Hoy, más que nunca, habitamos un mundo complejo. Inmersos en un universo tecnológico alucinante, cuidadosos de una razón calculadora que opere con eficiencia sobre la realidad, olvidamos la necesidad de hundir raíces en otros territorios para acceder a la comprensión de nosotros mismos. Pero hay asuntos insistentes como el pensamiento filosófico, la libertad y belleza de la poesía o la magia y el misterio de la ficción que nos recuerdan la necesidad de apostar a un pensar meditativo, a un saber profundo –que si bien carece de certezas– otorgue sentido a la fragilidad de nuestra existencia.
Y será Borges quien nos sumerja en esas latitudes y nos ayude en tan sutil búsqueda. Hábil en pensar de profundidades, lector de grandes pensadores, poeta de corazón y malabarista de la ficción, su obra nos ofrece perspectivas que incitan a pensar con inusitada libertad. Resuena en ella, en los juegos estéticos de las palabras, ecos de los asuntos sobre los que vuelve siempre el auténtico filosofar más allá de cualquier sistema. Borges hace gala de tal inteligencia, desprejuicio e ironía, en estos asuntos, que ninguna filosofía consagrada se lo permitiría.
Maestro de ficciones, dibuja con ellas las contradicciones de la realidad y construye la máscara detrás de la cual oculta sus perplejidades. Disfruta con la paradoja de la irrealidad del mundo; juega con la ausencia de un yo sustancial detrás de la apariencia pero dice “soy Borges”; denuncia el carácter ilusorio del tiempo que sin embargo transcurre inexorablemente; insiste en la búsqueda infatigable de la otra orilla, de la que descree.
En las ficciones –de allí su fuerza– se devela esa magia que envuelve su obra y que consiste en hacer verosímil lo irreal o inverosímil lo real alternativamente. En Las hojas del ciprés algo irreal pasa a ser posible: un libro retirado de un anaquel durante un sueño, al día siguiente no está en el estante. ¿Cuál es efectivamente el mundo real? Este que no podemos descifrar o aquel que construimos racionalmente sin pliegues ni misterios. Es encantador comprobar cómo Borges nos coloca –casi de modo escandaloso– en la delgada línea que separa realidad y ficción. Nos hace amar la ficción.
Otro de sus personajes –que es un actor– ruega a Dios en el momento de la muerte ser uno y yo, y éste le responde: “Yo tampoco soy, yo soñé el mundo como tu soñaste tu obra, mi Shakespeare y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y nadie” (Everything and Nothing).
Cuando la verdad se vuelve esquiva, cuando las certezas se evaporan, se refugia en lo literario, en la pura ficción, como Platón en el mito. Se barrunta una angustia metafísica que guía su escritura marcada por el laberinto, el olvido, lo perdido o el nombre de Dios. En la historia del pensamiento la intuición metafísica y la imagen poética han convivido armoniosamente. Una alimenta a la otra, siempre han caminado juntas. En la obra de Borges debemos agregar a ellas la ficción como condición de posibilidad para salvarnos del abismo contra el que se debate nuestra pequeñez humana.
Si la vida es un sueño soñado por otro, si la realidad es ficción, también podrá la ficción donarnos una esperanza, inventarnos una salvación. Quizás por eso leemos todavía a Borges.
© LA GACETA
Cristina Bulacio - Autora de los libros Los escándalos de la razón en Jorge Luis Borges y De Laberintos y otros Borges.