Aparentemente fue un accidente. Ocurrió el 30 de julio de 1922 en la cancha de Sportivo Barracas. Aquel día jugaba un equipo vasco, que estaba de visita, contra un conjunto del interior del que no hay muchos datos. La víctima, cuyo nombre quedó en el olvido, fue un chico que se había subido a una tribuna improvisada y que por algún motivo cayó sobre un vehículo que estaba estacionado afuera del estadio. La suya fue la primera muerte ocurrida en Argentina en hechos vinculados con el fútbol de la que se tiene registro. El segundo caso llegó poquito tiempo después: fue el 21 de septiembre de ese mismo año en Rosario, durante un partido entre Tiro Federal y Newell’s. Ahí sí hubo violencia. Tras una discusión, Francisco Campá, protesorero de Newell’s, mató de un balazo a Enrique Battcock, obrero ferroviario y ex jugador del equipo local. Ocurrió mientras se disputaba el segundo tiempo y Tiro Federal ganaba 2 a 0. El lunes, un siglo después de aquellos primeros casos, se inscribió el -hasta ahora- último nombre de una enumeración fatídica: el de Manuel Alejandro “Berenjena” López, asesinado de un disparo en la cabeza a menos de 200 metros de la cancha de San Martín de Tucumán.

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López figura con el número 345 en una lista a la que no está de más prestarle atención. Se encuentra publicada en el sitio de la ONG Salvemos al fútbol y hoy cobra una relevancia considerable (especialmente en Tucumán), porque enumera las muertes que ocurrieron en Argentina en situaciones vinculadas con este deporte. Al repasarla, lo primero que inquieta es la gran cantidad de causas que han quedado impunes. También revela que a partir de la década del 80 se produce una espiralización de la violencia. Posiblemente esto esté vinculado con la consolidación de las barras bravas como grupos de poder. Este fenómeno se acelera en los últimos 20 años: de las 345 muertes que registra esta ONG, unas 150 ocurrieron desde el año 2000 hasta nuestros días.

En esta lista, Tucumán aparece 15 veces. La primera ocasión fue en 1984, durante un encuentro entre Atlético y Belgrano de Córdoba (ocurrió en pleno partido; la víctima recibió un puntazo en la tribuna que da a la calle Laprida). Si bien incluye hechos trágicos, como el derrumbe de un alambrado durante un clásico en 1991 o una avalancha en el 92, la violencia es la protagonista excluyente: figura como causa en 13 de las 15 menciones. En este grupo aparecen, por ejemplo, los crímenes de Luis Caro, asesinado por miembros de la Banda del Camión (la misma que está señalada por el crimen de hace dos días), y el de Adrián Roberto Brito, quien tenía 14 años el 12 de octubre de 2008, cuando barras de Atlético y de San Martín se tirotearon durante una fiesta de 15 (nueve integrantes de la Inimitable y -otra vez- de la Banda del Camión aceptaron su culpabilidad nueve años después del hecho, a días de que prescribiera la causa).

El lunes por la noche, cuando la noticia del crimen en La Ciudadela ya se había viralizado, un abogado jujeño que tiene amigos tucumanos se preguntó en el grupo de Whatsapp que comparte con ellos: “¿en qué se convirtió Tucumán? Te pueden matar a la vuelta de la cancha y no pasa nada”. A juzgar por lo que ocurrió minutos después de la muerte de López, este mensaje es una síntesis casi perfecta del desquicio en el que estamos envueltos.

El show que no debe seguir

En estos días ocurrieron tres hechos que a simple vista no poseen relación entre sí, pero que en realidad pueden estar unidos por un hilo tenso que viene condicionando parte de las relaciones sociales en los últimos tiempos. Deriva en una especie de sensación de hartazgo, de impaciencia, en una falta de tolerancia que se expresa de diversos modos y que impacta en la vida cotidiana de miles de personas.

Arranquemos por el crimen del hincha de San Martín. Sin entrar en los detalles de la causa judicial, hay una imagen muy potente que se vio en televisión horas después del hecho. Un camarógrafo, que filma la escena en la que un rato antes había ocurrido el asesinato y en la que aún trabajan los investigadores judiciales, gira la cámara y graba los fuegos artificiales que se elevan desde el estadio posiblemente en el momento en el que el equipo entra a la cancha. Esas dos escenas ocurren en simultáneo. Por un lado, está la muerte, el horror; por el otro, una algarabía que descoloca, que desde esa óptica luce cruel y macabra. Todo al mismo tiempo y a menos de dos cuadras de distancia.

