Chimamanda Ngozi Adichie es escritora, novelista y dramaturga feminista nigeriana. Sus textos recorrieron todo el mundo, fueron traducidos en más de 30 idiomas y sus charlas publicadas en YouTube se ven una y mil veces. Su voz es necesaria para reflexionar en los tiempos que corren. Su charla Tedx de 29 minutos, “Todos deberíamos ser feministas” (We Should All Be Feminist) en el sitio original de la organización ya alcanza las 5 millones de visualizaciones. Ese relato se convirtió luego en un ensayo que fue publicado en un texto corto pero potente y ha vendido más de medio millón de ejemplares desde 2014.

Chimamanda nació en la aldea de Abba junto a cuatro hermanos. Su padre, James Nwoye Adichie, fue el primer catedrático de Estadística de Nigeria y su madre, Grace Ifeoma Adichie, fue la primera secretaria de admisiones de la Universidad de Nigeria. A los 19 años se trasladó a Estados Unidos con una beca de dos años para estudiar Comunicación y Ciencias Políticas en la Universidad Drexel, Filadelfia, y continuó luego sus estudios en la Universidad estatal del Este de Connecticut, en la que se graduó en 2001.

Hoy Chimamanda es una voz consultada por medios de todo el mundo y se convirtió en un ícono y una mujer inspiradora. “Escribo porque es algo natural para mí: escribo para intentar darle sentido a lo que me pasa. Escribo cuando estoy contenta o triste, cuando me enfado, cuando no entiendo algo”, explicó en una entrevista en la revista Elle que lleva la firma de la periodista Tania de Montaigne.

Gracias a sus padres, aseguró en esa entrevista, confía hoy sí misma y sabe de dónde proviene y quién es. “Al crecer en un contexto dominado por los hombres, la figura paterna es importantísima para una hija porque moldea la forma en que percibe su lugar en el mundo. A mi padre le gustaba que fuese franca y directa; me animaba a hacer preguntas y me ayudó a entender que no necesitaba representar un papel para conseguir la aprobación masculina. Por supuesto, no siempre coincidíamos, sobre todo en lo relacionado con las tradiciones. Soy igbo, y estoy orgullosa de ello, pero hay costumbres misóginas en esta cultura, como la dote: en los matrimonios, la familia del novio paga cierta cantidad de dinero a la de la novia, como si el hombre comprase a su esposa”, reflexionó.

“La flor púrpura”, la novela que escribió a los 26 años, fue seleccionada para el Man Booker Prize en 2004. “Medio sol amarillo”, que narra la lucha del pueblo igbo por la independencia en la guerra de Biafra, ganó el Orange Prize 2007 a la Mejor Ficción. En 2013 publicó “Americanah”, que cuenta las experiencias de una estudiante nigeriana que se muda a Estados Unidos y es el bestseller de largo recorrido que cimentó su éxito literario. Publicó “Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo'” en 2016 y en su último libro, “Sobre el duelo”, “da cuenta de cómo llevó la muerte de su padre. Junto a otros autores de la talla de Haruki Murakami y Margaret Atwood, el año pasado el nombre de la nigeriana sonó entre los candidatos al Nobel.

Escuchar su voz suave con un inglés correcto en los cientos de videos que circulan en internet es un paso más para entender cómo funciona el feminismo, lejos de una ideología que se describe como taxativa. Es conocer la voz de una mujer marcada por una sociedad particular que fue abriendo los ojos y reflexionando a lo largo de su vida.

“Hay quien dice que las mujeres están subordinadas a los hombres porque es nuestra cultura. Pero la cultura nunca para de cambiar. Yo tengo unas preciosas sobrinas gemelas de 15 años. Si hubieran nacido hace 100 años, se las habrían llevado y las habrían matado, porque hace 100 años la cultura igbo creía que era un mal presagio que nacieran gemelos. Hoy en día esa práctica resulta inimaginable para todo el pueblo igbo. ¿Qué sentido tiene la cultura? En última instancia, la cultura tiene como meta asegurar la preservación y la continuidad de un pueblo. En mi familia, yo soy la hija que más interés tiene por la historia de quiénes somos, por las tierras ancestrales y por nuestra tradición. Mis hermanos no tienen tanto interés en esas cosas. Y, sin embargo, yo estoy excluida de esas cuestiones, porque la cultura igbo privilegia a los hombres y únicamente los miembros masculinos del clan pueden asistir a las reuniones donde se toman las decisiones importantes de la familia. Así pues, aunque a quien más interesan esas cosas es a mí, yo no tengo voz ni voto. Porque soy mujer”, dice Chimamanda Ngozi Adichie en su memorable charla Tedx.

“La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura. Si es verdad que no forma parte de nuestra cultura el hecho de que las mujeres sean seres humanos de pleno derecho, entonces podemos y debemos cambiar nuestra cultura (…) Soy feminista. Y cuando hace tantos años busqué la palabra en el diccionario, en encontré con que ponía: ‘Feminista: persona que cree en la igualdad social, política y económica de los sexos’. Por las historias que he oído, mi bisabuela era feminista. Se escapó de la casa del hombre con el que no se quería casar y se casó con el hombre que había elegido ella. Cuando sintió que la estaban despojando de sus tierras y sus oportunidades por ser mujer, ella se negó, protestó y denunció la situación. Ella no conocía la palabra ‘feminista’. Pero eso no quiere decir que no fuera feminista. Mucha más gente tendría que reivindicar esa palabra. El mejor feminista que conozco es mi hermano Kene, que también es un joven amable, atractivo y muy masculino. La definición que doy yo es que feminista es todo aquel hombre o mujer que dice: ‘Sí, hay un problema con la situación de género hoy en día y tenemos que solucionarlo, tenemos que mejorar las cosas’. Y tenemos que mejorarlas entre todos, hombres y mujeres”, concluye su ensayo.