Hablar de sufrimiento y humanidad, pareciera ser una tautología. La historia del ser humano, a través de sus relatos, del arte, las religiones, etc. nos han enseñado, que, desde antaño, el hombre siempre ha tenido que soportar en su existencia, una cuota de sufrimiento.
Sin embargo, lo que es humano es el dolor, lo endeble de la vida, los avatares a los que todos estamos expuestos y padecemos: la muerte de un ser querido, la fragilidad de cuerpo biológico, la ruptura de vínculos, etc.
El dolor es humano, el sufrimiento es opcional, es la conclusión a la que arribó Buda. Y podríamos pensar, que al ser una “opción”, es la que muy habitualmente “elegimos”.
Esto podría resultar inexplicable... ¿cómo alguien elegiría el sufrimiento?. La respuesta podría no ser sencilla, sin embargo, si podríamos decir desde el campo de la salud mental, que el sufrimiento es una posición subjetiva; que, en algunas personas, el sufrir, es una posición (inconsciente) ante la vida: como defensa, ya que quien sufre difícilmente se exponga a los vaivenes que esta nos depara, entonces no avanzo en la vida, me estanco: no termino una carrera, no me separo de un vínculo conflictivo, no concreto un proyecto. Como forma de hacer lazo con el otro, ya que quien sufre, se muestra vulnerable, y esta indefensión es más común entre los sujetos humanos que la felicidad o la fortaleza, por tanto, factor de unión. Pero por sobre todas las cosas, el sufrir puede ser una posición más sostenible que una vida sin menos penas, debido a que esta última pareciera ser a veces insostenible, o cuando menos trabajosa.
¿Cómo alguien no quisiera tener una vida sin penas?, ¿quién no quisiera tener una mejor salud mental/calidad de vida? Una respuesta sencilla podría ser: no se trata de un querer. Además, hablar de sufrimiento en salud mental, refiere tanto a la desdicha que siempre asociamos al termino; como así también a la queja: aquellos malestares cotidianos, habituales y a los que con facilidades nos acostumbramos (“las cosas son así”), y que poco los discutimos y mucho naturalizamos.
Por otro lado, tendemos a pensar, que, tras superar ciertos obstáculos, o resolver nuestros problemas (lo cual no es tarea nada sencilla), llegaríamos a adquirir una calidad de vida que nos despojaría del malestar y nos llevaría a gozar de una vida casi plena.
Muchas personas se preguntan porque luego de superar tales obstáculos, uno vuelve a encontrarlos en la cercanía, porque cuando “uno ya venía bien”, nuevamente aparecen situaciones problemáticas.
En parte podríamos decir, que la vida siempre y en cada una de las etapas nos confronta con situaciones que nos movilizan, nos presenta problemas a resolver.
Pero, además, si ya esta situación parecía compleja, diremos también, que las personas en su gran mayoría, presentan resistencias a los cambios, a lo nuevo. Nada más ansioso a veces que la incertidumbre del venir en aquellas personas para quienes manejar ciertos impulsos resulta todo un desafío. Nada más desolador para quien, el dejar de lado vínculos conflictivos con sus cercanos, se asemeja al desarraigo, a la inevitable lejanía de esos lugares que si bien, conflictivos, a la vez cercanos y conocidos.
Desde el campo del psicoanálisis, decimos, las resistencias operan. No se trata con saber o arribar a la idea (mediante interpretación), de que aquello de mi pasado tiene que ver con este problema de mi presente; es decir, superar ciertas situaciones. En instancia, ese es el primer paso. Lo más dificultoso es ocasiones, sostener la construcción de lo nuevo; dejar de lado lo conocido y aventurarse a lo que no sabemos cómo resultará.
“Lo nuevo”, a veces resulta una posición aún más trabajosa que aquella que nos aleja de “los viejos problemas”. En parte por el desafío que implica dejar el campo del otro, soportar la rasgadura narcisista de saber que, para un bienestar propio, el otro debe dejar de ser el lugar al cual nos referenciamos y al que acudimos. Estar para uno, implicado y comprometido en aquello que a uno le interpela, es perder la mirada de aquellos Otros que operan como referencia para uno. En otras palabras, dejar de ser importante para aquellos, abandonar esos lugares/objetos de goce.
Desde esta perspectiva, el panorama cuando menos, parece complejo. ¿Es más fácil entonces no intentar los cambios?: seguramente si, debido a que “lo fácil”, se aleja de lo difícil, complejo, comprometido y trabajoso que resultaría superar algunos aspectos de uno.
Sin menos, diremos entonces que, la salud mental, es compromiso, es ser ético con nuestro deseo; siempre conflictivo y motivo de desencuentros con uno mismo. Cada camino será particular, y los destinos serán distintos. Pero en cada caso, siempre en alguna medida habrá resistencias que resistir.