Vale preguntarse ¿el hecho de que el partido se haya jugado a pesar de la violencia no debería haber generado un escándalo nacional? ¿No termina siendo acaso una legitimación del sicariato? ¿Que esta decisión se haya justificado con el argumento de que lo que pasa a pocos metros del estadio está “fuera del anillo de seguridad” no debería poner en alerta a todos los ciudadanos, por lo menos a los que suelen participar de estos espectáculos deportivos? ¿Si una muerte no es suficiente, qué debe ocurrir para frenar algo al fin y al cabo tan banal como un partido de fútbol? ¿Y en consecuencia, cuál es el valor de una vida? ¿Lo tiene en Tucumán?

El fútbol se ha convertido en una excusa para que ocurran muchas otras cosas al margen de la legalidad. Funciona como una gran pantalla que oculta submundos que operan frenéticamente. A costa suya se hacen negocios, se vende droga, se revenden entradas, se hace política, se dirimen conflictos de poder entre facciones mafiosas, se estafa, se mata ¿Hay algo de todo esto que no se sepa hace ya mucho?

En una de sus últimas canciones, Freddie Mercury pidió que el show continuase a pesar de su propia muerte. El lunes, en La Ciudadela, el show continuó a pesar de la muerte de otro. Y nadie -o unos pocos- se escandalizaron.

Pacificadores del odio

El segundo hecho al que hay que prestarle atención -y que no tiene nada que ver con el fútbol- es la reaparición de Mario Firmenich. El ex jefe de Montoneros, condenado por homicidio y secuestro e indultado por Carlos Menem, escribió una extensa columna en la que, sobre el intento de asesinato contra Cristina Fernández de Kirchner, afirmó: “la provocación terrorista para la guerra civil llega al repudiable intento de magnicidio contra la Vicepresidenta de la Nación. No falló la bala por milagro; fue una amenaza mafiosa sobre el futuro, quizás también como aviso a otros líderes del continente”.

Si algo le faltaba a la crispante política argentina es la introducción de la idea de una guerra civil y del terrorismo. Y no es menor que lo haya dicho uno de los máximos impulsores de la violencia en las décadas del 60 y del 70 -que hoy vive en España y que posiblemente haya escrito esas líneas a orillas del Mediterráneo-.

Muchos dirigentes del kirchnerismo suelen terminar involucrados con personajes opacos, pacifistas del odio, como los llama el periodista Ricardo Roa, que con discursos facciosos y agresivos intentan apagar la hoguera que arde en medio de la grieta arrojando más combustible a las llamas. Firmenich no es el único. Tampoco es un fenómeno exclusivo del oficialismo. Javier Milei y Patricia Bullrich, entre otros, también se destacan por su habilidad para avivar los incendios.

Los circuitos de la violencia

Si combinamos el bombardeo de discursos agresivos que bajan desde el poder -militados por las patotas culturales que operan en las redes y en los foros- con la inflación (nada menos que del 7% en agosto), con la corrupción descarada, con la incertidumbre de no saber si el sueldo alcanza hasta fin de mes, con la posibilidad de que a uno le maten un hijo en la calle para robarle la bicicleta o el celular y con el imperio del “que los demás se jodan”, arribamos a una sociedad de la intolerancia en la que todo es posible. Inclusive que por una discusión de tránsito dos personas terminen a los golpes con un bate de béisbol. Este hecho (ocurrió en la rotonda del Camino del Perú y Belgrano el 3 de septiembre y terminó con un funcionario provincial separado de su cargo, acusado de haber cometido la agresión) es el tercero de esta lista al que hay que prestarle atención. Porque de algún modo nos remite a la pregunta que hizo aquel abogado en un grupo de Whatsapp: ¿En qué se convirtió Tucumán? La violencia hoy circula en los discursos políticos, en el tránsito, en la calle, en la cancha… ¿Hay tiempo para frenarla? ¿O ya es demasiado tarde?