El dato certero, aquel que incomoda pero que arroja luz sobre lo desconocido, intenta ser el eslabón clave de la modernidad. El objetivo es conocer, ampliar la capacidad de raciocinio sobre nuevos ámbitos de la vida cotidiana para luego poder planificar, aunque los embates de la naturaleza también hacen lo suyo en el tránsito de la historia. Cada diez años, el censo vuelve a recordarnos la necesidad de conocernos aún más como población, como un conjunto al que llamamos “Nación”. Nos entregamos como sujetos a la estadística, con el deseo de ampliar el foco y mirarnos más allá de las cuatro paredes que nos rodean.
No es solamente una cifra anecdótica la que marca cada década. El censo intenta ser una radiografía del presente, pero también es un llamado de atención sobre el pasado y el porvenir. El primer censo, justamente, fue materializado por un hombre que creía fervorosamente en la necesidad de modernizar el territorio, de ampliar los horizontes del conocimiento para pensar una nación del mañana. Fue Domingo Faustino Sarmiento quien en 1869 encabezó el desafío de llegar, con un poco más de 3.000 censistas, a conocer a los habitantes de 14 provincias. El relevamiento arrojó que había menos de dos millones de habitantes y que el 75% de su población era pobre. Era el primer dato certero de que el país necesitaba entrar en la modernidad para cambiar su conformación social. En el sitio web del Indec puede leerse de forma completa todo el informe que presentó el funcionario designado por Sarmiento para encabezar dicha función. Revisarlo también ayuda a encontrar otras particularidades que quizás hubiesen sido motivo de controversia en este último que celebramos la semana pasada. La intención del relevamiento no era sólo numérica, sino que la radiografía quería llegar a los huesos de sus habitantes. Entre los oficios más mencionados se encontraban los curanderos y los docentes, pero también se contabilizaron médicos, abogados y prostitutas. En el conteo de personas se incluyeron a los miembros del Ejército nacional que habían intervenido en la guerra de la Triple Alianza y se admitió que no se podía contabilizar a ciencia cierta a los habitantes de Chaco, Chubut, Formosa, La Pampa, Misiones, Neuquén, Río Negro, Santa Cruz y Tierra del Fuego. En dichos territorios aún no estaba consolidado el Estado nacional.
A más de 150 años de aquel primer intento por conocer la composición de los habitantes, todavía sigue el interés del Estado por precisar los aspectos centrales que conforman a un país. Ya sin detalles sobre el nombre y apellido, o la profesión, el último censo nos dejó la sensación de que todavía es importante que cada uno de nosotros aportemos a un saber más general. Nos queda la ilusión de que las 60 respuestas de un cuestionario trasciendan nuestros hogares para que los responsables de diseñar y perfeccionar políticas públicas tiendan a mejorar nuestra calidad de vida. Atravesados también por una pandemia, deslumbrados por lo novedoso del formato digital, el censo debería ser nuevamente un alerta de los datos que incomodan. Según el propio Indec, la pobreza medida por la capacidad de consumo alcanzó el 37,3% en el segundo semestre del 2021. Pero el censo, entre otros aspectos, arrojará datos más precisos sobre la condición de los que menos tienen, ya que se busca establecer las características de la pobreza estructural. Cuando se tenga el informe completo, será momento entonces de volver a incomodarnos y de aceptar que el sueño de Sarmiento y los modernistas de nuestra historia aún está inconcluso. Hasta tanto, el censo nos devuelve el anhelo de ser protagonistas y de que algunas cosas en nuestro país pueden cambiar.