de aquel proyecto de conciertos populares ideados por Garbarino.

Ambas historias representan una misma idea: la de acercar lo mejor de la cultura universal al pueblo llano. Hablan también de la urgencia por enmendar una carencia histórica, por saltarse la burocracia y dar respuesta inmediata a un déficit que entonces parecía remediable. Había mucho por hacer y de inmediato, sin rodeos, para alcanzar cuanto antes el sueño de una sociedad culta, inteligente y generosa.

Esta vocación, que perteneció al peronismo y que fue una de sus mejores facetas, hoy sobrevive, si acaso, en acciones voluntaristas y anónimas, pero se va perdiendo porque el gran poder oficial, los mandamases de la cultura y el presupuesto, ya no creen en ella, consideran la alta cultura como algo conservador y la han sustituido por los esnobismos del moda en los tiempos que corren: llevar a la mesa de las clases populares el plato de inclusivismo gramatical y una variada y exótica paleta de teorías de género, para que bien les aproveche. Esta dudosa oferta no se ensucia los zapatos por los rincones del país, sino que invita a “aplicar” anglicismo deplorable que utiliza el FNA― desde sus iPhones a plataformas web de los organismos. Es lo que algunos malévolamente denominan corriente “Nac&Pop”, “New peronism” o “Peronismo Sushi”, que opera la cultura nacional desde Puerto Madero o Recoleta. Van mutando notoriamente los contenidos y las formas en las políticas culturales.

Tal vez no sean malos estos cambios, pero dan un poco de nostalgia y de tristeza, y me recuerdan aquel famoso exabrupto de “Alpargatas sí, libros no” que en los años 40 marcó a fuego la relación del primer peronismo con el ámbito universitario y de la cultura. El rechazo se refería, no a los libros como tales, sino a una élite intelectual distanciada del pueblo y de sus urgencias, que eran muchas y severas.

Imposible no establecer un paralelismo entre los viejos y estos nuevos elitismos que, lejos de ofrecerle lo mejor y más valioso de la cultura al pueblo llano, la rebajan, surten ideología por cultura, le dan la espalda a los descamisados y se miran las caras para hacerse guiños e intercambiar mensajes de moda en su jerga privadísima, que parece resguardarlos del lodo y del polvo en que vive la gente común, tan preocupada en buscar la alpargata que le calce mejor a su economía.

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Juan Angel Cabaleiro - Escritor