En base a la disponibilidad de litio se pretende hacer toda una apuesta al desarrollo nacional apalancado en la electromovilidad a baterías. Pero una cosa es el mineral -que representa menos del 7% de la batería- y otra muy distinta es la tecnología para producirla competitivamente, donde China tiene el monopolio absoluto. Ni siquiera Australia -que desde hace tiempo es el proveedor líder de litio- comparte mínimamente ese privilegio. Economías de escala y curva de aprendizaje son factores fundamentales para estos negocios, algo inalcanzable para Argentina, cuyas ventas totales de automóviles apenas representan 1/4 de una sola megafactoría moderna. Raro que un país que tiene tantas necesidades básicas insatisfechas y colapsadas sus redes de transporte y distribución de electricidad (de insuficiente cobertura geográfica) apueste a una opción que implica inversiones monstruosas para aumentar como mínimo 1/3 dicha demanda. Para los dos hitos que debe encarar Argentina, los biocombustibles son la mejor opción que dispone para descarbonizar su movilidad con pocas inversiones y aprovechando la infraestructura existente. Para 2030 debería disponer que todos los motores de combustión interna nuevos sean flex, aptos para usar 100% de biocombustibles, en lugar de ponerles fecha de caducidad. Para 2050 debería apostar a la bioelectromovilidad basada en hidrógeno obtenido a partir de biocombustibles, que tiene la particularidad de que -a cielo abierto- puede manejarse en un balde, a diferencia del obtenido por otras vías que requieren una costosísima y compleja logística que recién comienza a desarrollarse con resultados todavía inciertos.
Santiago José Paz-Brühl
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