¿Cuán segura es la senda segura? El asalto a una biker el lunes pasado, a las 10, en el sendero del arroyo Caínzo en Yerba Buena, disparó todas las alarmas y tuvo en el acto todas las respuestas. “Senda Segura es mucho más que un plan de prevención. Es una estrategia clave para acabar con la inseguridad”, dijo el biker Juan Carlos Bouyaude. “Yerba Buena es el lugar más seguro para realizar esta actividad”, aportó Mauricio Argiró, secretario de Seguridad de la “ciudad jardín”. “No estamos observando un incremento de este tipo de robos”, añadió el fiscal Diego López Ávila, de la Unidad de Robos y Hurtos I. “Acá nos sentimos seguros”, sentenció el biker Juan Carlos Barrionuevo.

Pero las explicaciones no podían disimular el terrible oxímoron de que asalten a una persona en el lugar más custodiado, acaso el sitio público más seguro del país, si nos ceñimos a las proporciones: las Naciones Unidas recomiendan un agente cada 330 habitantes; en Tucumán hay uno cada 174 personas y en la senda segura de Yerba Buena hay un policía cada 27 bikers, si consideramos que son 15 agentes para cuidar a los 400 ciclistas que integran el grupo de Whatsapp “Bikers Alerta”. Y aun así la ciclista fue abordada por dos hombres que, cuchillo en mano, le quitaron la bicicleta, el casco, las zapatillas y su remera de competición. Los atraparon poco después, es cierto… pero… ¿Y si el ataque hubiese sido más violento? ¿De qué estaríamos hablando ahora?

Cada uno con su aporte

El programa fue presentado en su momento como una salida a los ataques que sufrían los bikers, representantes de un fenómeno que venía creciendo y que se extendió durante la pandemia, cuando muchas personas se volcaron al deporte y llenaron de pedaleadas los cerros. Miles surcaban los senderos del cerro y del piedemonte, desde Tafí Viejo-El Cadillal hasta San Pablo. Lo singular de este programa es que fue coordinado entre los bikers, la policía de Yerba Buena y el área de seguridad de la “ciudad jardín”. “Es una de las pocas cosas que comprobé que se hizo bien en esta provincia… porque todos los actores que podían aportar un granito de arena, lo hicieron para el bien de todos. Ojalá este país se moviera así”, dijo Gonzalo Rivadeneira.

En efecto, todos dicen que al menos ahí (en ese estrecho cauce de arroyo de 8,6 km) hay una especie de “gran hermano” que está mirando qué pasa. Está el policía Daniel, sentado en el puente (aunque va variando su posición), al que los bikers quieren tanto que le festejaron su cumpleaños. Y por si acaso no fueran suficientes los 15 asignados a esta tarea específica, “tenemos que agregar el personal que está realizando tareas de prevención por la zona de la avenida Perón y los efectivos de la Guardia Urbana Municipal”, dijo el comisario Carlos Daniel Ruiz. Casi ideal, porque además los agentes estudian bien el terreno a cuidar. Hay otro lugar donde se hizo un programa parecido: en la ruta 65 de Concepción, luego del asesinato del ciclista Sergio “Checho” Juárez en junio de 2021. También funciona durante ocho horas y aunque se han dado casos de ataques a personas después del paso de los policías, disminuyeron las agresiones.

Combinación casi perfecta

Lástima que, como dice Gonzalo Rivadeneira, este programa no se aplica en todas las otras áreas de la sociedad que requieren protección. Dice el biker Ricardo Salguero que es cierto que han bajado los ataques a los que recorren los cerros y que ahora se dan más robos de bicicletas en las casas, y que las oleadas delictivas van a donde se ve que hay desprotección. “Ahora son los robos de ruedas de camionetas”, dice. Además a los bikers también les gusta buscar senderos nuevos, es decir que no siempre se mantienen en la senda segura. Y lamentablemente, la policía –definió el comisario Ruiz- “no puede estar en todos lados”. Según el biker Luis Fernández, que viaja desde Tafí Viejo en camioneta hasta Yerba Buena para usar la bici, el programa “es la combinación perfecta, pero desgraciadamente no ocurre en todos lados”. Y agrega: “Además hay que ser realistas: no vivimos en Suecia”.

