La costumbre tan humana de empuñar las armas y aniquilar por el control de un pedazo de tierra ha brindado históricamente al liderazgo de la Iglesia Católica la oportunidad de arbitrar gestiones para impedir o detener el derramamiento de sangre, y las restantes consecuencias deletéreas -hambruna, inflación y desplazamiento de comunidades- que suelen traer las guerras. Las mediaciones de paz efectivas elevaron la popularidad de los pontífices, que, respecto de otros cultos, poseen la ventaja de tratarse de una institución única para una grey distribuida -con matices- en todos los países del globo. Francisco va por esa presea: esta semana confirmó al Corriere Della Sera que está listo para visitar al autócrata Vladimir Putin y para convencerlo de parar la invasión rusa a Ucrania, aunque por ahora el Kremlin no quiera entablar esa conversación.

El Papa de origen argentino pretende conseguir lo que la diplomacia profesional no pudo en la antesala y durante lo que va de la conflagración. Tampoco han funcionado los oficios de otros empresarios y políticos cercanos a Putin, como el oligarca ruso Román Abramovich y el ex canciller alemán Gerhard Schröder. En vano trataron de disuadir a Putin el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y, especialmente en las jornadas previas al inicio de los bombardeos, el mandatario francés Emmanuel Macron. Con Ángela Merkel (Alemania) retirada y el ex jefe de Estado estadounidense Donald Trump dedicado a reconstruir su lugar en la política doméstica, pareciera vacante el papel de interlocutor del Kremlin, un aparato con poder de destrucción masiva cada vez más aislado de sus rivales.

Ante la prensa italiana, el Santo Padre admitió que su estrategia no ha logrado avances todavía. Es más, dio a entender que Putin lo evita. El 25 de febrero, al día siguiente de que el autócrata iniciara su invasión a Ucrania, el Papa se presentó en la Embajada de Rusia en El Vaticano para expresar su “preocupación por la guerra”. El jefe de la Iglesia Católica permaneció media hora en la sede de la Via della Conciliazione a cargo del embajador Alexander Avdeev. A partir de allí, el Papa trató de no tensar la cuerda con el invasor: si bien insistía en sus llamamientos a la paz y en la oración por los caídos, sus comentarios sobre la crisis ucraniana esquivaban una confrontación directa con el Kremlin. La postura dio pie a especulaciones acerca de la relación entre El Vaticano y Moscú, pero en la entrevista con el Corriere Della Sera, Francisco despejó las dudas: dijo que Putin no responde sus pedidos de audiencia y cuestionó la complacencia con la guerra del patriarca ortodoxo Kirill. “El Patriarca no puede ser el monaguillo de Putin”, reflexionó.

La crítica pública al titular del Patriarcado de Rusia y de Todas las Rusias (tal el título oficial de esa organización religiosa) parece haber alejado aún más a Francisco de una visita al Kremlin. Kirill y Putin mantienen una alianza estrechísima, que abarca el proyecto bélico en el Este europeo. Sin mencionar la palabra “monaguillo”, el credo del Patriarca cuestionó el “tono incorrecto” elegido por el Obispo de Roma y advirtió que así no hay posibilidades de un diálogo constructivo. Francisco por su parte afirmó que él era simplemente un sacerdote que hacía lo que podía para contrarrestar la violencia. “Tanta brutalidad, ¿cómo no detenerla? Hace 25 años vivimos lo mismo con (el genocidio de) Ruanda”, comparó.

La receta papal

Aún con los intentos fallidos, la intervención mediadora entre naciones en pugna ha sido muy fructífera para El Vaticano. Juan Pablo II capitalizó como pocos esa función durante su pontificado prolongado: una muestra de la importancia que otorgó a las relaciones internacionales es que duplicó el número de nunciaturas -representantes diplomáticos de la Santa Sede- hasta alcanzar a casi todos los Estados del mundo (en noviembre de 2020 había en 183). Tres meses después de convertirse en Papa, en 1978, el polaco Karol Wojtyla debutó como intercesor en el conflicto de la Argentina y de Chile por el Canal de Beagle. Horas antes de pasar a la lucha, Juan Pablo II consiguió que los dictadores Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla dieran un paso atrás, y triunfara la paz. Esa conquista marcó el pontificado del jefe católico, quien incluso viajó a Reino Unido y a la Argentina en los tiempos del enfrentamiento por Malvinas.