¿Dónde vivimos? Hay algo singular que muestra el caso de la biker atacada en el arroyo Caínzo el lunes: la vulnerabilidad de las víctimas, según su condición, ya sea por sexo o por edad. Mujeres, niños, personas mayores, cuidado: están más en riesgo. “A las mujeres les gritan de todo. Es complicado el tema”, explica Salguero. “Una chica de mi grupo un día que no podía salir con nosotros temprano y se fue para el lado de los countries Pinares, atrás del Jockey, un lugar transitado al mediodía de un sábado; cuando regresaba una moto que venía atrás la empujó, la tiró al piso, la patearon, le querían robar la bici. Ella tenía la riñonera debajo de la campera y uno de los tipos gritaba que le pegue un tiro. Tuvo la suerte de que bajaba una chica en una camioneta que salía del country, tocó la bocina y los motociclistas se escaparon. No le robaron nada pero ella quedó toda moreteada”.

¿Entonces? Si esto pasa con los que tienen más poder de presión, como los bikers, ¿qué ocurre con los ciclistas comunes, que recorren las calles y usan sus bicicletas para trabajar o pasear? Patricio Mitrovich, de la agrupación MetaBici, dice que a ellos les preocupa sobre todo la seguridad en el tránsito y la falta de bicisendas y ciclovías. En cuanto a ataques delictivos, cuenta que recomiendan a los ciclistas circular por calles iluminadas y avenidas. No mucho más. Ellos no tienen la atención de la Policía ni sendas seguras por la capital.

Los que peinan canas dirán que illo tempore se podía hacer excursiones al cerro San Javier por cualquier sendero, subir al Taficillo desde la hostería Atahualpa Yupanqui o ir al Viaducto del Saladillo sin pensar que podían aparecer extraños seres cargados de salvajismo tipo “The Walking Dead”. Lo de illo tempore ya no existe. “Hoy es una lotería; lamentablemente es así”, dice Salguero. “Ya no pasa por si hay policías o no; es cultural, es político, es una suma de cosas”. ¿Cuáles cosas? Antes decían que era la falta de respuestas judiciales, la “puerta giratoria”; hoy, que hay un nuevo código procesal penal, que ha visibilizado la tarea judicial y que muestra que están deteniendo gente a lo loco –están ultrasaturadas las comisarías y las cárceles- se dice que el fenómeno que complica todo es la droga. El gobernador interino, Osvaldo Jaldo, empuja para que se encare la lucha antinarcóticos como clave para resolver la inseguridad.

Las respuestas que faltan

Pero eso no da respuesta al oxímoron de que a uno lo puedan seguir asaltando en el lugar más seguro de la provincia. Porque no se sabe qué está pasando. Tucumán no es Rosario, pero las autoridades quieren actuar como si existiera el riesgo de que el narcotráfico y la violencia se extiendan, como ha ocurrido en la capital de Santa Fe, descripta en una carta como una “ciudad psicótica” por el lector Edgar Espíndola (27/08). ¿Hacen falta estudios sociológicos? En su estudio “De los trabajos a los laburos ilegales y sus estructuras de sentimiento: pensando en los procesos de socialización delictiva entre los villeros” (en “Violencias y derechos humanos”, 2012) la investigadora Lorena Cabrera decía que había que aprehender “las nuevas sociabilidades vinculadas al delito “ya que no se registra una tradición de investigaciones de este tipo en la provincia ni en el Norte argentino”. En los 10 años pasados, ¿hay estudios de este tipo para entender lo que pasa? También los economistas Ana María cerro y Osvaldo Meloni encabezaron una investigación sobre las características y el comportamiento del delito en las distintas fases de los ciclos políticos y económicos, en “Investigaciones sobre economía de la delincuencia en Argentina” (2014).

Acaso por ahí surjan ideas para saber qué pasa, porque evidentemente no basta con fortificar y llenar de policías que apenas pueden dar respuestas tranquilizantes, pero parciales, como la senda segura. Hace falta un cerro seguro y una ciudad segura, que nunca llegue a ser psicótica.