El 2 junio de 1982 y después del periplo a Londres con el que trataba de acercar a las partes que combatían en el Atlántico Sur (las Fuerzas Armadas argentinas se rindieron el 14 de aquel mes), Juan Pablo II anunció a los periodistas que lo acompañaban: “el concepto de guerra justa es una cosa que pertenece al pasado. Lo defendía Santo Tomás en el caso de legítima defensa. Pero en nuestro tiempo no tiene ya validez, porque los hombres tienen otros medios para resolver los conflictos entre los pueblos”. El llamado Papa viajero tuvo muchas ocasiones de desenvolverse como mediador u última instancia de relación entre países enemigos: el propio ex mandatario soviético Mijaíl Gorbachov reconoció que Wojtyla fue clave para la caída pacífica del Muro de Berlín en 1989.

Benedicto XV es recordado por sus esfuerzos infructuosos para acercar a los contendientes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Esta búsqueda incesante de conciliación trazó una línea para las implicaciones del Papado en las siguientes disputas internacionales que contrastó con el silencio y la neutralidad a ultranza defendidos por Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Si bien la postura distante respecto de la mayor y más cruenta conflagración contemporánea dio pie a conjeturas de complicidad con Adolf Hitler, El Vaticano sí llevó adelante acciones prácticas para poner a salvo a judíos y otras víctimas del nazismo, según los archivos oficiales desclasificados por la Iglesia. Un antecedente abona la polémica: en 1936 y durante la Guerra Civil de España, el entonces cardenal Eugenio Pacelli manifestó por escrito la simpatía de la Santa Sede por las tropas al mando del general Francisco Franco. Pacelli luego asumió como pontífice con el nombre de Pío XII.

El tiempo de Juan XXIII y de Pablo VI al frente de la Iglesia Católica (1963-1978) recondujo la tesitura papal hacia el rumbo antibelicista que había trazado Benedicto XV a comienzos del siglo XX. El italiano Giovanni Battista Montini (Pablo VI) rechazó las represiones y las dictaduras -incluso la de Franco-; disolvió los cuerpos armados pontificios y hasta terció en la Guerra de Vietnam, contienda a la que dedicó un discurso emblemático en la Organización de las Naciones Unidas (se informa por separado). Pablo VI fue también el primer líder católico que viajó a América Latina: aterrizó en Bogotá (Colombia), en 1968, durante el frenesí de la Guerra Fría.

Como máximos representantes de Dios sobre la Tierra en la jerarquía eclesiástica, los papas han tratado de disolver los conflictos armados con autoridad espiritual y apelaciones a la conciencia de quienes los instigan. Son herramientas que carecen de la eficiencia inmediata que caracterizan a los fusiles. Francisco lo sabe porque, desde que llegó a Roma en 2013, se embarcó en múltiples frentes diplomáticos, por ejemplo, para restablecer la relación entre Cuba y los Estados Unidos; destrabar la crisis interna de Venezuela y conseguir la paz en Colombia, con resultados discretos o difíciles de discernir a primera vista.

La época no luce propicia para conseguir un armisticio en Ucrania o persuadir a Putin de que debe replegarse. Al disertar acerca de la diplomacia de la Santa Sede, el arzobispo Paul Gallagher, secretario de las Relaciones con los Estados de la Santa Sede, dijo que la búsqueda de la paz se trataba de un camino difícil si se permanece atrapado en la prisión de la indiferencia. A Francisco sólo le queda seguir su propia fórmula según la pronunció Gallagher: “(la mediación) es un camino inalcanzable si se cree que la paz es simplemente una utopía. Un camino posible, si se acepta el desafío de tener confianza en Dios y en el hombre; si hay un compromiso para reconstruir una auténtica fraternidad que custodie la creación, y si se encarna la tarea con el espíritu de los ‘artesanos de paz’ dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia”.